La muerte de Videla, otra oportunidad de reflexión sobre la escala humana del Mal 17/05/2013
Posted by María Bertoni in Visto y Oído (¡más!).trackback
Jorge Rafael Videla falleció esta madrugada, a los 87 años, “por muerte natural” (qué suerte, la suya). Acaso la Parca haya sentido que olvidaba algo cuando a mediados de marzo se llevó a José Alfredo Martínez de Hoz. Habría que preguntarle porqué tardó dos meses -si no fue en darse en cuenta- en regresar a nuestra ciudad en busca del principal referente uniformado (con perdón de las expectativas del también fallecido Emilio Eduardo Massera) de la dictadura más sanguinaria que padecimos los argentinos. Vaya uno a saber porqué tampoco aprovechó la cita con Margaret Thatcher en abril pasado para emprender un vuelo directo Londres – Buenos Aires y regalarnos la sensación de final de ciclo ideológico e histórico.
Es sólo una sensación, sin dudas, porque los Videla, los Martínez de Hoz, los Massera, las Thatcher saben sembrar su semillita en terreno fértil. Porque (Elizabeth Roudinesco y Hannah Arendt lo explican tan bien, cada una a su manera) el reconocimiento del tipo de personalidad que algunos definen como criminal, perversa, amoral, megalómana, mesiánica, despiada, demoníaca, satánica no alcanza para explicar la existencia “del Mal”.
Dicho de otro modo, decesos como el aquí comentado nos liberan de poco y nada. A lo sumo dejaremos de ver/escuchar determinado rostro/voz pero las convicciones, los gestos, los discursos se mantienen intactos en otros rostros/voces/cabezas con los que seguimos conviviendo a diario.
Ni nuestra sociedad ni nuestra idiosincrasia mejoran por el solo hecho de que parta un Videla. En todo caso deberíamos aprovechar las coberturas necrológicas (aquellas rigurosas, no las que tergiversan el pasado) para examinar nuestra conciencia individual y ciudadana, e intentar identificar y combatir los prejuicios, miedos, taras que de alguna manera contribuyen a la reproducción de la mentalidad genocida en nuestro país.
Quizás por esta razón la Parca prefiera dosificar estos traslados. Para obligarnos, cada tanto, con cierta sistematicidad, a reconocer el Mal como un fenómeno a escala humana, que ni la propia Muerte es capaz de erradicar.