No conozco lo suficiente la trayectoria novelística de P.D. James, en la medida en que siempre me ha tirado para atrás las etiquetas de géneros literarios, y a ella le ha venido correspondiendo durante mucho tiempo cargar con la de “Gran Dama de la novela negra”. Sin embargo me basta haber leído esta última para afirmar que debería ser reconocida como “Gran Dama de la novela”, a secas.
De entre los muchos proyectos contemporáneos de relectura de clásicos, ya sea desde el estricto respeto literario (el Sobre la belleza de Zadie Smith) a la gracieta postmoderna (el vanguardista y vulgar aprovechamiento del talento ajeno cometido por Fernández Mallo con Borges) o la aberración pulp de zombies y otras cosas, “La muerte llega a Pemberley” cuenta con todas las posibilidades de pasar a la historia no sólo como una notable ejercicio de variación sobre un canon narrativo, sino como uno de los títulos mayores de una novelista que, sin adjetivos, revela su solidez en este aparente divertimento. Jane Austen no se sentirá ofendida, esperamos, y si así fuese y buscase venganza en forma de aparición fantasmal, proporcionaría a P.D. James un excelente material para continuar la saga…