Revista Sociedad

La muerte se llama Coltán

Publicado el 10 octubre 2011 por Losplatoscomoojos @platoscomoojos

La muerte se llama Coltan.

Una mezcla de columbita y tantalita, es lo que da origen al codiciado Coltán. Un mineral básico para el negocio de las nuevas tecnologías, incluída en ellas la industria aeroespacial, la tecnología de carácter militar, las telecomunicaciones, los ordenadores portátiles o las estaciones espaciales, junto a un sinfín de artilugios responsables del 'magnífico desarrollo' en nuestro primer mundo, aupado por la fabulosa fórmula de consumo actual. 'Superconductividad, carácter ultrarrefractario (minerales capaces de soportar temperaturas muy elevadas), ser un capacitador (almacena carga eléctrica temporal y la libera cuando se necesita), alta resistencia a la corrosión y a la alteración en general, que incluso le hacen idóneo como material privilegiado para su uso extraterrestre en la Estación Espacial Internacional y en futuras plataformas y bases espaciales', son sus portentosas cualidades de acuerdo a los investigadores españoles: Rosario Lunar y Jesús Martínez Frías, en su artículo El coltan, un ‘mineral’ estratégico.

Un cóctel perfecto y prodigioso, indispensable para fabricar la batería de tu móvil, conformar la aleación de enormes oleoductos o capaz de aplazar la venta de la videoconsola Playstation 2 por la poderosa Sony, derrotada sin la 'dosis' suficiente de su coltán.

La muerte se llama Coltan.

La República Democrática del Congo, tradicionalmente rica en: oro, diamantes o uranio, además posee la mayor reserva de Coltán del mundo, cerca del 80% del total mundial se hallan en sus tierras (aunque Rusia se intuye detenta grandes cantidades de este material) y es, desde hace largos años, imagen misma de guerra, muerte y rancia esclavitud. Minas a cielo abierto, trabajadores expuestos a altas radiaciones ('Elementos como el uranio, el torio y el radio, entre otros, pueden aparecer formando fases minerales exóticas, asociadas al coltán, o estar incluso presentes en la propia estructura cristalina de la columbita y tantalita', defienden Lunar y Frías), explotación infantil ('Los niños de entre siete y diez años, son grandes víctimas de la lucha por el coltán. Son terriblemente explotados, y se les 'paga' 25 centavos de euro al día. El coltán lo extraen niños porque se encuentra en yacimientos a muy baja profundidad, y con sus pequeños cuerpos son los que caben mejor por los recovecos. Muchos de estos niños mueren víctimas de horribles desprendimientos de tierra. Y se quedan ahí enterrados. Lo que no han querido las empresas que fabrican aparatos con coltán es que eso se supiera. Yo he vivido dos décadas en África y algo había oído. Hay fotos de esa barbaridad: niños semiesclavos respirando polvo mientras llueve a mares o se los lleva la riada.', según las palabras del escritor Alberto Vázquez Figueroa) o guerras civiles eternas son reflejo del baño de sangre e indigencia en el que se hunde la nación.

La muerte se llama Coltan.

Factores a los que hay que sumarle otros de relevancia, indecencia o amoralidad similar: los intereses ocultos y enfrentados de las grandes multinacionales, la miserable connivencia de la comunidad internacional o la financiación encubierta a las sanguinarias guerrillas gracias a la extracción y su comercio ilícito, son algunos de los atropellos que este pueblo está condenado a soportar. De hecho, la compañía Somigl que ejerce el monopolio del sector y es la garante sólida del suministro constante a la empresa multinacional, concede 10 dólares por kilo (kilo que supone la muerte de dos niños en el proceso de extracción) de mineral al grupo rebelde Reagrupación Congoleña para la Democracia (RCD) formado por 40000 hombres ayudados por Ruanda. En este sentido, el destacado miembro del movimiento, Adolphe Onusumba ha declarado: 'Con la venta de diamantes ganábamos unos 200.000 dólares al mes. Con el coltán llegamos a ganar más de un millón de dólares al mes'. Millones de muertos o cientos de miles de refugiados son, a día de hoy, el balance de esta rápida y tan fructífera transacción

En definitiva, una vergüenza latente que como espectadores cómplices, pasivos o incapaces, aunque duela, no preferimos ver.


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