La historia del arte está abarrotada de la figura femenina. Algunas fueron representadas como objeto de deseo; otras, como diosas terrenales; y están las que representaron la maternidad y la justicia. La mujer ha sido fuente de inspiración de artistas de diferentes épocas, todos ellos hombres, con una visión idealista de la imagen de la mujer. Sin embargo, hasta hace poco más de un siglo, no se contempló la idea de que la mujer también podía crear obras de arte, que ellas no serían inmortalizadas por el artista, sino serían EL ARTISTA.
Aún en la actualidad, es difícil que en las clases de historia del arte se mencionen a estas artistas. Incluso entre los profesores, críticos, curadores, catedráticos y demás profesionales del arte existe una nula información sobre la trayectoria de estas mujeres que dedicaron su vida al arte. Es como si no se preocuparan por amoldar sus planes de estudios a impartir una historia del arte donde se mencione y se contemple el aporte que estas mujeres hicieron al arte, así como lo hicieron su contraparte masculina.
Sin embargo, a través de la búsqueda de información y registro de la vida y obra de las artistas, se ha recopilado una extensa información y se ha revelado que la mujer artista no es un fenómeno reciente, generado con los movimientos feministas del siglo XX. Y tampoco no todas las obras que producen estas mujeres son de pensamiento feminista, como nos suelen enseñar en los cursos o materias de historia del arte. De hecho sí hubieron artistas que se identificaron con el feminismo, pero no todas tendieron a esa ideología.
En realidad, el registro de mujeres artistas data desde el Renacimiento, que es la época en que los artistas empezaron a registrar sus trabajos artísticos con su firma. Lastimosamente, para las mujeres, el camino del arte les fue vedado y no tuvieron otra opción más que quedarse en el anonimato y ser injustamente opacadas por sus contrapartes masculinas, dejando incluso que grandes genios de la época se apropiaran de sus creaciones y los firmaran, para que la obra adquiriese mayor valor entre los coleccionistas del arte.
Y este problema se acrecentó aún más cuando los historiadores, generalmente hombres, empezaron a registrar la contribución de los artistas en la historia. En su mayoría, desechaban las producciones femeninas y hasta las catalogaban de “baja categoría”. Si tuviéramos en cuenta la cantidad de tiempo que esperaron estas artistas a ser reconocidas por los historiadores y críticos del arte, diríamos que pasaron como seis siglos aproximadamente. Podemos encontrar una frase dicha por Giovanni Boccaccio, un pensador humanista del siglo 14, quien afirmó lo siguiente:
“El arte es ajeno al espíritu de las mujeres pues esas cosas solo pueden realizarse con mucho talento, cualidad casi siempre rara en ellas”.
Por siglos, muchos historiadores y críticos del arte pensaron de esa manera. Por suerte, a finales del siglo XIX y durante el siglo XX, aparecieron nuevos estudios y revisiones históricas, revelando datos sobre estas mujeres y transformando, de esa forma, la historia del arte tal como la conocemos. Pero recién a mediados del siglo XX e inicios del XXI, también se volteó la mirada al arte femenino no europeo. Si ya de por sí a un artista latinoamericano le es difícil hacerse reconocer en el ámbito internacional, imagínense lo que le pasan a las artistas latinoamericanas, africanas o asiáticas.
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