[Reportaje publicado en la revista online FemmeFatale en 2009]
2008 llegaba a su fin con la Franja de Gaza sumida en el caos. Las tropas israelíes, con su operación ‘Plomo Fundido’, habían iniciado el 27 de diciembre una ofensiva contra la paupérrima población de Gaza, con el único objetivo de intimidar a Hamás (partido islamista que gobierna en la Franja) y lograr así su derrocamiento. El 18 de enero, casi un mes después de iniciado el ataque con bombardeos, artillería pesada y una breve incursión terrestre, Israel declaraba el alto el fuego unilateral. Consecuencias: Hamás, reforzado, continuaba en el poder. Por otro lado, escalofriantes cifras: de los 1.500.000 palestinos que viven en Gaza, 1.300 fueron asesinados y 5.015 heridos (según informó el Ministerio de Salud Palestino). De entre las víctimas, 410 niños y cerca de 200 mujeres; además de la destrucción generalizada de viviendas y edificios públicos.
Manifestación contra la guerra de Gaza en Madrid / Moncho Satoló
Ahora, con la llegada de la ‘normalidad’ a Gaza, se puede apreciar de manera más visible el ruinoso estado en que se encuentran sus habitantes. La situación de la mujer, sin embargo, cabe ser destacada por encima del resto, puesto que a la opresión general que padecen por parte de los israelíes, se suman las estrictas normas de la ley islámica a las que deben atenerse.
Sofía Arjonilla, intelectual mexicana autora del libro La mujer palestina en Gaza (2001, ediciones del oriente y del mediterráneo), explica en su obra que el uso del islam político como arma de lucha contra la ocupación israelí, “ha provocado la involución de la situación de la mujer de Gaza, donde la presencia de Hamás es más evidente [total, en la actualidad], imponiendo normas muy estrictas en cuanto al atuendo y comportamiento femeninos”.
Es decir, la mujer de Gaza se ve obligada a emplear el velo si no desea ser amonestada, además de tener que usar ropa larga y holgada para que su cuerpo sea cubierto por completo sin remarcar su figura, con lo que así evita aturdir la débil voluntad masculina. Por otro lado, al estar vigente el sistema patriarcal (hecho generalizado en todo el mundo islámico), los matrimonios son concertados y la sumisión y dependencia de la mujer frente al hombre es absoluta. La ley que rige en Gaza es la shari’a (la ley civil no existe), interpretada libremente por las autoridades islámicas: el divorcio favorece por entero al hombre, aunque la mujer puede solicitarlo; y en caso de violación, por ejemplo, la familia de la víctima puede asesinarla con el fin de recuperar el honor, sin ningún tipo de respuesta férrea por parte de la justicia, puesto que su pureza ha sido mancillada. Se conocen casos, como indica Sofía Arjonilla en su libro, de mujeres violadas que piden a los jueces que las encarcelen para protegerlas de los asesinos.
Palestinas manifestándose contra la guerra de Gaza en Madrid / Moncho Satoló
Gema Martín Muñoz, directora general de la Casa Árabe en Madrid, profundiza, en declaraciones a Femme Fatale, sobre los orígenes del patriarcado, explicando que la situación general de la mujer en el mundo musulmán se halla fundamentada enteramente en él, el cual es anterior al islam. En el Corán, prosigue, se encuentran tanto los aspectos más positivos del patriarcado, otorgando a la mujer derechos revolucionarios para la época, como aspectos más conservadores, y afirma: “La interpretación de los hombres ha sido quien ha seleccionado lo más conservador sobre lo más innovador. Exactamente igual que ha ocurrido en nuestras sociedades, en épocas todavía no muy lejanas. Los poderes autoritarios se alían con los sectores más conservadores de la religión para perpetuar el control de la sociedad y el modelo tradicional patriarcal. Por tanto, la democracia es el instrumento para lograr la igualdad”.
Cisjordania
Es en la otra parte de Palestina, en Cisjordania, donde fruto de un mayor desarrollo democrático la situación de la mujer se encuentra claramente en ventaja frente a sus compatriotas de Gaza. El partido que gobierna Cisjordania es Al Fatah, de carácter moderado, cuyas características favorecen que, por ejemplo, la ciudad más importante de Palestina, Ramala, tenga como cabeza política a una alcaldesa: Janet Mijail, antigua directora de uno de los colegios más importantes de la ciudad. El carácter laico que impera en el partido del desaparecido Arafat, conlleva que la mujer haya podido alcanzar durante las últimas décadas una elevada preparación profesional: médicas, docentes, abogadas.
Manifestación contra el muro (Cisjordania, julio 2008) / Moncho Satoló
Esta situación es uno de los puntos más destacados del activismo de la mujer palestina, más pronunciado en Cisjordania, frente a la ocupación israelí. También destacan otros aspectos de su labor, como la militancia política, el trabajo en organizaciones caritativas y, aunque de manera más discreta, en su lucha armada, con un número de milicianas que ha ido en aumento con los años. Como señala Sofía Arjonilla es su libro: “La Intifada incorporó a las palestinas a la lucha política activa y las hizo salir del ámbito doméstico para penetrar en el de lo público. (…) Se abrió una brecha para que un pequeño grupo, que había empezado en los comités de mujeres y que hoy forman diversas ONG de mujeres, creciera en número e influencia, y en la actualidad lucha por conquistar (…) la igualdad en un sistema que se pretende democrático”.
Otro aspecto importante de la mujer palestina, en su lucha contra la ocupación israelí, es su capacidad de sufrimiento. La mujer palestina es esposa y viuda del miliciano asesinado; madre del niño muerto por un disparo mientras tiraba piedras a las tropas israelíes; víctima de vejaciones en los controles de las tropas israelíes dentro de los territorios palestinos, obligándolas muchas veces a levantar la ropa para cerciorarse de que no llevan ningún tipo de explosivo; mujer sin techo cuando las escavadoras israelíes destruyen su hogar por considerarlo ilegal.
Meir Margalit / Moncho Satoló
En contra de la destrucción de casas palestinas trabaja, sobre todo en Jerusalén, el activista israelí de origen argentino Meir Margalit, director de la ONG: Comité israelí contra la demolición de casas. Meir Margalit nos relataba en una entrevista en Jerusalén, el pasado agosto, cómo el Gobierno israelí trata de frenar la expansión de los palestinos en ciertas zonas de los territorios ocupados e incluso de Israel, a través de la demolición de sus casas, acusándolos de haber construido sus viviendas de manera ilegal o de ser familiares o colaboracionistas de algún miembro de la resistencia palestina. Y prosigue: “En Jerusalén, por motivos presupuestarios, sólo se destruyen al año 100 de las 1000 casas ilegales que se construyen en la ciudad durante ese mismo período de tiempo. La gente construye de manera ilegal porque el cabeza de familia tiene el deber moral de dar un techo a su familia. Estas son casas donde han vivido varias generaciones de la misma familia y en el caso de la mujer la situación resulta realmente traumática, porque si no tiene casa, no tiene nada”.
Por otro lado, respecto a los puestos de control, Jamal Al Muhaisen, Gobernador de la ciudad de Nablus, nos explicaba en una entrevista que de los 600 puestos de control que los israelíes tienen instalados en Palestina, Nablus se encuentra rodeado por 120 (según la ONU) o 160 (según cálculos de la Autoridad Palestina). “Además, -indicaba- se necesita un permiso especial para acceder a la ciudad en coche, por lo que muchas empresas han tenido que abandonar la ciudad, con el consecuente disparo del desempleo. A esto se suma la imposibilidad de que las ambulancias o la policía palestina pueda realizar su trabajo, al eternizarse, en algunas ocasiones, la adquisición de un permiso para cruzar el control”. Nablus es una ciudad completamente asediada, situación con la que conviven a diario sus 134.000 habitantes.
Escalando el muro de división para ir a trabajar a Israel (julio 2008) / Moncho Satoló
De Nablus, concretamente del campo de refugiados de Askar, provienen Khaled y Fadua (no son sus verdaderos nombres, prefieren mantener el anonimato). Marido y mujer, el año pasado perdieron a uno de sus hijos, de 19 años, durante una de las habituales incursiones nocturnas israelíes en busca de sospechosos de colaborar o pertenecer a la insurgencia. Habla Khaled, el hombre de la casa, aunque Fadua, con un mejor inglés, le ayuda, de manera sutil, a proseguir con el relato cuando éste se bloquea. Fadua, mientras su marido habla, no deja de acariciar una medalla que lleva colgada del cuello con la foto de su hijo.
“Mira las fotos, ¿a qué era guapo?”, dice Khaled. En ellas se ve a su hijo portando armas (pertenecía al servicio de seguridad palestino) o con gafas de sol. Le gusta explicar cómo las niñas de 11 y 12 años acudían hasta él para pedirle la mano de su hijo. “Todo el mundo en el pueblo lo quería. Ahora –continúa- vea lo que vea me recuerda a él”. La hija pequeña, de siete años, es la que más exterioriza la falta de su hermano: siempre pregunta dónde está, por qué no se encuentra con ellos y recrimina a su padre que la noche en que asesinaron a su hermano no cerró la puerta de la calle con pestillo para evitar que abandonase la casa. “Y yo lo hice –dice Khaled emocionado-, pero mientras dormía él salió a la calle con sus amigos y los soldados, al verlo, le dispararon”.
Ciudad vieja de Nablus, julio 2008 / Moncho Satoló
En España, la situación de la mujer palestina es muy diferente. Hana Cheikh Ali tiene 31 años. Nacida en España, su padre es palestino y su madre de Extremadura. Rubia, ojos azules, atea. La ley española anterior a 1983 declaraba que todo nacido en España adquiría la nacionalidad del padre, por lo que Hana es Palestina y apátrida. Sin embargo, una de sus hermanas, al haber nacido con posterioridad a 1983, sí es española.
Hana es abogada y está especializada en derechos humanos y derecho internacional. Pertenece al cuerpo directivo de, entre otras, la organización Red de Jóvenes Palestinos (www.pal-youth.org ), que abarca a palestinos instalados en 33 países y cuyo fin principal es el de mantener la identidad palestina entre todos los palestinos que se encuentran en el extranjero. En la Asociación Palestina en España, a la que también pertenece, son un total de 100 miembros y unos 300 asociados, aunque el número de palestinos en España es mucho mayor. Hana narra la experiencia de dos de los miembros de la Asociación Palestina, que vivieron en primera persona la guerra contra Israel en Gaza. “El pasado jueves (15 de enero), asesinaron a los padres y hermanos de uno de los miembros, mientras que otro perdió a dos sobrinos. Estos son los casos que yo conozco, pero seguro que hay muchos más”.
Hana, abogada palestina nacida en España / Moncho Satoló
Hana estudió con su hermana en un colegio de monjas, donde vivió una época de exclusión, puesto que las profesoras siempre remarcaban su origen musulmán. Nunca se sintió realmente española. “Mis padres son progresistas y nunca nos educaron ni en el islam, ni el cristianismo. Yo me considero atea. Sin embargo, con motivo de la exclusión que vivíamos en la escuela, yo me revelaba frente a los profesores. Recuerdo que, con siete años, mientras nos preparaban para hacer la comunión, yo escribía: ‘Vosotros, los cristianos. Vosotros, los españoles’. Mi hermana, que ceceaba, decía: ‘Soy de la tierra de Jezus’. Los profesores llamaban continuamente a mi madre para que fuera a hablar con ellos”. Ahora, como abogada, Hana trata de llevar a Israel a los tribunales, con la colaboración de otros abogados, por crímenes de guerra. Esta es su lucha, desde España, por la liberación del pueblo palestino.
Niña en un rincón en la laberíntica ciudad vieja de Nablus, julio 2008 / Moncho Satoló
DESPIECE
ASWAT, única asociación de mujeres homosexuales palestinas
Primero, quedémonos con su nombre: Aswat, que en árabe quiere decir ‘Voces’. Y con su dirección: www.aswatgroup.org. Esta asociación de mujeres palestinas homosexuales, la segunda existente en el mundo árabe después de la localizada en Líbano, nació en la ciudad de Haifa, al norte de Israel, en 2003, aunque su ubicación no impide que también formen parte de la asociación mujeres provenientes de la Franja de Gaza y Cisjordania.
Rauda Morcos, ex –coordinadora general y cofundadora de Aswat recordaba en 2007, en el portal de Internet WeNews, sus inicios y los de la organización: “Cuando salí a la luz como lesbiana en 2003 pensé que podría ser asesinada o expulsada de la comunidad. Recibí amenazas anónimas a través del teléfono y mi coche sufrió desperfectos. Sin embargo, todavía estoy viva y continúo siendo un miembro más de la comunidad palestina”:
En el portal oficial de Aswat se concreta cuales son sus principales objetivos, su misión: “Servir a las mujeres homosexuales palestinas para que podamos expresarnos por nosotras mismas, discutir sobre género y sexualidad, definir nuestro feminismo y tratar de buscar una solución sobre el conflicto entre nuestra nacionalidad y nuestra identidad de género”. Y recuerdan cómo muchas mujeres en la sociedad palestina están viviendo su sexualidad en secreto fruto, según señalan, de la sociedad patriarcal en la que viven, en la que sobrevivir significa mantenerse callado; callados en sus vecindarios y ciudades, callados en el interior de sus familias y escuelas… La sociedad patriarcal no las acepta y, a menudo, las rechaza de manera violenta. Como indicaba a Associated Press Mohammed Zbidat, portavoz del Movimiento Islámico de Israel: “Las lesbianas necesitan tratamiento. Ellas no deben propagar sus extrañas ideas dentro de la comunidad Árabe”. El Movimiento llega a describir a la homosexualidad como un “cáncer”.
En una entrevista concedida a Femme Fatale vía correo electrónico, Inaam (Coordinadora de Grupo y Proyectos de Formación de Aswat) afirmaba, ante la pregunta de si hubiera sido posible localizar Aswat en Gaza o Cisjordania, del siguiente modo: “No lo sé, sería algo completamente diferente. No podemos extendernos hasta alcanzar físicamente a todas las mujeres palestinas, porque existen fronteras que se interponen entre nosotras. Además, al estar bajo la ocupación, localizar esta organización en Gaza o Cisjordania hubiese acarreado muchos más problemas y complicaciones. Nos mantenemos en contacto por e-mail y teléfono con las palestinas que viven en los territorios ocupados y, quién sabe, quizá en el futuro podremos fundar otro grupo allí para así cubrir mejor unas necesidades que sabemos son diferentes”.
Respecto a su experiencia como lesbiana y palestina, Inaam nos comentaba que los comienzos fueron difíciles, puesto que cuando empezó a cuestionarse su propia sexualidad no podía hallar información sobre el tema en árabe (un gran tabú), por lo que debía hacerlo en hebreo y en inglés. Dos años permaneció en silencio sobre su condición de lesbiana, sin comentárselo a amigos o familiares, “hasta que conocí a mi primera pareja, que era palestina. Entonces fue nuestro secreto, un secreto importantísimo”. No sería hasta su ingreso en Aswat, cuando por primera vez pudo hablar libremente y sin miedo a ser rechazada sobre las numerosas dudas e incógnitas que tenía sobre su sexualidad.
Y concluye: “No me encuentro totalmente desplazada de la comunidad palestina. En mi familia, sólo mi madre, mi hermano y mi hermana saben que soy lesbiana. Y aunque con quien más cómoda me encuentro para hablar del tema es con mi hermano; mi hermana y mi madre nunca provocaron que me sintiera rechazada. Sé que para mi madre es un secreto muy pesado, debido al modo en que se supone que debes responder ante la sociedad como palestina y mujer, pero me siento afortunada al tener una familia que acepta mis diferencias… Sé que este no es el caso de otras palestinas homosexuales”.
Mercado de Belén, julio de 2008 / Moncho Satoló