Conocí a Séraphine el día que vi la película que recrea su vida. Y fue un flechazo, en todos los sentidos. Supongo que también contribuyó la calidad de la propia película, sus hermosos planos, Yolande Moreau en un papel tan difícil, su espectacular banda sonora…
Todo ello enriquece la vida de un personaje complejo y a la vez sencillo. Porque supongo que Séraphine era, ante todo, un alma sencilla que no le pedía demasiado a la vida.
Aquí os dejo uno de los trailers de la película (subtitulado):
La figura de esta artista excepcional desmonta cualquier preconcepción que uno tenga del arte. Es puro instinto, y por ello quizá el exponente más claro de lo que su “descubridor”, el marchante Wilhelm Uhde, definió como primitivos modernos. El arte por pura necesidad expresiva del ser humano. Tal y como nació. Tal y como lo desarrollamos de niños. Sin otra finalidad que expresar, que desarrollar nuestra creatividad.
Séraphine parecía relacionar esa necesidad suya con un mandamiento divino. Y es que claro, esa especie de trance
íntimo en el que parecía entrar cuando pintaba no dista demasiado de aquellos que narran las escrituras sobre religiosos místicos.Tampoco es tan extraña esa necesidad de soledad y de pintar ajena a las personas que la rodeaban. Si no fuese por Uhde, nadie habría descubierto su obra porque Séraphine era una de esas personas que no existen. Nadie se fijaba en ella salvo, quizá, para achacarle la etiqueta de loca. Trabajaba como sirvienta, y lo único que se le pedía a alguien con esa profesión es silencio y obediencia. Y que no se le viese más de lo necesario. Nada más.
Si no hubiese caído en las manos de Uhde casualmente una obra de Séraphine, y no le hubiesen dicho que ese esperpento pictórico era obra de su sirvienta, probablemente él jamás la habría mirado a la cara. Sí, la misma persona que buscaba talentos primitivos, espontáneos, alejados de cualquier dogma académico.
Séraphine era una artista primigenia. Una artesana, porque preparaba todos los materiales que necesitaba para pintar, creando sus propios colores y su lienzo. Y un canal directo entre el espíritu de la naturaleza y la realidad visible. A mí no me resulta difícil destruir de un plumazo siglos de historia humana entre los pobladores que pintaron las cuevas de Altamira y la propia Séraphine.
Nunca he visto una obra suya. Espero poder hacerlo algún día. Una sala llena de sus vivos jardines tiene que ser algo apabullante, como poco. Precisamente, uno de mis momentos favoritos de la película es cuando ella muestra lo que hace a sus sorprendidos vecinos. Sus rostros serían los de cualquiera que hoy viese lo que hacía. Imaginaos si un vecino vuestro, al que tenéis de forma despectiva por un loco analfabeto -sin paños calientes-, un buen día os hace partícipes de un mundo así. Porque resulta que lo que os muestra no es algo reconocible a simple vista (¿flores?, ¿plantas?) ni admirable desde el aspecto habitual por el que muchas personas creen reconocer la calidad artística, eso de: “parece una foto”, o similar. No es necesario. Me gusta esa escena porque todos se quedan sin habla, perplejos, conmovidos. Sin saber por qué.Y es que cualquiera podemos reconocer ese estallido de color y de emociones. El baile casi subyugante de los tallos, de unas plantas que parecen querer hablarnos, incluso devorarnos.
Sabemos también que Séraphine padeció una fuerte y última crisis que la llevó a un sanatorio mental, donde murió, olvidada, los últimos años de su vida. A su decadencia espiritual y a su olvido contribuyeron tanto la Gran Depresión del 29 como la Segunda Guerra Mundial. Porque Uhde logró su reconocimiento social, sí, logró que expusiera y que fuese admirado su talento. Durante un breve tiempo Séraphine existía. Pero, ¿y después? ¿Estaba preparada para ese mundo, para que sus obras tuviesen un premio en metálico y para someterse a los juicios ajenos? Quizá, el dejar de existir de nuevo fuese para ella entrar en el infierno. Tanto como para abandonar su pintura.
No es raro que, por todo ello, su forma de pintar y de vivir incluso, con esa parcela atormentada que -no lo sé- contribuía a darle a su pintura el carácter que hoy vemos, se la compare tanto con el propio Van Gogh, al menos en esa visión de la naturaleza transformada, expresiva, a veces tortuosa, pero que nunca, jamás, nos deja indiferente.
Séraphine es una prueba más de algo inclasificable, del disfrute de la belleza estética porque sí. No como algo frívolo, o sujeto a sesudos análisis o críticas, o trayectorias académicas e influencias artísticas. No es algo sujeto al mercado, aunque el mercado acabase atrapándola. Fue, en su momento, la creatividad sin resultados esperados, sin afán de reconocimiento, sin amargura por no prosperar en los círculos críticos.
Es una necesidad apasionada que tenemos todos desde que nacemos y sobre la que podemos dar varios enfoques. Séraphine le dio el suyo, conmovida por su propia fe y por su intensa comunicación con el entorno natural, mucho más agradecido que su entorno humano.
Séraphine es, también, una prueba más de que una cosa es el arte y otra cosa es el mercado del arte.
http://mujeresenelarte.blogspot.com.es/2009/03/seraphine-louis-seraphine-de-senlis1864.html
http://www.elpais.com.uy/Suple/Cultural/09/02/06/cultural_396508.asp
http://www.historiadelartecreha.com/index.php?/Biografias/seraphine-louis-seraphine-de-senlis-1864-1942.html
Fragmento de la película Séraphine: