Revista Psicología

La mujer y el sexo en los países islámicos

Por Gonzalo

En elPakistán rural se considera que una mujer siempre pertenece a un hombre  (su marido, y si no, su padre o su hermano) y a una familia (la suya, primero, y luego la del marido) y es portadora del honor de ese hombre y de esa familia, honor que se identifica con virginidad, castidad y fidelidad.

Si hay sospecha de que la mujer ha tenido algún contacto sexual ilícito, entonces esa mujer ha manchado el honor de su hombre guardián y de su familia, se convierte en una kari y pierde inmediatamente el derecho a la vida. Es más, el marido o la familia cuyo honor ha sido manchado tienen la obligación de lavar su honor, matando a la mujer.

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Preparativos para la lapidación

Los maridos matan con impunidad a sus mujeres acusadas de deshonrarlos. Las hijas violadas manchan el honor de la familia, por el mero hecho de haber sido violadas, y deben morir también.

El hombre que ha tenido contacto sexual con la mujer puede ser matado o, más frecuentemente, puede compensar con dinero o con otra mujer de su propia familia al hombre o a la familia ofendida por el deshonor.

Cada año, cientos de mujeres son asesinadas  (tiroteadas, quemadas, apedreadas) por este código del honor. Aunque en teoría la ley actual prohíbe los asesinatos por honor, casi nunca se denuncian y nunca se investigan ni condenan.

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A veces, emigrantes paquistaníes siguen las mismas costumbres en Inglaterra, donde sí son perseguidas.  En 1999, una madre y su hijo estrangularon entre los dos a su hija y hermana, acusándola de haberlos deshonrado por haber tenido una relación sexual fuera del matrimonio.

En los países islámicos la discriminación de las mujeres es constante. Incluso en el país más rico del mundo en petróleo,  Arabia Saudí, donde los hombres circulan en cochazos impresionantes, a las mujeres les está prohibido conducir su automóvil.

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Hace cuatro años, en el incendio de una escuela femenina de Arabia, los agitadores religiosos impidieron que las niñas salieran del local en llamas antes de ponerse los velos exigidos por la “decencia”, a fin de no escandalizar a los bomberos, con lo que gran parte de ellas murieron abrasadas.

En Bangladesh, los hombres despechados porque una mujer no atiende a sus requiebros, o porque la dote de su novia les parezca escasa, o por celos, con frecuencia recurren a arrojarles ácido sulfúrico a la cara, dejándolas desfiguradas y ciegas para toda su vida, condenadas a malvivir escondidas bajo un velo.

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Los tribunales locales imponen penas mínimas pecuniarias a los agresores como compensación a la familia de la agredida.

La mutilación genital de las mujeres es práctica casi universal en los países del África islámica central y oriental, como Egipto, Sudán, Somalia, Yibuti, Chad, Mali y norte de Nigeria. También se da fuera de África, en Yemen, Omán eIndonesia.

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En Francia, en 1999, fue condenada una curandera por practicar la ablación del clítoris a cincuenta niñas originarias de Mali. Esta costumbre ancestral precede al islam, que luego la adoptó en esos países como un medio para asegurar la castidad y fidelidad femenina.

Se calcula que en el mundo hay unos 130 millones de mujeres mutiladas genitalmente. Cada día se realizan unas seis mil nuevas mutilaciones. La costumbre garantiza la castidad y fidelidad de las mujeres, por lo que es defendida por los hombres obsesionados por su presunto honor.

Las propias mujeres también transmiten la costumbre, llevan a sus hijas a la curandera a mutilarlas y les cuentan todo tipo de mitos absurdos, como que el clítoris es peligroso para la salud, perjudica al marido y puede matar al bebé durante el parto.

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Hay diversos tipos de mutilación genital femenina. La más frecuente incluye la ablación (extirpación) del clítoris, el corte de los labios interiores, el corte de la parte superior de los labios mayores, la infibulación (obstaculización y costura) de la vagina, colocando a su través espinas afiladas como agujas, fijadas con cordeles.

La mujer queda completamente cosida y cerrada por debajo, con un solo agujero del diámetro de un palillo de dientes. Además del dolor tremendo de la operación, realizada al margen de cualquier higiene o tecnología actual por mujeres ignorantes e insensibles, y del trauma físico y psíquico correspondiente, a la víctima le aguarda una vida de dolores recurrentes.

Sufren cada vez que orinan o defecan y padecen durante las menstruaciones. Cuando se casan, son brutalmente desvirgadas y sufren en las relaciones sexuales, de las que no obtienen ningún placer, y experiencian terribles dolores cuando paren.

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Con frecuencia, los maridos insisten en que sus mujeres vuelvan a ser infibuladas después del parto o cuando ellos se van de viaje, a fin de asegurar su fidelidad.

Las mujeres somalíes, que se cuentan entre las más bellas del mundo, son objeto sistemático de estas prácticas brutales, condenadas a una vida de sufrimiento absurdo e innecesario. Obviamente, se trata de practicas culturales frontalmente opuestas a los intereses y tendencias de la naturaleza humana.

La mujer y el sexo en los países islámicos

Quizá la opresión más brutal y más abiertamente política de las mujeres fue la impuesta por el régimen talibán en Afganistán. Los talibanes, procedentes del medio rural, consideraban Kabul una ciudad pecaminosa.

Patrullas de jóvenes fanáticos religiosos con barbas crecidas y turbantes negros patrullaban constantemente las calles polvorientas, montados en los temidos Toyota rojos, armados y provistos de látigos de alambre, aterrorizando a la población y en especial a las mujeres.

Estas patrullas dependían del Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio. La virtud es cosa de hombres (la palabra ‘virtud’ procede del latín vir, hombre), mientras que las mujeres encarnan el vicio, la tentación y el pecado.

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Los talibanes vivían en un mundo de hombres solos y odiaban a las mujeres, a las que consideraban como seres inferiores, peligrosos para la pureza religiosa masculina, instrumentos del pecado.

Había que aislarlas a toda costa y dejarlas consumirse en silencio de miseria, hambre y enfermedad.

fuente: La Naturaleza Humana  (Jesús Mosterín)


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