Revista Cine
“Es verdad, si no fuera por la música, habría más razones para volverse loco”Piotr Ilich Tchaikovski
La música no es como las mujeres que quieren casarse, ni como los hombres que te desean, en ella no hay interés, ni disculpas, ni mentiras. La música es ganas y lealtad, ambición, y tolerancia, comprensión y alegría.
No encontrarás una melodía que te cuestione por haber llegado tarde, ni una canción que deje de reírse contigo porque no quiere casarse o ponerte cinco hijos, no hay fin en la música, ni disputa, ni separación. No existe sobre la tierra un solo acorde que amerite de un por qué para besarte en la boca o abrazarte. El sentido de la música se encuentra en sí misma, a diferencia de las relaciones humanas, que –erradamente- necesita marco y “orden” (como si eso existiera).
Por eso, es que en la música (no solo los músicos, mucho más quienes no lo somos y solo escuchamos y somos público) buscamos el amor perdido, ese que no hemos podido encontrar en nadie, ese afecto perfecto e incondicional que no rehuye, que no te embarca, que no se excusa, que no prela otros, que no jode, no te extorsiona, ni te obliga, que no te ciñe a una estructura social especifica: matrimonio, noviazgo, amistad.
La música es todos los efluvios y ninguno, es todos los amores y ninguno, porque nunca te pregunta para que la quieres, no tiene “utilidad”, no tiene “un lugar”, no tiene “un sentido”, la música es el sinsentido perfecto, porque no hay orden mayor que aquel que no esta regulado, el que sucede lejos de los condicionamientos del hombre, esos que se dan incluso en el afecto.
No hay regulaciones en la música, no hay condiciones en la música, no hay desolación en la música, ni tristeza, porque hasta morirse con música debe ser una nota.