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«La música de la Luna» | Relato de Carmelo Beltrán

Publicado el 08 septiembre 2016 por Carmelo Carmelo Beltrán Martínez @CarBel1994

«La música de la Luna» | Relato de Carmelo Beltrán

El mundo está lleno de soñadores, de locos, de personas que cantan en la ducha hasta dejarse la voz la última canción que no pueden sacarse la cabeza, de gente dispuesta a dejarse la piel por lograr una sonrisa más cada noche y de mantener la respiración para no asustar a los deseos.

Ellos eran de esos, de los que cada día miraban al sol con la chulería necesaria para hacerle frente, de los que gritaban a los cuatro vientos cada mañana que querían ser felices y que nada iba a interponerse en su camino. De los que siempre sacaban una excusa para reír aunque el mundo estuviese yéndose al garete, de los que se agarraban a la mínima pista de esperanza y la regaban cada mañana para cumplir sus sueños.

Sin embargo, nadie les enseñó nunca que de locuras no se vive, que de solo buscar las estrellas fugaces no se cumplen los deseos y que cuando la vida se vuelve en tu contra ni el más fuerte de los anhelos puede ayudarte a reconducir tu camino. Tuvieron que aprenderlo a la fuerza, con el impacto de un choque que hizo virar sus vidas ciento ochenta grados y que colocó a cada uno de ellos en una dirección opuesta, distante, que no les dejaba mirarse a los ojos.

Todo ocurrió una noche del mes de abril. La luna brillaba con la fuerza de un Dios que ataño se veneraba y sonreía cual niño que pasa su primera fiesta de pijamas en casa de un amigo. Les observaba, atenta, tocando con las olas del mar una melodía que les erizaba la piel, la música perfecta para una velada romántica frente a aquel horizonte en el que el agua se mezclaba con el color del cielo en el límite de sus miradas, las cuales cada poco tiempo se entrecruzaban en un festival de emociones que siempre terminaba con la ternura de un beso de los que solo se pueden dar dos personas que se sienten seguros estando juntos, con las manos agarradas y la expresión de felicidad esculpida en sus rostros.

Ni siquiera las canciones que cantaban a pleno pulmón en la orilla del mar podían presagiar el cruel destino que ni siquiera las estrellas atisbaban mientras les miraban embelesadas. Tanto ellis como el mar eran testigos del mejor musical de canciones de películas de Disney nunca había sucedido. El Rey León, Pocahontas o incluso Enredados se daban cita en aquel concierto. La Luna, como directora de orquesta, cerraba los ojos y trataba de entonar en cada momento la melodía que más se ajustaba al ritmo de sus palabras. Algunos decían que incluso se movía tratando de seguir la música que ella misma interpretaba.

De pronto el rostro del astro celestial cambió. Se tornó preocupado, ansioso e incluso exaltado por las circunstancias. Cuando observó que sus fieles cantantes cesaron el sonido de sus voces y se disponían a abandonar el escenario de arena se sintió traicionada, abrumada por las circunstancias. Se sentía pletórica, alegre, inmensa, no podía permitir que ahora que por fin estaba creando una obra de arte como mandan los cánones la dejasen a medias, la abandonasen como muchas veces había visto hacer a humanos sin corazón con perros que esperaban durante días completos a que regresasen. No, no podían marcharse, ahora no.

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Carmelo Beltrán

@CarBel1994


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