Revista Cultura y Ocio
Ahora que un monocorde desfino castiga eternamente mis oídos, recuerdo aún las viejas melodías de la infancia. Flotan en la memoria fragmentos de las nanas de mi madre, perviven aún estrofas cantadas por mi padre mientras me aupaba en el aire: "Cinco duros me da el rey por la cinta del pelo" (2), escucho muy lejano el viejo villancico que tanto me gustaba "Dime, niño ¿de quién eres?" y que cantábamos en el cole a los cinco años...
Uno de los momentos sonoros más impactantes de mi vida tuvo lugar en el Liceo Castilla, mi colegio, de los 6 a 10 años. En algún momento nuestra clase fue llevada a una sala de audiciones especialmente preparada con altavoces potentes y de calidad. recuerdo nítidamente que escuchamos algunos temas de Pink Floid. Quedé estupefacto, impresionado, invadido por aquellos mágicos sonidos que se sucedían y combinaban con pasmosa belleza. Aquella maravilla de música sinfónica la recuerdo como la más maravillosa sensación sonora de mi vida.
Canturreo para mí mientras me veo en el escenario del internado de Miraflores interpretando "La vida sigue igual", mi primera canción a concurso. Incluso me rondan en la cabeza las populares melodías de los 60 que utilizamos para poner música a una opereta infantil, "La Paca".
Rememoro mi desesperación con la bandurria. Mi anhelo frustrado por participar en la tuna del cole, atacando alegremente los punteos de "Clavelitos". No era capaz de leer el indescifrable código del solfeo. Era como padecer una dislexia musical, no lograba de secuenciar la, para mí, rapidísima sucesión de tonos y duraciones. El solfeo era un auténtico suplicio... 'Dios mío, no podría llamarse "solguapo" quizás así, se me hiciera menos penoso" pensaba. Un poco mejor se me daba la guitarra, pero nunca llegué a pasar de los primeros acordes.
La voz, sin embargo, pese a un oído regular; era bonita y me elegían siempre para los coros y festivales. Mi segunda interpretación en público, ante un abarrotado salón de actos lleno de mamás y papás, hizo derramar abundantes lágrimas cuando interpretaba "Cinco letras", una acaramelada canción sobre la "madre" cuyo rastro he intentado encontrar en internet sin llegar a conseguir la melodía (pero sí la letra, o "lyrics" como se llaman en la red).
En torno a los 13 años me dio por la batería. Tuve un abuelo tamborilero y eso se nota. Allí, en el internado de Arévalo, tenías que aprenderla por tu cuenta. Poníamos en el tocadiscos, por ejemplo, el tema de "Cenicienta" de Formula V y los acompañábamos decenas de veces hasta que, más o menos, sincronizábamos ritmo e instrumentos a la percusión original.
Mi fuerte seguía siendo entonces el aspecto vocal. La puesta de largo, como cantante, la realicé en el salón de actos de la localidad y, para la ocasión, los hermanos maristas (todos ellos muy comprometidos con la actividad musical) formaron un pequeño conjunto y preparamos un pequeño recital. A mí, me tocó interpretar "San Bernardino" como solista. Es el aspecto musical realicé una actuación aceptable, pero ¡horror! había que acompañarlo de un leve baile, casi un balanceo, en el que -tenso y forzado- no fui capaz de sincronizarme. Me quedó un regusto amargo de aquella actuación.
La vida continuaba y con ella nuevos lugares y canciones. En el verano realizábamos campamentos en Navalguijo, en la Sierra de Gredos. Era un pueblo muy pequeño, con casas de piedra, y sin electricidad. Organizábamos veladas en la plaza donde cantábamos canciones compuestas a propósito: "¡Qué bonito es Navalguijo!", a ritmo de mariachi... Agradecidos aplausos no faltaban entre la sencilla gente del pueblo.
Fue por aquellos años, en Arévalo, cuando sufrimos el peso de la censura reinante en la España de los 70. El suceso, que no comprendí en su día ocurrió más o menos así: Por mi buena voz formaba parte del coro que, muy bien instrumentado por los hermanos maristas del internado, amenizaba las misas "modernas" en una de las iglesias de la localidad. Estas actuaciones llegaron a gozar de cierta fama e incluso se publicó alguna reseña en la prensa local. El éxito mediático hizo que algún censor residente en la localidad acudiera a la misa de todas las tardes a auditar esos catares revolucionarios de los que había oído hablar. A la salida de una de las misas, nos retuvieron durante horas mientras gestionaban el atestado por haber cantado una tema que, aún estando publicado y consentido en la época, sonaba realmente atrevido: "Tiempo de despertar". La letra vendría como anillo al dedo a nuestros tiempos: Decía ni más ni menos que cosas como estas:
"Está la libertad encarcelada,Los bienes en poder de pocos dueños,Es el hambre la espiga que más creceY la envidia nos corre por el cuerpo.Quebraron la garganta del que hablabaGritando la verdad a los mil vientos,Por maestro se puso el mentiroso.Hoy no se puede estar mirando al cielo"
Ya en Tuy, en tierras gallegas, tuve el honor de ganar un concurso de villancicos. Aunque mi contribución fue solamente la letra, la música creada a propósito por el Hermano Suárez e inspirada en los espirituales negros combinó a las mil maravillas y, años después, con mi rudimentario solfeo vertí la melodía a una partitura mediante un antiguo programa informático.Anda por ahí, olvidada en algún cajón. En esos años me ejercité en la composición de letrillas para diversas conmemoraciones: recepciones, despedidas, cumpleaños... estos sencillos romances se cantaban por todo el mundo y eran muy bien recibidas por los homenajeados.
En Burgos, el la escuela de magisterio, aún tenía arrestos para subir a un escenario y cantar como vocalista junto a algún amigo a la guitarra. Fueron las últimas veces. En la escuela asistía muy interesado a las clases de música. Incluso me inscribí en la coral Universitaria Francisco de Salinas que dirigía mi profesora Gª de la Mora. Era divertido y participamos en algunos concursos y recitales. recuerdo una actuación en el Casino de Burgos (no nos invitaron ni a pipas), en Egea de los Caballeros (el certamen era estimulante y nos lo pasamos muy bien), en el salón de actos del Círculo Católico (aún poseo la grabación de aquel concierto)... Algo debió ver en mí la profesora pues en el boletín de notas de 2º me escribió una nota a lápiz pidiéndome que contactara urgentemente con ella pues quería proponerme una cosa. Yo, ya en vacaciones, no tenía ninguna gana de nada especial así que lo dejé pasar. No llamé. En el comienzo del curso, en la primera clase, recibí una tremeda diatriva en público de la profesora afeándome mi conducta. Resulta que me había propuesto para participar en un congreso de músicos aficionados y mi plaza quedó desierta. ¡Pues lo siento, pero esa no era la manera!. Pasé de un sobresaliente en música a un suficiente pelao. También en magisterio mi amigo Jesús y yo tuvimos la osadía de ser las ovejas negras del grupo de flautas contraalto al escoger un modelo (en color negro) mucho más barato que la recomendada (la marfileña flauta Honner). Los ojos de la profesora chispearon de ira cuando aparecimos con ellas, pero no pudo evitar que las usáramos todo el año. suongo que esto también influyó en la nota. Por aquellos años, Rick Wakeman, Queen, Yetro Tull... eran grupos muy populares. Con frecuencia nos reuníamos en casa de mi amigo Jesús y escuchábamos esos grupos. También había algún huequecito para practicar la guitarra o componer alguna canción. Mi única composición musical data de esa épcoa: "Tras las murallas" cantaba la despedida de un caballero que partía a la guerra desde las murallas de Burgos y tenía cierto aire juglaresco y de cantiga medieval.
Cuando empecé a trabajar como maestro aún conservaba ganas de tocar con los niños. El año que impartí primero me lo pasé muy bien cantando con los críos "Ya se murió el burro", ""La yenca"... incluso alguna vez me ayudó mi novia (ahora mi mujer) con los pasos de baile. Todavía algunos años después me atrevía a coger la guitarra y cantar villancicos por los pasillos en el cole. Aquello sonaba fatal pero nos lo pasábamos bien. Incluso algunos años más tarde, en Alcorcón, me tocó dar clase de música. Nociones elementales y flauta, pero se hacía evidente que no tenía muy buen oído. Aquello pasó sin pena ni gloria.
Fue por aquellos años que comencé a perder audición. Mi oído, finísimo en su tiempo hasta el punto de percibir un robo en el piso vecino antes que los propios dueños, empezó a tener dificultades para comprender lo que me decían. Empezaron los equívocos, la incomodidad en las coversaciones, los despistes... La alarma se disparó una mañana, en la que al levantarme, no oía lo que me decía Charo,mi mujer. Comenzaron las visitas médicas, las consultas al otrorrino, la medicación... Siguió un rosario de visitas a especialistas, incluso probé la relexología y la acupuntura. No sirvió de nada. De forma insidiosa un zumbido persistente se instaló en mis oídos. Tenía 35 años y aún perdura sin cesar un momento. Abandoné mi interés por la nueva música. Dejé de cantar. Apenas silbaba alguna vez (hasta que en una ocasión, Rosa, la conserje de mi colegio de entonces, me dijo lo mucho que desafinaba). Entonces callé para siempre.
Hoy es el día en que si se me ocurre cantar llueve. Me desintereso por los nuevos grupos (hago alguna excepción con Amaral y L.Cohen, que me encantan, pero tengo que escucharles decenas de veces a todo volumen para conseguir sacarles el gusto). Sólo me gusta la música que me sé, o la del Renacimiento (nítida, sencilla, sin grandes matices ni mezclas...), de los artistas nuevos, algunos como dije, pero solo después de escucharle muuuuuuchas veces.
Hay un aspecto ligado a la audición que me produce una gran frustración: se trata del aprendizaje de los idiomas. Sé un mal francés. Intenté el inglés y mis primeras clases fueron un desastre. Yo tenía que presentarme y lo que hacía era pedir un café según la profesora (las risas de los demás alumnos confirmaban su opinión). Me salvé por la campana: justo me dieron trabajo en aquellos momentos así que abandoné los grupos de conversación (y de tortura). Que conste, para la historia, que había empezado a estudiarlo por mi cuenta con el método Assimil, que había grabado todas las cintas (las heredó mi hermano Javi) y que practicaba con tesón aquellas frases tan surrealistas como: "My docto is rich"
En la actualidad contemplo con admiración y envidia a mi sobrina, casi una violonchelista ya, mejorando su virtuosismo día a día, pese a la dureza de la asistencia al conservatorio y los ensayos. Me decepciona mi sobrino, que prometía con la guitararra, y que ha vaciado la cabeza de notas para llenarla de pájaros. Miro con envidia a la familia de mi mujer donde casi todos (mi mujer, Charo es la excepción, tienen una memoria musical y un oído extraordinarios). Me subleba que ninguno (ni siquiera los sobrinos que heredaron estas virtudes) se anime a aprender un instrumento, a tocar o cantar en algún grupo. Si yo pudiera...