Hace un tiempo, en uno de mis viajes a Madrid, quedé sorprendido cuando alguien me habló de la calle “Pintor Fortuni” (pintor Fortuny); la verdad es que como reusense que soy el tema me pareció chocante, no comprendía como se le podía haber cambiado el apellido al pintor con lo famoso que es y después de mucho pensar, entendí la situación, se estaba pronunciando el apellido del famoso pintor del siglo XIX, paisano mío, tal y como lo debe hacer un castellanohablante; es decir, si la palabra acaba en “y” debe pronunciarse “i” igual que “rey” o “hay”. Por tanto, esta persona estaba pronunciándolo de manera impecable, igual que también pronunciaría Jaime Campmani para nombrar a Jaime Campmany y muchos otros ejemplos.
Y todo esto no dejaría de ser una anécdota si no subyacera en ello un mal endémico de este país, que no es otro en mi opinión que el poco o nulo conocimiento que hay en gran parte del mismo de la realidad plural y patrimonio cultural existente en varios territorios y que es, en teoría, de todos. Hay una mayoría del país que vive en una realidad monolingüe, de espaldas a una realidad mucho más compleja y cuando se entrevé la diversidad, por ejemplo, por declaraciones en lengua original y subtituladas de algún político catalán, reacccionan con tópicos harto conocidos y que no voy a relatar. Dejando aparte connotaciones políticas, que no son el objetivo de este artículo, creo que subyace en general un gran desconocimiento del inmenso acerbo cultural que significa la cohabitación de varias lenguas en un mismo territorio y todas ellas a nuestra disposición.
En este país se hablan diferentes idiomas y mi lengua materna, la catalana, es en teoría la segunda lengua del mismo por número de hablantes y producción cultural; de hecho, es heredera directa de la lengua hablada en su época en gran parte de la antigua Corona de Aragón (a los hechos me remito) y, por tanto, parte constitutiva de este Estado que se formó en el siglo XV por la unión confederal entre iguales de dos reinos por matrimonio de sus respectivos reyes, así de simple y así de complicado.
Así de simple porque no me imagino un país como Canadá donde un niño de Ottawa (anglófono) desconozca totalmente la realidad lingüística de un niño de Montreal (francófono), cosa que sí sucede en este país; vamos a ver, seguro que al niño de Ottawa no se le pedirá que recite a Molière pero seguro que algún mínimo conocimiento de francés tendrá; lo mismo al revés para el niño de Montreal.
Así de complicado porque hablar de ciertos temas provoca la sensación muchas veces de abrir la Caja de Pandora ya que uno corre el riesgo de ser malinterpretado por unos y por otros; que si mira el catalán este, que de qué va, que qué dice, etc. No es mi intención en lo más mínimo; sólo intento dar mi punto de vista particular y dar a entender que, quizá, con un mínimo conocimiento de la realidad lingüística plural, igual, y digo igual, se resolvería gran parte del problema territorial actual; por ejemplo, ¿qué tal una asignatura de “lenguas autonómicas” en la ESO?
Se trata de un asunto complicado y que desata grandes polémicas pero no olvidemos una cosa, tanto la Ñ como la NY representan al mismo fonema y, metafóricamente, al igual que las dos lenguas que las usan, son dos hermanas gemelas. Los hablantes de cada lengua somos los responsables de mantenerlas, cuidarlas y pasarlas a nuestros descendientes; si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?
Por último, permitidme volver al ejemplo que indicaba al principio, el dígrafo NY en catalán indica el mismo fonema que el dígrafo NH en portugués y occitano, el dígrafo GN en francés o italiano o la letra Ñ en castellano, por tanto, “Pintor Fortuny” se pronunciaría “Pintor Fortuñ”. Un abrazo a todos.