
Aunque muchas veces pretendamos olvidarlo, nuestras vidas y nosotros mismos estamos destinados a terminar. La finitud es nuestra condición y es en esta dimensión donde el concepto de belleza cobra sentido.
La vida de una flor es corta: un día de una flor equivale aproximadamente a diez años humanos. En ellas se palpa la finitud, pero al mismo tiempo son la expresión más apoteósica de la belleza.
El último artículo que he escrito y publicado en Dodho lo he acompañado de imágenes de flores en las que quise encarnar la belleza con fragmentos de finitud.
Si las flores no hicieran un esfuerzo constante por crear belleza, a pesar de la brevedad de su existencia, seguramente se verían obligadas a la decadencia y a una extinción lenta pero imparable.
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