Juan G. había tomado una decisión. Juntaba, desde unos meses atrás, algo de plata con el propósito de huir, en las vacaciones de primavera, a alguna playa del sur. Las aguas azules, el lomo del mar como recién lavado, le curarían, tal vez, de la culpa de no ser feliz.
En carne propia, lector, he conocido yo un estado semejante, que me resulta, a pesar de todo, tan difícil de describir. Es un estado de neurosis que me susurra cuando estoy imaginando a Juan una tarde cualquiera de otoño, entre los muebles fatigados de su estudio, suburbial, económico –a sólo una hora del centro… (“imaginando”, he escrito tramposamente, pero imaginar no quiero que imagines, lector; otro día vienes por aquí y te lo presento, a Juan G); ¿continuamos?... ¿no continuamos?... ¿Que por qué no quiero que imagines, ni imaginar yo a Juan? “Tiene gracia que un escritor…” ¿Por qué, por qué?
a) porque no quiero que tengas experiencias de segunda mano, ni escribo para llenar tu cabeza de otro porrón de imágenes - para eso están los que venden publicidad y libros como gorros de dormir.
b) porque me da la gana.
Y c) porque quien quiere ahorrarse encontrar por sí mismo ha de saber que para comprenderse y comprender a los otros hombres basta abrir la nariz, y el que no lleve la nariz centrada, que abandone el barco, no digo más.
Volviendo al caso de Juan: es indiferente suponerle una fisonomía concreta punto Juan no va por ahí con un espejo en la mano, para reconocerse internamente punto tampoco un pasado, ni un proyecto, si no es sobrevivir, alcanzar la ola cada vez más alta del presente, prueba olímpica en este tiempo-basura que nos reserva el papel de actores pasivos en la compañía mundial de los “artistas de Dionisos”: Dinero y Poder, Ambición, Codicia, Glo, Glo, Glo, Glotonería Globalidad y Trivialidad e Inconsciencia. ¿Pero quién no paga sus facturas a principios de mes? “¿Qué puedo pensar?, ¿Cómo quiero actuar?, ¿Qué debo, legítimamente, pagarles a ustedes?”. Conocer las variables respuestas que se da Juan a esas preguntas, sería necesario para imaginar a Juan como sujeto. Levantemos el trapo, con dos pares de cuernos. Porque a) vos, lector, sós cómplice; b) porque el tiempo del relato es una ficción y convenimos que ha muerto; c) porque no dirías: el tiempo del relato “era” una ficción, pues afirmarías lo contrario de donde partimos, y me llevaría infinito tiempo convencerte de por qué es así.
¡Por qué es así! Supones que yo deba satisfacer tu curiosidad gnoseológica…, espero que no supongas, también, que debo entretenerte…, si te he llamado “cómplice”, lo retiro.
(Rescribiendo) a) porque vos, lector, sós nada; b) porque el Juan real que vive y trabaja y sueña con unas vacaciones en el mar es el mismo Juan que vive y trabaja y sueña con unas vacaciones en el mar, siempre; c) porque puedes inventarte, si gustas, una aventura, y falsearlo: decir “era” pero “ahora es” o “está para ser”; y escribirle, tú -si gustas de esa micología completamente alucinante- un relato, con peripecia, interna incluso; con un tiempo, incluso, extendido entre el “era”, el “es ahora” y el “está para ser”, y, aún más -si gustas, digo- escribe tú, lector, la Babel.
Yo, la decisión firme de no alejarme nunca del Juan real.
Fulgencio Martínez