He leído el libro en una versión más antigua,
pero no encuentro la portada en la red
Hasta ahora no había leído ningún libro de David Foster Wallace (Ithaca, Nueva York, EE.UU., 1962 – Claremont, California, 2008), lo que no deja de ser extraño. Había leído muchas críticas a sus libros según aparecían en prensa, y uno de mis amigos lectores me lo había recomendado más de una vez. Creo que estaba ya casi convencido de empezar a leerlo cuando llegó la noticia de su suicidio, y esto contribuyó a que haya aplazado mi acercamiento a este autor hasta 2014. Si cuando Foster Wallace se suicidó yo hubiera tenido veinticinco años le hubiera empezado a leer esa misma semana aquejado de fiebres mitomaniacas; pero se suicidó cuando ya había cumplido treinta y cuatro, y su suicidio me hizo suponer que se iba a poner insoportablemente de moda, y empezar a leerlo entonces me pareció poco elegante. Respecto a que se iba a poner insoportablemente de moda tenía razón, pero quizás ya no tanta en que no debía de haberle leído por eso. Otro factor que me hacía dudar de si Foster Wallace iba a ser mi escritor era el hecho de que parecía más famoso por sus ensayos que por su narrativa, y esto hacía que no le viese como un “escritor puro” (esto es simplemente un prejuicio personal).
En alguno de los comentarios del blog, el poeta y reseñista de Estado crítico José Martínez Ros me recomendó empezar la lectura de Wallace por su primer libro de relatos, La niña del pelo raro. Decidí hacerle caso, aunque lo cierto es que más de una vez he hojeado en la biblioteca La broma infinita o los libros que recogen sus ensayos. Y lo cierto es que, si no recuerdo mal, esta no es la primera vez que saco de la biblioteca de Móstoles La niña del pelo raro; pero en la ocasión anterior algún otro libro se cruzó en mi camino y éste lo acabé devolviendo sin leerlo. Ahora, por fin, como me propuse a finales del año pasado, me he acercado a mi primer libro de David Foster Wallace.
En la contraportada de La niña del pelo raro se afirma que ésta es una recopilación de diez relatos; aunque por la extensión de alguno de ellos (superior a las cincuenta páginas de una caja de edición apretada y con la letra no muy grande) bien podríamos hablar de novelas cortas, o directamente de novelas, ya que el último relato del libro –titulado Hacia el oeste, el avance del imperio continúa- supera las 160 páginas y es claramente una novela y no un relato.
El primer cuento, Animalitos inexpresivos, empieza de un modo que me llama la atención: una primera escena con dos niños abandonados en una carretera que no parece tener conexión con lo leído a continuación; hasta que unas cuantas páginas después el lector comprende la trascendencia de esa primera escena en el relato (o más bien novela corta). Este relato, sobre el amor entre una joven ejecutiva de un programa de televisión y una de sus concursantes me ha parecido, una vez acabado el libro, que condensa ya muchos de los temas que le interesan a Wallace: el análisis de la cultura popular norteamericana, sobre todo la que gira en torno a la televisión, con nombres de programas reales y en más de un caso con personas reconocibles a los que él dota de una personalidad que se adecua a la de su relato y que no parece pretender alcanzar la verosimilitud real. Estos relatos han aparecido en revistas antes de hacerlo en formato de libro, y el libro está publicado cuando el autor tiene como máximo veintisiete años. Si un relato como Animalitos inexpresivos está escrito por Wallace cuando éste tiene unos veinticinco o veintiséis años no me caben dudas sobre las enormes expectativas que despertó su talento precoz. Animalitos inexpresivos es un relato que me atrapa de forma inmediata; una pieza clásica con algunas peculiaridades (no conectar de forma directa las escenas, crear su historia sobre programas de televisión conocidos, sobre personas reales, insertar en el cuerpo de la historia recortes de periódicos de la época narrada o citas…) muy personales, hace que éste sea un texto potente. Las metáforas y comparaciones que se usan en el texto están muy acordes a la época (“cielos que resplandecen como aftershave2, por ejemplo, en la pág. 44).
Menos me gusta el siguiente relato, Por suerte, el ejecutivo de cuentas sabía practicar la reanimación cardiopulmonar, que por su número de páginas sí que se adapta más a lo esperado de un relato. No hay nombres aquí, las personas son su profesión; alineadas en la gran empresa; pero al final les tocará compartir su angustia.
La niña del pelo raro, contada en primera persona por un triunfador republicado, con amigos punkies, aficionado a quemar a las personas y con más de una idea racista, me ha parecido muy divertido, muy irreverente.
Lyndon es otra de las piezas más destacadas del libro. En esta novela corta un joven homosexual nos narra su relación laboral con el presidente Lyndon Baines Johnson. Este relato desarrolla las características comentadas al hablar del primero: crear personajes a partir de personas reales de la cultura popular norteamericana, y en el cuerpo del relato se intercalan citas de biografías que relatan la época y apuntan características de los personajes retratados aquí.
John Billy me parece un divertimento, una narración sobre una América rural y deprimida que Wallace no se toma en serio en ningún momento. Una narración surrealista, desenfrenada y delirante, una parodia del relato épico, del western moderno. En estas narraciones irónicas y delirantes es donde me parece que más patina Wallace. Él no quiere a sus personajes, ni siente compasión por ellos, lo que hace que el lector no sienta ninguna vinculación emocional con ellos. John Billy tiene alguna imagen poética, conseguida, pero desde luego baja el nivel después del contenido y soberbio relato que es Lyndon.
Aquí y allí sobre los problemas de convivencia de una pareja joven, que muestra al psicólogo sus miserias, me ha parecido una narración fría.
En Mi aparición volvemos a encontrarnos con el mejor Foster Wallece que he empezado a conocer en este libro; de nuevo el tono es contenido y nos encontramos con unos personajes tan bien construidos como los de Lyndon o los de Animalitos inexpresivos; de hecho Mi aparición tiene mucho que ver con este último relato: también aquí la historia se teje en torno a un programa de televisión: una actriz de series es invitada al programa Late Night with David Letterman. Su marido y su agente diseñarán toda una estrategia para que Letterman no la deje en ridículo que hará que nuestra actriz se replantee sus relaciones sentimentales. Un relato soberbio.
Di nunca vuelve a suponer una bajada de nivel en el libro. No me llegó la historia de varios personajes entrelazados por los que Wallace no parece sentir mucho aprecio.
Todo es verde es un cuento de dos páginas. Correcto, muy clásico; me recordó a alguno de los cuentos más cortos de Raymond Carver.
Hacia el oeste, el avance del imperio continúa, como ya apunté al principio de la entrada, es con sus más de 160 páginas una novela. En ella se van a reunir en el corazón de Illinois todos los actores que han aparecido en anuncios de McDonald´s para realizar un macroanuncio. Esta novela es abiertamente metanarrativa, el narrador continuamente va interrumpiendo lo contado para reflexionar sobre la construcción de su historia, e ironiza sobre el material que constituye lo narrado. Lo cierto es que hubiera preferido leer una historia sin tanto juego metaficcional, sin tanto experimentalismo; igual que ocurre en los cuentos con los que he conectado menos de este conjunto, Wallace vuelve a mostrarse aquí cínico, sarcástico con unos personajes que sólo parece querer ridiculizar. De nuevo tenemos algunas escenas brillantes, algunas reflexiones de talento y en más de un caso una sensación de deriva narrativa, -parafraseando a uno de los personajes de la novela- de alarde de chico con talente que parece decirle al lector: «Mira, mamá, sin manos».
En resumen La niña del pelo raro me ha parecido un conjunto de narraciones muy versátil, de muy diverso tono en el que un joven David Foster Wallace se encuentra todavía en proceso de hallar su voz y modular su talento. Curiosamente las narraciones que menos me han gustado han sido las más experimentales, como John Billy, Aquí y allí y Di nunca; y las más conseguidas han sido de las que se desprendía un aire más clásico y de compasión hacia los personajes tratados, como Animales inexpresivos, La niña del pelo raro, Lyndon y Mi aparición. Cuatro narraciones magníficas que ya por ellas mismas justifican la lectura de este libro.
El joven David Foster Wallace me ha parecido un narrador dotado de un gran talento. Es seguro que repetiré con él. Me apetece el libro de ensayo Algo supuestamente divertido que no volveré a hacer y la novela La broma infinita.