Revista Cultura y Ocio

La novela invisible

Por Calvodemora
La novela invisible

“Proyectos para cuentos y novelas, reflexiones sobre el arte y la vida, pequeños poemas y aforismos, recuerdos, esbozos, pasajes de ensayos, citas de autores y breves notas sobre lo ocurrido durante el día”.
Thomas Mann (tomada de Rafael García Maldonado)
Tenía un cuadernito rojo de anillas de pasta dura con el que salía a diario. Había días en que escribía frases sueltas, ocurrencias sobrevenidas sin que supiera cómo atajarlas. Días febriles y también estériles. Los febriles una parte del tiempo en el que paseaba o hacía cola en la charcutería o escuchaba la radio o tomaba café en una terraza. Al principio me cohibía sacar el cuadernito, delatar su presencia, hacer ver a los demás que una parte mía no estaba con ellos, lo cual no siempre era justificable pero tampoco algo que yo pudiera evitar, aunque aprendí a comedirme y a guardar memoria de esas pequeñas injerencias narrativas, que a veces solo eran ramalazos, notas sin cuerpo, destellos de una luz a la que todavía no había adjudicado un motivo o un cuerpo al que iluminar. No es un cometido elevado, no tiene más utilidad que la de registrar la realidad, más valdría a veces no hacer caso, ni oír el rumor que prorrumpe a su antojadizo capricho, apartando otros rumores, pesando en una balanza secreta el invisible valor de unos y otros. No siempre se atienden los que de verdad importan, no existe una brújula, no se tiene propiedad del mapa ni instrucciones para entender sus marcas. Luego no todos los apuntes prosperan. Algunos son cancelados. Son brochazos (rudos en ocasiones) que no tienen después continuidad, pero hay otros de los que uno se siente dueño, salen sin que haya corrección, no se les asigna un cuidado mayor, aparecen con esa voluntad torrencial de quien, en parte, es mero instrumento de una fuerza interior que no gobierna y que le empuja a escribir. También está disponible la memoria. Se escribe por muchas razones y una es la que proviene de lo que no existe, de cuanto ocurrió y se tiene a recaudo, mimado en esa oscuridad luminosa de los recuerdos.


No existe rito que propicie la escritura. Las palabras siempre están a mano. Unas van tirando de otras, se buscan, ajustan su brillo, administran el contorno hasta que ocupan el lugar que les corresponde. El hecho de que se las nombre hace que existan. Se incorporan a la realidad, la cincelan. Es posible que el texto ya estuviera y uno únicamente se encargara de apartar la bruma y adecentar las partes vistosas, las que más se impregnan y con más visible ahínco nos interrogan. Mann hizo de su literatura una crónica de las crónicas, un inventario pormenorizado del transcurrir del tiempo. La montaña mágica (inolvidable Hans Castorp y el sanatorio en Davos) debió alimentarse de esos apuntes. Unos con más fortuna que otros se integraron en el relato. No es una novela sobre las enfermedad, pero planea sin que se alerte sobre ella ni se le asigne una prevalencia. En las notas de Mann, las que propiciaron algo de su obra publicada, habrá otras novelas ocultas, invisibles. Me pregunto si en mis notas (ahora escribo en el móvil, ese es mi cuadernito rojo de anillas y pasta dura) estará mi novela. Ya la tengo casi acabada. Estoy pasando un bache, un revés, un agujero, un no sé qué me pasa, que ni yo mismo me entiendo, escribió Aute, ahora escribo yo. Tengo miedo de que acabe. También habla del tiempo y de la enfermedad. Hoy le busco título. Ninguno tan redondo como el de Mann. En la elección de los títulos intervienen circunstancias extrañas. Hay cuentos que provienen del hallazgo de un título deslumbrante, de los que te parecen perfectos y a los que intentas acoplar una trama pareja, pero te puedes tirar horas, reemplazando unos por otros, creyendo que uno ha superado la criba definitivamente para más tarde comprobar que ha caído y no te agrada, hasta lo consideras pésimo. No creo que hoy resuelva mi propósito, el del título para mi novela. Manejo tres, dos de ellos muy parecidos. No será ninguno de ellos, tendré la epifanía cuando me lo espere y me asaltará en el lugar menos propicio, no sé, en la cola de la charcutería (hace falta embutido en casa) o en la cama, cuando se te empiezan a nublar los ojos y la mente adquiere esa cualidad asombrosa de ver al tiempo lo velado por los sueños y lo revelado por la realidad. Sé sin margen de duda a quienes se la daré, esos primeros lectores que siempre serán temibles. Tengo tres o cuatro insobornables. 

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