La novelista fingida es la tercera obra que leo del autor, y de bien seguro que no será la última porque ya me puedo autonombrar fan acérrimo de Rafael R. Costa.
Su última novela, finalista por cierto del concurso Amazon para escritores independientes, es sencillamente espectacular. Como decía, esta es la tercera obra que leo del autor y reconozco que, a diferencia de las dos anteriores, en esta La novelista fingida, el ritmo de la prosa ha aumentado varios metros por segundo colocándola en un espacio más al gusto de un mayor número de lectores.
La novelista fingida narra la vida de un parásito, Rita Amber, que decide poblar el cuerpo de otra persona hasta convertirse en algo a lo que jamás hubiera llegado por sus propios medios. Un cuerpo del que se aprovecha en todos los aspectos, y que por casualidad es el de una escritora, una joven con un talento inusitado a la que se pega hasta…, bueno, para saber lo que sigue hay que leer la novela, pero si bien no quiero desvelar trama, sí que me veo obligado a decir que esta historia es una obra genial para escritores, para lectores también, por supuesto, pero es mejor aún para los escritores porque Rafael hurga en nuestras vergüenzas poniéndonos a todos el apellido Shackleton frente a la nariz y diciéndonos eso de que “todas las novelas del mundo son de amor”, como si el amor fuera la única emoción que usa un autor para escribir una novela…
Tras un capítulo inicial maravilloso, como ya nos tiene acostumbrados, en el que las luces, las sombras, los juegos dialécticos, la música, el lugar, e incluso el ritmo de la prosa hacen pensar al lector que en cualquier momento va a aparecer Lauren Bacall del brazo de Humphrey Bogart, quizá custodiados por el gran Alfred Hitchcock, el autor onubense nos introduce en una historia de envidias, de amores no correspondidos, de talento mal repartido y de ambición, de mucha ambición, tanta como la que despliega el fascinante personaje de Barbara L. Shackleton, y tras cuya fragancia de perfume caro vamos todos detrás, pobres ratoncitos hinoptizados en Hamelín, en fila india dejándonos acunar por su encanto, sus éxitos y su falsedad. Una novela en la que apenas juegan cinco o seis personajes, pero construidos de tal forma que el lector parece estar viéndolos desfilar frente él. Quizá una de las mayores cualidades del señor R. Costa, además de dominar el verbo, sea la excelente capacidad de construcción de sus personajes, dibujados con un pincel artístico hasta el más íntimo detalle. Sus ropas, sus olores, sus maneras, sus andares, como diría aquél, todo perfectamente planificado y mostrado al lector de forma magistral.
La historia, que comienza en el año 1969 y sigue allá por los setenta, parece más bien una aventura de los cincuenta, de la época glamurosa y dorada hollywoodiense, aunque creo que esa es también otra de las trampas del autor, otra de las falsedades de la novelista fingida, pues ni los personajes ni su protagonista principal pertenecen a los años de las patillas horribles, peinados afro y pantalones de pana con patas de elefante. No. Barbara Louis Shackleton nada en glamour y pomposidad, falso y robado, por supuesto, pero no por ello menos pretencioso ni perfumado.
Maravilloso el personaje de Stephan, el poeta, el amigo, el defensor de la verdad, uno de los pocos que ve la realidad desde la primera muestra de falsedad. Es magnífico como el autor nos enfrenta al declive del personaje, a su desesperación, a su aparición última envuelto en un drama de película de blanco y negro; extraordinaria también la madre de Alice (nadie puede engañar a una madre), y los empresarios de las letras, tiburones acostumbrados a nadar en billetes de dólar cuando los libros eran un negocio millonario. Excelentes también las muchísimas frases brillantes de la novela:
“Sólo una monja católica puede exclamar y susurrar en un solo golpe de voz”,Pero si tuviera que definir la novela del señor R. Costa con una sola frase, sin duda utilizaría una de él mismo, aquella en que dice que todas las novelas son de amor, pero no de tramas de amor, sino que la verdadera historia de amor es escribir la novela y no su contenido. Imposible definir mejor la relación que se crea entre un autor y su obra, una historia de amor que dura lo que dura la creación y que se rompe tan pronto como la novela deja de pertenecer al autor para ser propiedad de nosotros, sus lectores. Un amor que de usarlo mucho a algunos se nos gasta y a otros, como a Rafael R. Costa, se le acrecienta dando pie cada vez más a extraordinarias historias.
“Sin duda era la nariz perfecta para una agente literaria”,
“El éxito estira la piel, blanquea la dentadura, tornea los hombros, alarga las pestañas.”,
“¿Sabes, querida? Es en el éxito y en el fracaso donde se aprecia la verdadera naturaleza de una persona: en el territorio intermedio sólo fingimos ser quienes no somos.”, o
“Nadie sufre por obligación, querida. Menos todavía en esto que llamáis literatura y que no es más que orín de hadas”, la mayoría de ellas en boca de la fingida novelista, la señora Barbara L. Shackleton.
Para mí queda en la anécdota que la novela haya conseguido llegar a finalista del concurso de Amazon, escogida entre miles de obras, como quedaría igualmente en anécdota que esta novela gane tan dificultoso galardón, y no lo digo por envidia mal fingida, ni porque la novela no lo merezca, pues sin haber leído las otras, sin duda es una digna merecedora de cualquier premio. Digo que para mí es una anécdota el tema de quedar finalista o ganadora del concurso porque creo que este galardón no es suficiente para catalogar la novela de Rafael R. Costa. En mi opinión esta novela, que sin dejar de ser extraordinaria me parece menos compleja que El caracol de Byron, no me siento demasiado cómodo situándola dentro de la comercialidad de Amazon. Por supuesto que le deseo al autor miles, cientos de miles, millones de ventas de su novela, pero la pieza merecería algo más a lo Barbara L. Shackleton y su Cabellera de Dalilah, pilas de libros en las mejores librerías en lugar de cientos de miles de descargas…, sí, lo sé, quizá me he dejado influir demasiado por los cócteles y el glamour de la novela, pero estoy convencido de que el propio autor se sentiría feliz de ver algo así y lo merecería, pues creo que es posible que nos encontremos ante uno de los grandes actuales en nuestro idioma, un autor que flirtea con las letras de quilates como un orfebre profesional y de quien me cuesta comprender por qué no es una de las figuras editoriales españolas. Quizá sea cuestión de ritmo, que el de él sea más de otro tiempo que del actual, o de suerte, o por su afinidad a los colores del Recre, no lo sé, pero de lo que sí estoy seguro es de que si yo fuera editor agarraría a este autor por el bigote, o por el sombrero, y lo pondría de gira por todas las librerías de España y América hasta que su La novelista fingida superara las pilas de libros del Mario Puzo de turno.
Resumen del libro (autor)
Barbara L. Shackleton, antes Rita Amber, consiguió un éxito abrumador con su primera novela. Se vendieron millones de ejemplares y la historia fue llevada al cine, con buen presupuesto y una otoñal Bette Davis como estrella rutilante.
Durante unos años vivió de esa fama y hasta mereció el Premio Pulitzer de 1972. Cuando sus millones de lectores, así como su editor, le piden la segunda parte se refugia en su mansión de Long Island.
Allí se abastece de una docena de máquinas de escribir, y compra muñecas antiguas a las que corta el cabello con unas tijeras para hacerlas parecer a la protagonista de su libro.
La inesperada visita de un conocido hará que la novela que la llevó a la cumbre literaria muestre sus secretos.