En enero estaba segura que mi vida seguía el curso marcado, comenzaba a vivir plenamente y como quería, y no solo en el aspecto material. Dos años atrás había abandonado la profesión que la vida me puso en el camino y que no hice ningún esfuerzo por rechazar, pese a sentirme insatisfecha con la filosofía de vivir de convencer a otros que “necesitan lo que no necesitan”. Me disculpo si ofendo a quienes sienten pasión por la profesión, pero en estos tiempos de pandemia, los sentimientos emergen sin control y sin filtro.
De niña escribía poesía o relatos muy cortos que surgían de forma tan natural como respirar o dormir. No obstante crecí en una sociedad que señalaba a la mujer, y consideraba que el arte no era una forma digna y productiva para ganarse la vida. No me cuestioné. Carecía de un modelo a seguir y pese a mi rebeldía, era cierto, no había manera de vivir del arte y menos con la presión de una familia con vocación mercantil.
Sobreviví insatisfecha y resignada con mi existencia por más de cuatro décadas, hasta que la vida me descerrajó la costra de desidia emocional y apatía que envolvía mi alma. Una que por su peso y grosor, me había despojado de las fuerzas para animarme a dar el paso y luchar por mi sueño.
Un suceso desolador cambió mi vida de forma intempestiva, extrema y amarga, pero consiguió que la costra cayera y se descubriera la piel de mi alma, una que tenía ansias por vibrar con la vida. Desde entonces me permito sentimientos y experiencias que siempre me había negado por inseguridad, pero sobre todo, por temor a defraudar a quienes tenían expectativas con mi vida, para sus vidas. Desde entonces encaucé mi vida en dirección a mis sueños. He vivido buenas experiencias y otras no tanto, que me han proporcionado el nervio para ir tras ellos.
No ha sido fácil después de casi medio siglo archivados en el baúl de las ilusiones olvidadas, cubiertos del polvo de lo imposible y oxidados por la indiferencia.
Me hizo mucha ilusión terminar mi primera novela. Viajé a Barcelona y la entregué a una editorial con pasión y amor por las letras, porque mi manuscrito representaba la esperanza de una carrera tardía pero posible, hasta que un personaje indeseado visitó el mundo: el coronavirus, con el poder para hacer trizas cualquier plan, hasta el mejor elaborado.
Como todos, pensé que sería cosa de un par de meses, jamás que estaría por bordear el año y con antojo de extender indefinidamente su estadía. Sin embargo no me rendí, al enemigo hay que mirarle a los ojos y retarle. Qué mejor que con un ensayo que le arrebatara la máscara; el tema de moda, como le escuché a un editor reconocido, no podía fallar. Escribí sin descanso, había que apresurarse, publicar antes que terminara la pandemia. Y para ello debía obviar el proceso de una editorial, particularmente en mi país, donde todo se mueve bajo un halo de influencias de las que carezco.
Con la tecnología de mi parte en la era de la democratización de la información, publiqué mi nuevo libro. El anhelo por el cambio para renacer al estado de total pureza comercial, me impulsó a resetear la experiencia de mi profesión he ignoré el mercado; había idealizado la noble profesión de las letras. De ese modo descubrí que el amor al arte desaparece en la prisa comercial solventada por el statu quo.
Me encontré con al menos una docena de plataformas que permiten la autopublicación y sin costos previos, prometiendo una vitrina idónea para el escritor novel. Sin el tedioso filtro de algunos editores, que se piensan, son una clase de dioses con el poder de censurar, pese a no tener idea de cómo iniciar un relato, menos imaginarlo. Bueno, después de todo debe resultar agobiante cuando la oferta es desmesurada.
Docenas de libros ven la luz diariamente en estas plataformas. Algunos con una narrativa digna de admirar, otros que lo intentan y otros más prácticos, hacen dinero sin talento, con títulos aferrados a la debilidad humana y contenidos sin sustancia, pero que se venden como agua en el desierto, algo bueno tendrán. Con ese escenario, no resulta fácil hacer la diferencia, pero si impulsa a ir contra corriente, mi máxima de vida.
El objetivo era alcanzar el estado de pureza total, el equilibrio, sin estrategias de persuasión: al pan, pan y al vino, vino. Todo un reto si se piensa que el actual modelo económico prefiere pisar en terreno firme, sin arriesgarse en idealismos y menos en conceptos de sustentabilidad y ética. Al fin y al cabo el marketing está para vender, entregar resultados inmediatos, no conoce otro camino.
Y cuál quijote me enfrenté al sistema en modo y contenido, luchando para que mi libro no naufragara en el océano infinito de los libros. A la fecha no tengo resultados concluyentes, pero está claro que no son abrumadores. El tema de la pandemia no se está vendiendo como agua en el desierto, sencillamente porque la gente se resiste a la nueva normalidad y se decanta por temas que les evite mirar la realidad a los ojos. Ya no es posible ocultar la crisis económica y social con la política y el consumismo exacerbado.
La crisis por coronavirus ha demostrado que no las tenemos todas con nosotros, me atrevería a decir que no tenemos ninguna por más que nos empeñemos en afirmar lo contrario. Solo hace falta echar una ojeada a las redes sociales como LinkedIn: hay escasez de contenidos innovadores y sí muchas solicitudes de empleo, sin contar con los que continúan pensando que con la misma fórmula se consiguen resultados distintos. En cambio abundan los vídeos y mensajes de superación: tímidas exclamaciones de optimismo y renovación, porque muchos temen que su marca personal se vea afectada por la demostración pública de sus sentimientos. Con todo, creo que el coronavirus está resultando un suceso doloroso e inesperado que obliga un diagnóstico personal y social, invita a ver y descerrajar la costra.
Pese a mis modestos resultados, no me arrepiento de intentarlo, sencillamente lo hice, me hace feliz. No tengo la solvencia económica de hace un año, pero me sobra energía para continuar liberándome del statu quo: hace un año no me hubiera planteado escribir algo como esto sin considerar de qué modo afectaría mi marca personal. No puedo, ni quiero hacer pronósticos, sencillamente no tengo idea de qué va suceder con las marcas, con el mercado en la economía de la nueva normalidad. Prefiero ir sorprendiéndome de a poco, saboreando el descubrimiento de esta faceta inexplorada de la vida, y donde solo tengo certeza que las acciones de hoy repercutirán en el mañana.
Estoy agradecida con esta pandemia por coronavirus, le ha asestado un golpe contundente a mi soberbia y me agrada porque de lo contrario nunca me hubiese atrevido a escribir estas líneas. Y es que se siente muy bien... Una feliz vida para todos.