En unos segundos me vas a llamar hijo de puta.
Has planteado tu caso de manera impecable.
Has acertado con los dolores y los has incremenado hasta convertir la jaqueca en tumor.
Te has callado y has dejado que el cliente se desahogue.
Has soltado beneficios con los que hasta un calbo sentiría su melena ondulando a los mandos de un descapotable.
Y hasta características has incluido para que el tolai del hijo del jefe no llore.
Las únicas objeciones que han aparecido son las que te interesan.
El precio es bueno y el cliente te dice que le gustas.
Y sin embargo sabes que no.
Algo no ha fluido.
Lo has olido.
Has buscado dentro, fuera y hasta lo has preguntado, pero no lo has encontrado.
Y, sin embargo, ahí está.
Algo ha pasado… o mejor dicho, no ha pasado.
¿Te digo qué ha sido?
Ahora es cuando me llamas hijo de puta.
¿Listo?
Credibilidad.
No te lo crees, el cliente no se lo cree, el karma no se lo cree.
El rechazo es visceral, nace en la amigdala.
Que sí, que eres estupendo y me pones muy cachondo, pero joder…
Joder…
Cuando me has tocado tus manos raspaban.
Cara de veinteañera, manos de labrador de borraja.
Ahí mi cerebro ha dejado de masticar.
Sin credibilidad no hay piel de gallina.
Ahora el problema ya lo sabes.
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La entrada La objeción invisible se publicó primero en Luis Monge Malo.
