Domingo 29 de junio de 1986. La fecha permanece intacta en el inconsciente colectivo de la Argentina. Es el recuerdo del título celeste y blanco en el Mundial de México. Un momento extraordinario para el pueblo futbolero y, más aún, los 22 nombres que pusieron sus manos sobre la Copa del Mundo. La obra cumbre fantaseada por cada uno de ellos. Y de ahí en más, un cambio interior en sus días. Pura satisfacción personal. Tal como le ocurrió a Jorge Valdano, el hombre que llenó su boca de gol en la final contra Alemania. “Yo no fui otro desde aquel logro, pero sí fui un poco más feliz cada día de mi vida sólo porque, en algún lugar de mi subconsciente, tengo la tranquilidad de haber vivido la experiencia máxima que un jugador vocacional pueda vivir en el mundo del fútbol”, reveló tiempo atrás al diario La Nación. Un testimonio contundente. Igual que el cierre de aquella confesión íntima: “No es que todos los días me levante, me mire en el espejo y me declare campeón del mundo mientras me afeito. Pero sí que hay una especie de orgullo contenido en el hecho de saber que me tocó vivir uno de esos episodios perfectamente envidiable”.