Revista En Femenino
Esta mañana fui al banco a llevarte una carta, pero de pronto apareciste en la ventanilla y sonreíste a la mujer que estaba primera en la cola. No me atrevía a hablarte después de todo lo que pasó, y salí disparado. Y ahora estoy arrepentido.
He sido un cobarde, sí, y no solo ahora, soy un cobarde desde que mis padres me pensaron. Nací cobarde y moriré cobarde. Nunca he tenido el coraje suficiente para enfrentarme a la vida y sus dificultades... Pero, qué te voy a contar a ti, seguro que tu madre ya te lo ha dicho, que no tengo huevos, y me habrá llamado cosas mucho peores que cobarde... no le falta razón. Quizá hoy era la última oportunidad de reparar todo el daño hecho, de intentar, al menos, convertirme en una persona digna y no en el pingajo que me he sentido toda mi existencia.
Pero no he podido, he sido incapaz. Llevo meses escribiendo la carta que llevo en esta carpeta llena de fotos, de recuerdos, de un árbol genealógico que tú seguramente desconoces, porque no creo que tu madre haya tenido el detalle de decirte quiénes eran tus abuelos, tus tíos, que tienes primos en Barcelona y que mi tío es un conocido compositor. Ella habrá borrado de un plumazo toda mi existencia, todo lo relacionado conmigo y con lo que me rodea. Normal, yo hubiera hecho lo mismo en su lugar, pero no deja de cabrearme el pensar que no sabes nada de mí ni de los míos y que solo a mí mismo se puede culpar de ello.
En la carta te explicaba que, aunque nadie me crea, he pensado en ti todos y cada uno de los días de mi vida, cada hora, cada minuto... tu carita de niña regordeta, tus rizos negros, tu manita cogiendo la mía y llamándome papá con esa lengua de trapo que tanto me hacía reír. Te quería muchísimo, hija, no te lo puedes ni imaginar. Pero la vida no siempre es como queremos... que tontería acabo de decirte... eso ya lo sabes tú desde los seis años, cuando desaparecí de tu vida, cuando un buen día me hice humo y no volví a darte un beso cuando ya estabas en la cama. Y no has vuelto a saber de mí, pero yo de ti sí, mi amor, siempre... He tenido millones de ojos espías, he pagado a gente para que fuera a hacerte fotos en tus funciones del colegio, el día de tu graduación... No te he dejado nunca, siempre has estado a mi lado... Pero he sido egoísta, porque yo he visto satisfecho de alguna manera mi deseo de ti, pero no he permitido que tú hicieras lo mismo. Lo siento, mi sol, lo siento tanto...
Estaba enfermo. Ya sé que suena trágico y poco creíble viéndome tan sano por fuera, pero este tipo de enfermedades no dan muestras externas. Mi vida antes de ti no fue fácil. Ni siquiera estaba con tu madre por amor. Ella se quedó embarazada y yo pensé, creí, y lo intenté con todas mis fuerzas, que estaría a la altura, que me convertiría en un padre y un marido convencional, aceptable. Fracasé, evidentemente, no os di a ninguna lo que necesitabais. Muy pronto volví a mis timbas, a los antros en los que las malas almas se juegan hasta los calzoncillos, volví para dilapidar el dinero de tus pañales, de tus juguetes, incluso de tu comida. Hasta que me arrestaron, esa noche en la que perdí los nervios y le metí un navajazo a ese prestamista del infierno. No me arrepiento de ello, se lo merecía, pero no ha sido la cárcel mi castigo, ha sido alejarme de ti. Tu madre decidió separarse y no volver a verme y yo, cuanto salí de la celda, pensé que era mejor que no tuvieras contacto conmigo. Te abandoné, así, sin más, sin echar mucho la vista atrás, pero con un ejército de escorpiones picándome por dentro cada vez que me acordaba de tu nombre, de tu cara, de tus abrazos y de tus besos sonoros.
Conseguí salir de todo aquello, no sin esfuerzo, y gracias a un ángel disfrazado de mujer que se me cruzó en el camino. Aún así, fui incapaz de acercarme a ti, de hacerme presente e intentar normalizar algo que evidentemente era todo menos normal. Podría, al menos, haber ido paso a paso, acercarme, presentarme... Pero me volvió a faltar el valor, ya te he dicho que soy un pusilánime.
Ahora ha llegado el momento. Sé que vas a tener un bebé, mi nieto, y no quiero vivir ni un minuto más alejado de vosotros. Necesito volcar en ese niño todo el amor y el cariño que debí ofrecerte a ti de niña y de adolescente, necesito borrar mi anterior actitud, demostrar que soy una persona de verdad, de carne, hueso y corazón. Lo necesito...
Sé que estoy siendo muy egoísta, solo hablo de mis sentimientos, de lo que yo deseo, y parece que en ningún momento me he puesto en tu lugar y he pensado, como un padre hace, en lo que tu precisas y demandas. No es así, créeme, me he imaginado un millar de reacciones de tu parte, desde el abrazo al bofetón, de la indiferencia a la crueldad... y la única conclusión a la que he llegado es que tú también deberías tener derecho a decirme lo que quieras, a darme otra oportunidad o a cerrarme tu puerta de golpe. Creo que te tengo que otorgar el chance de poder expresarte, de reaccionar como uno de los millones de veces que, estoy seguro, tú has imaginado mi llegada, mi presentación como ese padre ausente que te abandonó cuando apenas comenzabas a entender la vida.
Hija mía, hoy he ido al banco, te he visto sonreír y me ha dado tanto miedo tu rechazo que he vuelto a ser el títere que era y me he marchado. Y por eso ahora te estoy escribiendo esta nueva carta. Quiero que la tengas junto a la anterior, en la que te daba datos más explícitos de dónde me podías encontrar y cómo he vivido hasta ahora. Esta misiva es más personal, más fruto de mis sentimientos, sale directamente de mi corazón dolido y estrujado hasta límites insospechado.
Querido niña, espero que algún días puedas perdonarme y me des, al menos, la oportunidad de tomar un café y verte sonreír como lo has hecho hoy ante una señora que iba delante de mi en la cola.
Te quiere,
Tu padre