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La ortografía, un sistema coherente y ordenado

Por Lasnuevemusas @semanario9musas
La ortografía es mucho más que un conjunto de normas que regulan la representación escrita de una lengua; se trata, en realidad, de un sistema coherente y ordenado cuyo propósito trasciende lo meramente prescriptivo.

En este artículo profundizaremos en el tema.

Como es sabido, el código de escritura no solo está compuesto por los signos que representan gráficamente el lenguaje, sino también por un conjunto de normas que dan cuenta de cómo y cuándo estos signos deben utilizarse. Este conjunto de normas, en principio, es lo que se conoce con el nombre de ortografía, vocablo de origen griego que significa 'recta escritura'.

Asimismo, con la palabra ortografía se denomina a la disciplina lingüística que se encarga de describir y explicar fundamentalmente tres cuestiones:

  1. Los elementos constitutivos de la escritura de una lengua.
  2. Las convenciones que rigen el uso de cada uno de estos elementos.
  3. Los principios y criterios que se emplean tanto en la fijación de las reglas como en sus eventuales modificaciones.

Por todo esto, se puede decir que la ortografía opera desde una perspectiva predominantemente sincrónica, ya que se ocupa de explicar el sistema de convenciones ortográficas vigente, más allá de que, como toda disciplina lingüística, pueda operar también desde una perspectiva diacrónica, como, por ejemplo, cuando analiza la evolución que tuvieron esas convenciones a lo largo de la historia.

Ahora bien, como ya se ha adelantado en la introducción de este trabajo, la ortografía de una lengua es mucho más que una simple combinación de reglas; es un sistema coherente y ordenado, conformado, a su vez, por la articulación de varios subsistemas. Digámoslo de este modo, todas las ortografías cuentan con un sistema de reglas que establece el valor de las letras en la representación escrita de las unidades léxicas; la mayoría de las lenguas añaden a este gran sistema varios subsistemas más, que informan del valor y uso del resto de sus elementos: el subsistema acentual, el subsistema de los signos de puntuación, el subsistema que reglamenta el uso particular de las letras mayúsculas y minúsculas, etc.[1] Por lo general, los tratados ortográficos se estructuran con arreglo a estos subsistemas, a los que se les suele dedicar un apartado o capítulo específico.

    El carácter normativo de los sistemas ortográficos

Como ya se ha dicho, los sistemas ortográficos son mucho más que un conjunto de convenciones que regulan la correcta escritura de una lengua, lo que no significa que estos sistemas no tengan un carácter fundamentalmente normativo. Las reglas que surgen de la relación entre sistemas y subsistemas ortográficos deben ser respetadas por todos aquellos que pretenden escribir con corrección, y su incumplimiento será considerado siempre como una falta (de ahí lo de las faltas de ortografía).

Estas reglas ortográficas, a su vez, pueden ser generales o particulares. Las primeras afectan a toda una esfera de la escritura; las segundas, a la grafía de palabras concretas. Por ejemplo, en un sistema como el del español, una regla general sería la siguiente: "El fonema /b/ se representa gráficamente con las letras b, v y w"; serían, en cambio, reglas particulares formulaciones como "[bárco] se escribe con b", "[bísta] se escribe con v" y "[bagneriáno] se escribe con w". También sería una regla general una afirmación como esta: "Todas las palabras esdrújulas llevan tilde en la antepenúltima sílaba"; en cambio, sería una regla particular esta otra: "El artículo él se escribe con tilde".

Puesto que la forma escrita de cada palabra del vocabulario de una lengua es el resultado de un largo proceso histórico, su escritura supone, en la mayoría de los casos, una regla particular del tipo "[béso] se escribe beso", "[arina] se escribe harina", etc. Por lo general, estas reglas particulares no se exponen en los manuales de ortografía, sino, de forma más bien implícita, en los diccionarios. En efecto, en cada una de las entradas de cualquier diccionario de referencia, además de las notas etimológicas, gramaticales y semánticas que estructuran las respectivas acepciones, podemos advertir una regla ortográfica no explícita que indica, en la misma forma gráfica del lema registrado, cuál es la correcta escritura de la palabra.[2]

Con frecuencia, la aplicación de estas reglas particulares genera dudas a buena parte de los usuarios de la lengua, sobre todo cuando un determinado fonema puede representarse gráficamente de varias maneras. Por esta razón, se ha querido buscar regularidades en la escritura de las palabras, con el propósito de ofrecerles a los usuarios modelos o patrones que los ayuden a resolver esas vacilaciones. Estos modelos, por más que tengan la apariencia de reglas, son solo simples generalizaciones inductivas concebidas con fines didácticos a partir de reglas particulares, y con frecuencia llenas de excepciones. Un ejemplo de esto sería la siguiente afirmación: "Todos los verbos terminados en - bir se escriben con b, a excepción de hervir, servir y vivir". Pues bien, no se escribe con b el verbo recibir porque termine en -bir; esto no es más que una nota orientadora creada con fines didácticos porque, entre los muchos verbos que terminan en -bir, los que se escriben con b son mayoría.

Durante muchos años, la ortografía tuvo objetivos claramente relacionados con su carácter normativo, objetivos que bien podrían resumirse en los siguientes:

  1. Facilitar el aprendizaje de la escritura correcta de un conjunto de palabras de uso frecuente.
  2. Aportar métodos y técnicas para el estudio de nuevas palabras.
  3. Hacer habitual el uso del diccionario.
  4. Promover el desarrollo de una "conciencia ortográfica", esto es, la voluntad de escribir con corrección y el hábito de revisar lo escrito.
  5. Ampliar y enriquecer el vocabulario.

Hoy en día, además, se reconoce que la ortografía desempeña un papel fundamental como factor de unidad, ya que impone una representación gráfica uniforme a todas las regiones en las que se habla un mismo idioma.[3] Esta condición unificadora es por demás reveladora en lenguas que, como el español, abarcan un amplio territorio, territorio en el que, muchas veces, las diferencias se exteriorizan también en un nivel fonológico.[4] Estas diferencias no se replican en la escritura, salvo en contadas ocasiones, sino más bien como variaciones en la representación de ciertas palabras. Así, por ejemplo, el fenómeno del seseo, de manera fortuita, ha hecho posible que el topónimo Cuzco pueda escribirse también Cusco.

Por lo demás, la influencia que la representación escrita ejerce sobre la pronunciación de los hablantes cultos impide una evolución desordenada y fragmentaria de la lengua, en especial en aquellas en las que el vínculo entre escritura y pronunciación es más sólido, como ocurre en el español. Esto sucede básicamente porque los hablantes suelen ver en la lengua escrita un modelo de corrección y, por consiguiente, tienden a pronunciar las palabras a partir de su forma escrita, lo que les ofrece a los elementos fónicos cierta estabilidad, reduciendo el ritmo de sus mutaciones en el plano oral y evitando que estas lleguen a quebrantar su unidad primera.[5]

[ 1] Véase Eugenio Coseriu. "Lengua y ortografía", en Estudios de lingüística románica, Madrid, Gredos, 1977.

[2] Véase José Martínez de Sousa. Diccionario de ortografía de la lengua española, Madrid, Paraninfo, 1996.

[3] En otras palabras, la ortografía ayuda a evitar la dispersión, fenómeno que, llevado a un extremo, podría dificultar la comunicación escrita entre hablantes de distintas zonas de una misma comunidad lingüística.

[4] Piénsese que existen fonemas del español, como /z/ o /ll/, que solo se dan en una parte minoritaria del mundo hispanohablante.

[5] Véase RAE y ASALE. Ortografía de la lengua española, Madrid, Espasa, 2010.


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