Editorial
Menoscuarto. 307 páginas. 1ª edición de 2014.
El pasado 22 de mayo se presentó
esta novela en la librería La Central
de Callao. De Ignacio Ferrando
(Trubia, Asturias, 1972) había hojeado alguna vez La piel de los extraños,
también editado por Menoscuarto y
que consiguió el Premio Setenil al
mejor libro de cuentos publicado en 2013; y había leído uno de sus cuentos en
la antología Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual. El
presentador de La oscuridad era el escritor Óscar Esquivias, al que conozco en persona, y me apeteció pasarme
por La Central ese citado día 22.
La oscuridad está ambientada en Noruega, concretamente en la ciudad
de StorbØrg, y los personajes principales
son noruegos. En la presentación, Ferrando señaló que él había estado de
vacaciones en ese país, pero en verano, y su novela está ambientada en
invierno, cuando cae sobre el norte de Noruega la noche ártica. Al acercarme a
las primeras páginas de esta novela de noruegos escrita por un español, no
podía dejar de pensar exactamente eso: esta
es una novela de noruegos escrita por un español. El narrador, Endre
Solberg, nos informa del estado de la nieve, de la temperatura (-20 grados), de
la noche ártica que se acerca, y yo me acordaba de aquella apreciación de Jorge Luis Borges sobre su lectura del
Corán: en el Corán no hay camellos, porque los camellos se presuponen; y, en
consecuencia, para un noruego que habla de Noruega no debería haber nieve que
destacar, ni debería haber ninguna necesidad de hablarnos de una temperatura de
-20 grados, porque esa nieve y esa temperatura simplemente están ahí. Aunque, quizás,
estos datos que nos facilita el narrador sean pertinentes porque también se nos
informa de que durante el invierno muchas personas abandonan StorbØrg, la ciudad más al norte de Noruega, para
irse a Oslo.
La novela comienza con un velatorio
y un entierro. Liv, la mujer de Endre Solberg, ha muerto bajo las ruedas de un
camión. Es bastante posible que se trate de un suicidio. Endre es un director
de cine experimental, cuyas películas tienen una escasa difusión. Liv era una
bella actriz que, años antes, cuando era joven e ingenua, se casó con el
prometedor director de cine. Las metáforas cinematográficas son importantes en
esta novela: “Todo tiene ese aire recreativo, teatral, como si lo hubieran
filmado a cámara lenta en un solo plano secuencia”: así se describe en la
primera página del libro el velatorio de Liv. Los personajes del drama también
son presentados bajo apreciaciones cinematográficas: “Al igual que el resto,
interpreto mi personaje”, nos dije el narrador sobre sí mismo en la página 10.
Así se habla de Kjell Gjertsen, el amante de Liv: “Esta tarde parece un
personaje de Bergman, en blanco y negro” (pág. 11). Y así se describe a Liv, la
mujer muerta: “El mohín en los labios que le da ese aspecto trágico, triste, de
actriz de la nouvelle vague” (pág.
15).
El cuento que había leído de
Ferrando en la antología comentada era fantástico, y sé, por reseñas leídas,
que los cuentos de La piel de los
extraños también son de corte fantástico. En La oscuridad el aparente realismo del relato se rompe al final del
primer capítulo: en el velatorio de su mujer muerta (Liv), Endre Solberg la ve
mirando, a través de una ventana, la habitación en la que se encuentran: “Ha
sucedido un imprevisto. Algo…, no sé cómo definirlo. Detrás de él, en la
ventana, apoyada en el quicio, está Liv. A priori no parece un espíritu ni una
presencia, sino realmente ella. Desde el otro lado del cristal observa su
propio velatorio. Lleva un abrigo de pelo de morsa, su gorro de piel, las
orejeras que le regalé. Nos mira con curiosidad, como si contara los asistentes
(o echara en falta a los ausentes), sonriendo con altanería, como si supiera
que su funeral sucedería exactamente
así, de este modo (¿acaso no todos los suicidas fantasean con asistir a su
velatorio?). Por supuesto sé que es un fantasma, o una visión, o la simple
necesidad que tengo de que siga viva, porque nadie, a excepción de mí, parece
verla.” Destaco este párrafo de la página 17 porque me parece clave para
entender el juego que propone esta novela: el narrador, en el velatorio de su
mujer, ve a ésta en la ventana mirándose a sí misma y la escena es descrita
dentro de unos parámetros puramente objetivos, racionales: se describe la ropa
que lleva, se reflexiona con humor sobre cómo un muerto ve su propio funeral, y
se elude por completo el énfasis. Es decir, el narrador no se paraliza, no se
vuelve histérico, sino que entra con normalidad en el juego que la realidad le
propone. La visión externa de la escena nos la da –unas cuantas líneas después–
Kjell Gjertsen, el amante: “¿Qué? –pregunta–, ¿qué te pasa? Estás pálido”.
El fantasma de su esposa Liv; o
la propia Liv, que ha fingido su muerte; o una mujer parecida a Liv, que desea paliar
el dolor que Endre siente, empieza a visitar al narrador con un horario estricto, y bajo la imposición
de algunas reglas: este personaje, al que por simplificación en la trama se
llamará Liv, no puede convivir con Endre y otras personas a la vez. Será visto
solamente por Endre (aunque el lector debe estar atento, pues esta regla no se
cumple en algún momento, y se ha de preguntar por la salud mental del narrador
o por la verosimilitud de todo lo contado).
El lenguaje de la novela es
contenido, cuidado (sobre todo en su adjetivación, que me parece destacable);
como ya he dicho, Ferrando evita en todo momento cualquier énfasis en la voz
narrativa de Endre, que asume la extrañeza de la realidad que se le acontece
con una rara calma.
La oscuridad, en su intención, estaría emparentada con Otra
vuelta de tuerca de Henry James
y, siendo una novela en la que el cine es tan importante, posiblemente también
con Vértigo,
de Alfred Hitchcock.
El escenario de la novela, esa
noche ártica y despoblada de StorbØrg –donde
los tres cuartos de la población se han ido a Oslo– se adecúa bien a esta
historia de sombras. Y el lector se adentra en sus páginas intentando descubrir
el misterio del juego propuesto: ¿Está Endre loco? ¿Alguien (su mujer, otra
mujer) le está engañado? Y si es así, ¿con qué propósito? Además, los planos
propuestos se bifurcan al coincidir parte de lo narrado con un guión que Endre
está escribiendo para una de sus películas. El tema de fondo de La oscuridad sería poner de relieve las
zonas más oscuras de las relaciones de pareja, la imposibilidad de conocer o
contentar al otro.
Son tantos los planos propuestos
en esta novela, y la voz narrativa asume todo con tanta naturalidad, que en más
de uno de sus capítulos he sentido que la trama era demasiado artificiosa y que
todo transcurría en un escenario sugerente pero irreal (una Noruega de decorado
descrita no por un noruego –como se supone que es Endre Solberg–, sino por un
español, que percibe desde fuera las peculiaridades del país escandinavo y se las
explica a un lector español: “En StorbØrg no
hay burdeles, ni salas de masaje, ni locales de esos, solo alguna barra
americana que frecuentan, durante la temporada, los turistas. Los noruegos
prefieren la pornografía, más limpia, menos pringosa, más individual. Por eso
en StorbØrg las prostitutas ejercen en sus
casas, nunca en la calle o en hoteles” ¿Para quién está narrando Endre?).
A pesar de los puntos negativos
comentados, la novela se lee bien –está escrita con ritmo– y es de agradecer la
asunción de riesgos compositivos por parte de Ignacio Ferrando.