No lo puedo evitar: estoy ansioso. Llevo ya por lo menos una semana en un estado alterado y sostenido de atención desmedida. El cerebro me indica dos, tres, cuatro, diez, veinte cosas al mismo tiempo y no encuentro la forma de hacerlo todo.
Ojalá que así como tengo decenas de ideas simultáneas, tuviera las fuerzas para llevarlo todo a cabo. No puedo. De ahí la ansiedad, de ahí la despeseración por las cosas que se me ocurren y la imposibilidad de hacerlas. No tengo ocho manos, tres cabezas y cuatro pares de pies...
Tampoco he tenido la tranquilidad para detenerme y tratar de entender qué está pasando, por qué está pasando. Tal pareciera que es una pequeña etapa de lucidez, de energía, de ganas de vivir. Y de pronto me veo hablando con fluidez ante una cámara y con una compañera de trabajo, y durante las tediosas juntas.
Y si antes regresaba de la oficina arrastrando los pies, con los pulmones vacíos y con la única intención de meterme en la cama con la ilusión de quizás no levantarme al día siguiente, ahora llego y me pongo a leer, a escribir, a platicar con mi esposa... Es como si me hubieran prendido un "cuete" en el cerebro.
De pronto también en la calle me doy cuenta de que puedo hacer cosas que antes no podía, como exigir mi derecho de paso en la fila del metro, o simplemente pedir que me atiendan adecuadamente en el restaurante.
¿Qué pasa?
Que la vida da vueltas y de pronto estoy en el otro lado de la moneda, en la cara buena, en la que sí vale la pena vivir, en la que sí me dan ganas de permanecer.