Tan explícito como su título es el documental de Juan Pablo Lepore y Nicolas van Caloen, que desembarcará mañana en el cine Gaumont. En efecto, Agroecología en Cuba ofrece una interesante aproximación al modelo de producción agrícola que la isla caribeña desarrolla hace décadas, a contramano del agronegocio transgénico y tóxico. Ordenada en siete capítulos, la exposición intercala material de archivo con entrevistas realizadas recientemente a distintos actores de esta nueva revolución con epicentro en La Habana.
Los realizadores inician su película con una síntesis histórica que luego amplían de manera intermitente, a partir de fotos y filmaciones de época y del recuerdo de algunos entrevistados. De esta manera, identifican a la también denominada organoponía como último hito del friso cronológico que empieza con la explotación latifundista al servicio de los intereses estadounidenses, y que sigue con la reforma agraria impulsada por Fidel Castro y Ernesto Che Guevara entre 1959 y 1961, con el bloqueo económico de Washington, con la crisis de abastecimiento derivada de la caída de la Unión Soviética.
Dicho esto, los testimonios recogidos apuntan sobre todo a explicar el funcionamiento y las ventajas de este sistema de agricultura orgánica, sustentable y, en muchos casos, urbana. Lepore y Van Caloen se detienen en las distintas instancias de un círculo al parecer virtuoso: por ejemplo la fabricación de abonos naturales, el tratamiento delicado de las semillas, la aplicación de técnicas bioplaguicidas, la constitución de pequeños mercados barriales, la creación de una nueva alternativa laboral, la intervención del Estado en tanto socio, capacitador, divulgador.
Las imágenes muestran una Habana inusualmente verde y fecunda. El decir de los entrevistados, en especial la recurrencia de ciertos diminutivos, da cuenta de una relación respetuosa, armoniosa, amorosa con la tierra.
Como cuando filmó Olvídalos y volverán por más, aquí también Lepore asume una postura absolutamente clara, en este caso, a favor de la agroecología en general y cubana en particular. Valga esta aclaración para los espectadores que suscriben al concepto de neutralidad o ecuanimidad, y que por lo tanto esperan escuchar alguna voz crítica o al menos relativista. Igual para el público anticastrista convencido de que la mismísima FAO falsea la realidad cada vez que elogia la política alimentaria y/o agropecuaria de la isla.
En cambio, los admiradores del país socialista apreciamos la oportunidad de descubrir o conocer mejor los pormenores de este ejercicio holístico de la agricultura, otra prueba del ingenio, la dignidad y la capacidad de resistencia que caracterizan al pueblo cubano. Desde esta perspectiva, resultan irrelevantes algunas desprolijidades formales del film, por ejemplo la falta de identificación de algunos entrevistados y, al promediar la película, la intervención fugaz –un tanto forzada– de una narradora en off.