Revista Cultura y Ocio

La página en blanco

Publicado el 04 octubre 2017 por Sofiatura
De pronto vi ese vasto espacio blanco ante mí. La nada se desplegaba en todas direcciones esperando a que la llenase. ¿Con qué? Con algo, algo, algo. Un sudor frío me recorrió la espalda, me temblaban ligeramente las manos y mi corazón se aceleró en cuestión de segundos. Había una sopa de letras revolviéndose en mi cabeza, pero ninguna de ellas parecía formar palabras coherentes, sino conjuntos que no decían nada. Venga, el comienzo es siempre lo más difícil, ¿verdad? Una vez que empiezas ya todo va sobre ruedas, ya la tinta se desliza sola, ya los dedos corren ágiles aporreando el teclado...
Pero esta vez no iba a ser así, y lo sabía. Ese blanco pulcro de la hoja me cegaba, bloqueando los colores vívidos de mi candente imaginación, que se apagaba sin remedio bajo la madera mojada de una desesperación que cada vez era más incontrolable. Vi que, de tanto asfixiar el bolígrafo, se me había muerto en las manos. Intenté entonces con el teclado, pero aquellas letras mudas acabaron por matarme con su brutal silencio. Y en aquella maldita pantalla se reflejaba todo el brillo de mi fracaso, así que cerré la tapa del ordenador con rabia.
La página en blanco
Nada. ¿Cómo era posible? De un momento a otro, esa luz incandescente de mi mente se había oscurecido, esa puertecita que me conectaba a un universo en ebullición, lleno de seres, voces, anécdotas e historias que contar se había cerrado de golpe. Y no había llave que la abriese de nuevo.
Me tumbé en la cama, derrotada. Cerré los ojos, pero aquella hoja virgen, blanquísima, se colaba entre mis párpados como una aparición. Volví a abrirlos, y acto seguido un pensamiento claro, obvio, me golpeó con fuerza. Mis sospechas se transformaron en confirmaciones, en realidades indiscutibles que me llenaron de un terror frío: tenía el síndrome de la página en blanco.
Como era ya de noche, apagué las luces y me protegí de mi propio miedo bajo las sábanas. Intenté sepultar en mi mente los pensamientos catastrofistas que intentaban dominarme, pero sabía que no podía engañarme a mí misma. Ya llevaba demasiados días, tal vez semanas, sin escribir una miserable palabra. Al principio lo había achacado al cansancio, la rutina, la falta de tiempo... Pero ahora estaba claro que el problema era mucho más grave.
Mañana llamo al médico para que me recete algo, pensé. Me concentré en dormir, pues sabía que, de caer finalmente en brazos de Morfeo, cabía la posibilidad de soñar. Y para mí los sueños eran siempre una fuente inagotable de inspiración.
Al final, tras varias horas, el cansancio me venció. Viajé hasta mi subconsciente esperanzada en busca de esa puerta cerrada. La encontré, sí. La abrí, sí. Pero únicamente me topé con una enorme, inmaculada y monstruosa página en blanco que me hizo huir despavorida.
Solo el estruendo del despertador pudo sacarme de aquella pesadilla.

Publicado el 4/10/2017



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