Existe una tendencia, bastante generalizada por desgracia, a considerar a la Península Ibérica como una realidad aparte durante el periodo medieval. Se pone el acento en las características particulares y propias tanto de los reinos cristianos con respecto a Occidente como a las diferencias entre Al-Ándalus y el resto del Islam. Dicha imagen, no obstante, no es más que un falso tópico ya que, pese a las citadas diferencias también existen grandes elementos comunes, como el de la citada Paz de Dios.
Tal y como señalamos, el movimiento surge en la zona del sur de Francia y de la propia Cataluña. En este sentido vemos como en 1027 en Toluges tiene lugar una célebre asamblea que impone la Tregua de Dios, acción que será confirmada por la próxima asamblea realizada en Vic en 1033.
Ante la imposibilidad de decretar una Paz generalizada la Iglesia trata de imponerla, al menos, parcialmente: es así como nace la Tregua de Dios.
Se recurre al calendario litúrgico para, sosteniendo el carácter sagrado de ciertas fechas, evitar el derramamiento de sangre. Se prohíbe, de esta manera, cualquier tipo de conflicto durante Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua. De la misma manera se decreta que no se permitirá ningún tipo de conflicto desde el viernes hasta el domingo en recuerdo de la pasión, muerte y resurrección de Cristo que, tradicionalmente, se considera que se desarrolló en estos días. Eventualmente este periodo de tregua se ampliará y solo estará permitido el combate desde el lunes hasta los miércoles.
En paralelo a estos acontecimientos vemos como se trata de reforzar la protección sobre la propia Iglesia destacando el carácter sacro e inviolable de sus templos. Es en este sentido cuando se refuerza una práctica que ya era conocida en los reinos bárbaros y que, reforzada ahora, gozará de gran fuerza durante mucho tiempo: es el célebre derecho de asilo.
Pese a todas estas medidas, sin embargo, la Iglesia no logró controlar a la belicosa aristocracia de la época. Sin embargo, vemos como los intentos para poner a este poderoso estamento bajo su control adquiere cada vez mayor complejidad. Con el paso de los años veremos como estos violentos guerreros quedarán empapados por las nuevas doctrinas de la Iglesia. La figura del miles Christi, el soldado de Dios, es claro ejemplo de ello.