Willian “Bill” Shankly, el mítico entrenador del Liverpool, dijo una vez la que puede ser la frase más sabia que jamás se ha pronunciado sobre este deporte. “El fútbol no es una cuestión de vida o muerte, es mucho más importante que eso”. Este comentario, aunque en su momento pudiera parecer intrascendente, puede describir a la perfección lo que para millones de personas significa el conocido como deporte rey. Una cuestión demasiado importante.
Un negocio con millones de dólares en circulación. Un espectáculo, que bien en los campos o ante el televisor, concentra durante noventa minutos la atención de cientos de millones de personas. Se estima que 700 millones presenciaron la final del pasado Mundial de Sudáfrica. Seguro que muchos más se congregaron frente al televisor durante la pasada final de Maracaná. Con una carta de presentación que aúna el negocio, el espectáculo y una atención planetaria, sería bastante ingenuo considerar al fútbol como un mero juego o deporte. Bien resumió esta idea el teórico y filósofo marxista Antonio Gramsci, refiriéndose al fútbol en los siguientes términos: “Es el reino de la lealtad al aire libre”.
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Y es que basta con ir a un estadio cualquiera un domingo cualquiera para entender que aparte del resultado del encuentro están en juego muchas más cosas. Veremos cómo distintas personas expresan y dirimen sus identidades; por ejemplo, es curioso cómo uno puede conocer la filiación religiosa de un escocés simplemente preguntando por su equipo de fútbol. El Celtic de Glasgow siempre será un club católico y el Glasgow Rangers siempre será un club protestante y unionista aunque fichara al mismísimo Papa Francisco, sirviendo además esta expresión como un claro ejercicio de cohesión social. ¿Sería igual Cataluña sin el Fútbol Club Barcelona? ¿Habría Argentina cicatrizado de la misma manera sus heridas tras la guerra de las Malvinas sin aquel histórico doblete de Diego Armando Maradona? Probablemente no.
Por tanto, es necesario entender el fútbol como una realidad que trasciende el propio campo y su condición de mero juego para convertirse en un fenómeno total. Con vertientes económicas, sociales, políticas o incluso culturales. Así, el resultado de un encuentro significa muchas veces más que ganar o perder, tanto es así que utilizando el término del gran Ryszard Kapuściński a lo largo del siglo XX y siglo XXI nos podemos encontrar con las llamadas “guerras del fútbol”, momentos en los cuales un partido sirvió para canalizar todo el resentimiento de una sociedad contra sus elites o contra otro enemigo considerado exterior.
Honduras y El Salvador van a la guerra
Para narrar la primera de nuestras historias nos trasladamos a América Central, concretamente a Honduras y El Salvador. Estos dos países durante el mes de julio del año 1969 protagonizaron un conflicto armado que no se puede entender sin echar un vistazo a los campos de fútbol. En aquel momento ambos países luchaban por clasificarse para el Mundial que tendría lugar en México al año siguiente, queriendo la fortuna que ambos tuvieran que competir por la misma plaza.
El primer partido se disputo el domingo 8 de Junio en Tegucigalpa, la capital de Honduras. El equipo salvadoreño había llegado al lugar un día antes. Y según cuentan los periódicos de la época, ninguno de los jugadores salvadoreños pudo dormir aquella noche. Miles de hinchas hondureños rodearon el hotel donde la expedición de El Salvador se encontraba, y durante toda la noche no dejaron ni por un momento de arrojar piedras contra los cristales y hacer el mayor ruido posible. Cláxones, petardos y todo lo que pudiera producir escandalo fue usado. Como era de esperar al día siguiente los jugadores salvadoreños nerviosos y cansados perdieron el partido por un gol a cero.
Sin embargo, este no fue el único hecho que agito El Salvador ese día. Los diarios del país afirman como una joven llamada Amelia Bolaños se suicidaba de un disparo al corazón mientras veía el encuentro. Aunque como es lógico, no está claro que el suicidio tuviera algo que ver con el partido, pero eso no importaba en un clima ya enrarecido entre los dos países. Al día siguiente “El Nacional”, uno de los principales periódicos del país, titulaba en su portada: “Una joven no pudo soportar la humillación a la que fue sometida su patria”
Tanto revuelo causó la noticia que el entierro de la joven muchacha fue retrasmitido en directo por la televisión nacional, acudiendo al mismo el presidente de la república y todos sus ministros. El mensaje era claro: ganar a Honduras era ya una cuestión de Estado.
En este particular clima de exaltación nacional tuvo lugar el siguiente partido. Esta vez era la selección de Honduras la que se desplazaba a El Salvador, y como les había ocurrido una semana atrás a sus rivales tampoco pegarían ojo en toda la noche. Miles de hinchas salvadoreños encolerizados lanzaron infinidad de piedras y desperdicios al interior del hotel. Tan grande era el revuelo en la capital salvadoreña, que ya por la mañana, los jugadores hondureños tuvieron que ser escoltados por el ejército hasta el estadio. Una vez dentro, tuvieron que soportar como su himno era abucheado y su bandera quemada. En este ambiente El Salvador venció por 3 a 0. Ilustrativas son las declaraciones del seleccionador hondureño Mario Griffin: “Menos mal que hemos perdido este partido”. Sin embargo, para muchos hinchas salvadoreños esto no era suficiente. Los jugadores de Honduras tuvieron que ser otra vez escoltados por el ejército hasta el aeropuerto. Y los aficionados hondureños que no abandonaron rápidamente el estadio fueron apaleados, resultando 2 de ellos muertos.
Las repercusiones de lo ocurrido no se hicieron esperar y el 16 de Junio, un día después del partido, la frontera entre los dos países ya estaba cerrada. Ninguno de los dos países trato de rebajar la tensión existente y el 14 de julio estallo la guerra.
El fútbol acababa de demostrar toda su fuerza, aunque siendo honestos con la historia hay que añadir que también otras cuestiones latían tras este conflicto. Para comprenderlas nos tenemos que remontar a los principios del siglo XX en Honduras, cuando las empresas norteamericanas United Fruit Company y Standard Fruit Company desembarcaban en el país con la esperanza de encontrar un lugar de tierras fértiles donde pudieran cultivar bananas al menor coste posible. Tan rentable resulto el negocio, que a los pocos años las plantaciones ya se habían extendido por la mayor parte de Honduras, empezando a resultar la mano de obra hondureña escasa para satisfacer la demanda. Las compañías agrícolas, que aparte del control de la tierra se habían hecho también con el control del poder político, empezaron entonces a contratar campesinos salvadoreños de las zonas fronterizas. El Salvador es uno de los países más pequeños de América Central, pero que no obstante tiene una de las densidades de población más altas del continente. Es decir, era un lugar donde era difícil encontrar tierras libres para los campesinos, máxime cuando la mayor parte del país estaba ocupada por unos pocos grandes terratenientes. Como bien recuerda el dicho popular: “El Salvador es propiedad de 14 familias”. Por otro lado, Honduras era casi 6 veces más grande que su vecino, pero contaba con la mitad de su población. Los campesinos salvadoreños empezaron a moverse y a principios de la década de los 60 se calcula que unos 300.000 se encontraban viviendo en territorio hondureño.
La inmigración fluía, y aunque ilegal era tolerada por el gobierno de Tegucigalpa, el cual, hasta que los campesinos hondureños no mostraron los primeros síntomas de malestar no se atrevió a abordar la cuestión. Y aunque en su momento llegó a prever una reforma agraria, al haberse convertido paulatinamente el Estado en el mayordomo de los poderosos terratenientes, esta reforma no decretó la repartición de los grandes latifundios. En su lugar pretendía entregar las tierras que los campesinos salvadoreños habían ido ocupando durante años a los campesinos hondureños. El cambio, como era obvio, no solucionaba el problema, ya que ni los salvadoreños estaban dispuestos a abandonar sus tierras ni el gobierno de El Salvador aceptaba readmitir a los cerca de 300.000 inmigrantes. Un gobierno insistía y el otro se negaba. La tensión entre los dos países no hacía más que crecer y en estas poco apropiadas circunstancias tocó jugar a las selecciones de los distintos países. Como hemos visto, la guerra al final estallo y como bien definió Eduardo Galeano hablando del conflicto: “La violencia que desemboca en el fútbol no viene del fútbol, del mismo modo que las lágrimas no vienen del pañuelo”. El fútbol fue la chispa perfecta que hizo saltar por los aires los rencores acumulados.
A los interesados, decirles que la clasificación del Mundial se acabó resolviendo en un tercer partido en el estadio Azteca de México, resultando El Salvador vencedor por 3 a 2.
Yugoslavia: del campo de juego al campo de batalla
La segunda de nuestras historias en las que un simple partido de fútbol ayudó a desatar las iras y rencores guardados durante muchos años nos sitúa en los Balcanes, concretamente en Zagreb, la capital de la actual Croacia. Si alguno de ustedes ha visitado esta ciudad puede que haya pasado por casualidad frente al estadio del Dinamo de Zagreb, donde se levanta una peculiar estatua. Un grupo de soldados esculpido en bronce y una corta inscripción. “A los aficionados de este club, que el 13 de Mayo de 1990 iniciaron, en este mismo campo, la guerra contra Serbia”. Puede que esto les suene exagerado y puede que tengan razón, sin embargo, ¿qué ocurrió aquella tarde para que haya quien afirme que la guerra de los Balcanes empezó en ese modesto estadio?
El día 13 de mayo de 1990 el Dinamo de Zagreb se enfrentaba al Estrella Roja de Belgrado. El partido en ese momento tenía una gran carga simbólica. En una Yugoslavia en plena hemorragia política, el fútbol se había convertido en un alumno aventajado de las distintas aspiraciones nacionalistas. Antes que los políticos, los hinchas ya enarbolaban las distintas banderas independentistas y se habían declarado odio eterno entre ellos. Cada filiación nacional tenía su equipo. Por ejemplo, en Bosnia el FK Sarajevo era el club de los bosnios musulmanes, cuya afición ultra, los Horde Zla, engrosarían durante la guerra las milicias bosnias. En el país también estaban el Zrinjski Mostar apoyado por los bosnios croatas y el Borac Banka Luka, apoyado por los serbobosnios. Los enfrentamientos entre estos equipos a finales de los noventa fueron el ejemplo perfecto de lo que más tarde sería la guerra. Palizas, altercados y heridos eran la tónica en estos choques.
En Croacia, el ambiente en los campos de fútbol no era muy diferente. Los dos principales equipos, el Hajduk Split y el Dinamo de Zagreb, tenían un claro espíritu independentista. Cada partido iba más allá de lo que pudiera ocurrir sobre el verde del terreno de juego y se convertía en una auténtica expresión de fervor nacionalista croata. El fútbol era su medio de expresión más directo y los ultras de estos conjuntos no dudaban en recorrerse Yugoslavia con el trascurrir de cada jornada de liga, peleándose con los hinchas serbios o bosnios. Cuando comenzó la guerra, los ultras del Dinamo de Zagreb, los Bad Blue Boys, fueron de los primeros en ingresar en el joven ejército croata. Tampoco es casualidad que el último presidente del Dinamo de Zagreb, antes del estallido de la guerra, fuera el líder nacionalista y futuro presidente Franjo Tudjman.
Por último, también en Serbia se daba este fenómeno que mimetizaba el fútbol y la política yugoslava de aquellos días. Destacaba el Estrella Roja de Belgrado, equipo que a pesar de haber sido considerado durante muchos años el más popular de Yugoslavia a finales de los 80, pivotó cada vez más hacia la identificación con el nacionalismo serbio más radical. Los Delije, que eran sus ultras, defendían la idea de la Gran Serbia donde el resto de pueblos yugoslavos debían subordinarse a Belgrado. Tanto es así que su líder Željko Ražnatović, que pasaría a la historia por su apodo Arkan, pasó de organizar su grupo ultra, en connivencia con las autoridades serbias de Belgrado, a crear la llamada Guardia Serbia Voluntaria (Srpska dobrovoljačka garda). Más conocida como los tigres de Arkan, llegaría a contar con más de 10.000 combatientes y durante el conflicto fue usada como unidad paramilitar por el gobierno serbio. Masacres como las de Bijelijna o Zvornik llevarían la firma de esta organización.
Imagen de Arkan y los Delije tomada durante la guerra.Por tanto, los yugoslavos veían cada jornada de liga por televisión lo que sus políticos se empeñaban en negar. Las gradas mostraban la composición de las futuras trincheras y el odio mutuo en cada partido no se podía ocultar. El 13 de mayo de 1990 fue la prueba más sólida de todo esto. Al partido se habían desplazado desde Belgrado unos 3.000 Delije del Estrella Roja. Y aunque desde que habían puesto un pie en Zagreb habían sido escoltados por la policía esto no impidió que se produjeran altercados y reyertas camino del estadio. Canticos como “Muerte a Tudjman” o “Croacia es Serbia” habían acompañado a la comitiva. La tensión aquella tarde era evidente y ni el más optimista de los policías esperaba una jornada tranquila. Los Delije fueron situados en la grada norte del estadio, rodeados tanto por arriba como por los laterales de aficionados croatas. Esto demostró ser un error fatal, ya que, a falta de 10 minutos para el inicio del encuentro los ultras serbios lograron romper las vallas que les separaban del resto de la afición. En este momento comenzó el verdadero caos. Rápidamente cientos de ultras serbios accedían a sectores ocupados por aficionados croatas, empezando en cuestión de segundos una multitudinaria pelea. Golpes, carreras y cuchilladas se convirtió en la tónica general de la parte norte del estadio. Desde el césped la policía observa la situación impasible y al otro lado del campo los ultras del Dinamo de Zagreb entran en cólera. La mayoría de jugadores decide retirarse a los vestuarios, aunque algunos del Dinamo aguardan en el césped señalando a la policía la situación. La imagen de Zvonimir Boban increpando a los agentes dará la vuelta al mundo los siguientes días.
Imagen de Zvonimir Boban abalanzándose sobre un policía ese día. Fotos como esta se convirtieron en símbolos para los croatas durante la guerra.Sin embargo, y por si la situación no fuera ya lo suficientemente caótica, los Bad Blue Boys indignados por la actitud policial logran saltar al terreno de juego con la intención de llegar hasta el otro sector y poner fin a la pelea a su manera. Solo es en ese momento cuando la policía reacciona y carga contra los ultras croatas. Dos batallas se producen ahora simultáneamente, una en la grada y otra en el terreno de juego. En el momento de clímax de esta preguerra balcánica llueven piedras, gases lacrimógenos y se llegan a producir varios pequeños incendios en distintas zonas del estadio. El caos es absoluto, tanto que hasta el capitán del Dinamo, Zvonimir Boban, se ve envuelto en la pelea. La escena de este propinando una patada a un policía se convertirá en un mito para todos los croatas. La batalla finalmente se prolongó durante una hora más hasta que la policía logro devolver a los serbios y croatas a sus gradas, y para muchas de las personas que lo estaban viendo por televisión estas imágenes les demostraron aquel día que Yugoslavia estaba condenada. Meses más tarde Boban ficharía por el Milán, convirtiéndose en una estrella mundial, y los ultras irían a la guerra.
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La importancia de representar al mundo árabe
La última de estas “guerras del fútbol” es en comparación con las anteriores bastante reciente, y nos sitúa en los países de Egipto y Argelia. El 12 de noviembre de 2009 la selección argelina se desplazaba a la tierra de los faraones para jugar el último y definitivo partido, el cual decidiría al propietario de la última plaza del grupo para el Mundial de Sudáfrica. Ambos países se jugaban todo a una carta y sus aficiones tenían muy claro la importancia del encuentro. Tanto es así, que el mismo día de la llegada de la expedición argelina a Egipto su autocar era atacado por un nutrido grupo de hinchas egipcios. El suceso, que se saldaría con tres jugadores argelinos heridos, no servía más que para aumentar la tensión entre las dos naciones. Un cruce de acusaciones entre sus federaciones futbolísticas se iniciaría después del incidente. Argelia acusaba a la federación egipcia de haber instigado el ataque y pedía a la FIFA la suspensión del partido que debía disputarse dos días más tarde. Por su parte, el país del Nilo negaba cualquier responsabilidad en lo ocurrido y acusaba a las autoridades argelinas de haber magnificado la situación. Esclarecedoras son las declaraciones de uno de los miembros del comité ejecutivo de la Federación, Mahmud Taher, que aseguraba a los medios “Argelia está sacando las cosas de quicio. El autobús fue dañado en su interior, por lo que es obvio que ellos mismos lo hicieron para aumentar la tensión”. La FIFA, a pesar de los requerimientos, no hizo uso de su autoridad y el partido siguió fijado para la fecha prevista.
El 14 de noviembre se disputaba, como estaba previsto, el encuentro. En un clima tenso y luciendo varios jugadores argelinos las secuelas del ataque en forma de vendaje. Con un estadio totalmente volcado con la selección nacional y los argelinos más pendientes de salir de allí ilesos que de conseguir la victoria, el resultado final era de 2 a 0 a favor del conjunto local. Marcador que dejaba la clasificación del grupo con un empate a todo y obligaba a realizar un partido de desempate.
Para las aficiones, sin embargo, los noventa minutos no fueron suficientes produciéndose altercados en los aledaños del estadio. 12 egipcios y 20 argelinos resultarían heridos como consecuencia de los disturbios. Además, en Argelia a muchos no les sentó bien la idea de tener que disputar un partido de desempate, dándose incidentes en la capital que concluirían con varios heridos, coches calcinados y ataques a todo aquello que oliera a egipcio. Llamativo es como 35 empleados de nacionalidad egipcia de la empresa Orascom tuvieron que ser evacuados del país con sus familias al ser sus hogares atacados. Las autoridades argelinas tuvieron que cerrar todos los accesos a la embajada del país del Nilo en Argel en previsión de nuevos ataques. Esa misma noche el presidente egipcio Hosni Mubarak advertía: “Egipto no tolera a aquellos que hieren la dignidad de sus hijos. No queremos que nos arrastren a reacciones impulsivas, pero estoy agitado yo también”.
La FIFA, al corriente de todos los incidentes, decidió celebrar el partido definitivo una semana más tarde en Sudan, considerado por la organización como territorio neutral. A regañadientes ambas federaciones aceptaron, aunque en la recepción que el Presidente de Sudan les preparo ninguna de ellas estrecho la mano a la otra. Estas actitudes y declaraciones como las del defensa argelino Madjid Bougherra, “Todo el equipo está listo para la guerra”, no ayudaban en absoluto a rebajar la tensión.
Imagen del partido de desempate en SudánEl encuentro fue un partido tosco y trabado, en el que finalmente logró el triunfo por un gol a cero la selección argelina. La victoria iba unida a un claro sentimiento de revancha, hiriendo aficionados argelinos a 21 egipcios después del choque. También se dieron disturbios en Francia, en ciudades como Marsella o Paris con alto número de población proveniente de la ex colonia. Egipto, ante estos sucesos, mandaba retirar a su embajador en Argel y varios centenares de manifestantes trataban en el Cairo de asaltar la embajada argelina. El nerviosismo iba en aumento por momentos y las elites dirigentes de ambos países, en aquellos momentos muy cuestionadas, no dudaban en echar leña al fuego buscando la legitimación popular. Sin embargo, cuando muchos esperaban ya algún movimiento de tropas ninguno de los dos países dio el paso definitivo. El fútbol, otra vez, había estado a punto de ser la excusa perfecta para que dos naciones fueran a las armas. No obstante parece que esta vez primó la cordura.
A los lectores más futboleros recordarles que finalmente Argelia disputó el Mundial de Sudáfrica, no siendo capaz de anotar ningún tanto en los tres partidos que jugó.