Una degradante imagen de la mujer proyecta la telenovela brasileña Dos Caras, que de lunes a viernes llega a la pequeña pantalla de los hogares cubanos. Más allá de positivas cualidades, los personajes femeninos de la serie encierran en su contenido las peores facetas, y conforman por tanto un subliminal y contraproducente mensaje en el actual contexto, donde se aboga por lenguajes que dignifiquen a la mujer. La lectura entre líneas de los roles de esas mujeres que intervienen en la producción de O Globo deja mucho que desear para quienes esperan encontrar en los medios de comunicación todo lo contrario a féminas superficiales, increíblemente ingenuas o simples objetos decorativos de un hogar. Lamentablemente, Dos Caras tiene de todo eso, y más.
El personaje de María Paula, por ejemplo, representa a una joven engañada por un marido que la despojó de su patrimonio familiar. Su inocencia resulta prácticamente inverosímil, en primer lugar por entregar toda su fortuna a un desconocido mediante firmas sin lectura previa. El acontecimiento evidentemente responde a estereotipos machistas que aún priman en los medios de comunicación de nuestro continente, donde se dibuja a la figura femenina con la incapacidad de pensar y actuar con inteligencia.
Gioconda, la esposa del abogado corrupto, constituye otro caso ilustrativo, pues ante las artimañas ilegales de su esposo, y la actitud racista de este para con el yerno, solo es capaz de sentir miedo y sedarse con píldoras hasta perder el control de sí, en vez de recriminar enérgicamente las conductas de su cónyuge. Es ella la arquetípica esposa que hace las veces de figura decorativa en un hogar tradicional burgués.
La superficialidad y vanalidad que tanto atribuyen a la mujer grandes cadenas como la propia O Globo; está representada en Dos Caras por María Eva Duarte, la esposa del segundón que trabaja para el encubierto timador que se hace pasar por empresario, Marconi Ferrazo. Para quien ejerza un consumo crítico del producto comunicativo en cuestión, es casi ofensiva la manera en que llega María Eva al escenario de la fabela, luciendo como maniquí sus vestidos de clase media.
Triste el rol de Alsira, la solicitada stripper que baila en el prostíbulo de noche, para poder durante el día mantener un hogar con dos hijos y un marido desvinculado laboralmente. La imagen de este personaje es sin lugar a dudas la de la mujer como doble objeto sexual, de su marido y de los concurrentes al burdel para verla enseñar algo más que las piernas y el rostro.
De igual modo, la perspectiva racial que ofrece la telenovela resulta lamentable, pues en ella las mujeres negras solo ejercen el papel de sirvientas, o matronas de las religiones de origen afro, como el “candomblé”, por ejemplo.
La expresión cimera del racismo en las féminas de Dos Caras es relativa al comportamiento de la hija de Juvenal Antena, líder de la fabela, que dice ser morena, nunca negra, porque le ofende reconocerse como tal.
Los ejemplos anteriores pueden resultar aún más lacerantes, si se tiene en cuenta que el tradicional espacio de la novela brasileña, ubicado en un horario estelar, constituye un fenómeno de masas en Cuba.
Llamémonos entonces a capítulo y hagamos una lectura crítica de esos casi 50 minutos plagados de mensajes contraproducentes con el lenguaje de género que todos y todas queremos hablar.
Archivado en: Medios de comunicación Tagged: Brasil, comunicación, Cuba, género, lenguaje, Medios de prensa, series, telenovelas, televisión