Nada de nosotros quedará en este lugar que no haya de llevarse la marea.
Te lo dije.
La marea nunca se detiene pero nuestros pasos están tasados desde el día uno, ese día que, con la belicosidad que os caracteriza, llamáis Big Bang.
¿Dios hizo el mundo en seis días mal contados y al séptimo descansó?
¡A otro perro con ese hueso! Dios pegó un tiro al aire y si te he visto no me acuerdo.
Luego llegamos nosotros pero ¿a quién le importa? Y aunque a alguien le importara, ahí está la marea para desmentirnos dos veces al día. O una sola, en los mares perezosos.
Nada quedará tras la pleamar y eso nos obliga a empezar de nuevo.
Te lo dije.
Te lo digo siempre y no sé si me comprendes.
Para hablarte con sinceridad, desde el corazón, como dicen los que se te parecen, nunca sé si me escuchas.
A veces pienso que no hablamos el mismo idioma.
A veces pienso que no sabes nada de mí.
Pues entérate de una vez.
Entérate de que mi verdadero yo,
mi ser,
mi personalidad auténtica,
mi mapa de traumas
no puede reducirse a un esquema eneagramático ni a ninguna otra pamplina psicoterapéutica.
Mucho menos inscribirse en un microchip.
Tampoco pueden mis sustancias psico-físicas quedar atrapadas en ese gran registro de ADN con que las autoridades municipales aspiran a identificar las deposiciones abandonadas en aceras, parques y jardines.
El futuro del universo conocido descasa en tres pilares:
Cloud Computing / Internet Of Things / Big Data.
Ya lo ves. Nadie se acuerda del Bing Bang.
Respóndeme a una cosa: ¿cuando las autoridades municipales hayan conseguido establecer el registro de ADN para perseguir nuestras deposiciones abandonadas, la nube Cloud se teñirá de marrón?
O mejor, déjalo. No respondas.
Pero escúchame.
Quiero que sepas que si estoy aquí o allá, si soy esto o aquello, es y siempre ha sido por decisión mía. Ese es el privilegio de los que se me parecen.
Cada vez que pienses que eres tú quien guía y yo quien va de paquete, te equivocarás.
Confundes los papeles.
Lo que quiero decir –y trataré de utilizar un idioma que todos podamos comprender sin apoyo audiovisual– es que yo elijo lo que soy. A cada paso.
Ni la autoridad municipal, ni las asambleas populares, ni las mayorías sociales,
ni los product manangers, ni los community managers, ni los personal shoppers, ni los cocineros con cinco estrellas michelín, ni los ejecutivos de RRHH dediden por mí.
Mi voluntad es soberana.
Así que yo he elegido ser esto y, aunque mis razones son más insondables que la internet oscura, tal vez hayas llegado a creer que algunas de ellas te conciernen.
Sí. Es posible que yo haya hecho méritos para darte a entender que he escogido ser lo que soy para que nunca salgas a pasear sin compañía y, ya de paso, ayudarte a conocer gente.
O para entrar donde tú entras, si las normas de la casa lo permiten, o hacerte buscar otro sitio y otro y otro. Y, ya de paso, oírte rabiar si no lo encuentras.
O para esperarte a la puerta si hace falta, o desaparecer si se me antoja, aunque al final siempre vuelva.
O para levantarme cuando tú ya te has levantado y para acostarme antes de que tú lo hagas. O para que mi respirar sin culpa te traiga paz y atraiga el sueño.
O para robarte la cama si estoy de malas, o compartirla si estás de buenas.
O para disimular mientras recoges esas deposiciones que algún día las autoridades municipales cotejarán con el gran registro de ADN en la nube, tiñendo de ocre la joven ciencia del Cloud Computing.
O para saludar a los que te saludan y querer a los que te quieren y guardarte de los que yo estimo que te debo guardar, sean los más o sean los menos.
O para sentir tu mano en mi costado y las manos de los tuyos –o no tan tuyos– en la frente.
O para hacerte gastar los ahorros en mi apetito voraz y en mi salud de hierro, y para que así –no sé si lo he dicho ya– conozcas gente.
O para caminar a la par contigo, o a la impar, dos pies por delante o pies pies por detrás, a barlovento o a sotavento, ¿qué más da?
En fin.
Lo que quería decirte antes de liarme con tanta hipótesis es que, si el camino sólo existe a nuestra espalda y no perdura un segundo más allá del tiempo que le concede la marea, tu pasos y los míos son iguales.
Y ahí, con un poco de voluntad política por tu parte, podemos llegar a un acuerdo, porque sé que esas pequeñas cosas –las huellas en la arena, la marea, la igualdad– siempre han sido de tu agrado.
Así que ya lo ves, y con esto termino agradeciendo tu atención, la vida perra no lo es tanto.
La perra vida, francamente, no está nada mal.
Si me preguntan, diré que la recomiendo.
Para estar contigo – ¿a qué mentirte?– elegí ser perro.