Revista Arte
La perspectiva como una emoción continuadora, evolucionadora, de historia, cultura y sentido artístico.
Por ArtepoesiaClamado de introspección y atávico sentimiento ancestral de mirar desde la cueva acogedora y poderosa, el ser curioso y sensible promovería así su deseo de comprobar y aprehender el mundo fascinante que se le presentara a sus ojos. Y desearía entonces fijarlo en su memoria... El Arte es muy posible que fuese la incipiente transformación de una realidad evanescente en una conformación indeleble. Pero cuando lo fascinante se desea elogiar artísticamente, vanagloriar en todas sus maravillosas formas y contrastes, el ser agente procurador de esa belleza buscará conformar la imagen grandiosa desde el mejor encuadre para verla. ¿Qué sentido puede tener hacerlo sin manifestar así toda la estética traducible y comprensible de una belleza tan asimilable? El escorzo en el Arte es una forma de distorsionar la imagen comprensible, o más natural, de un objeto bello y armonioso. Es Arte el escorzo, un extraordinario modo de elaborar una representación artística concreta. Sin embargo, las formas identificables de la naturaleza del objeto representado no serán asimilables en el sentido habitual configurado por una mente esquemática. Los grandes pintores han conseguido, sin embargo, embelesar nuestros ojos ante la expresión diferente, pero artística, de una representación distorsionada. Habitualmente del cuerpo humano ha sido el escorzo una técnica utilizada, pero ¿y de los objetos artificiales creados por el hombre?
No es una razón hacerlo de una belleza que solo puede ser objetivada desde sus perspectivas más armoniosas. ¿Perspectivas más armoniosas? ¿Cuáles serán esas? Aquellas que descubren, en una creación artificial, la más completa sinfonía de sus formas más significativas. El escorzo, en general, es un trasunto, es una excusa, es una recreación accesoria de algo más sublime. Tiene un contexto, no presentará únicamente la imagen principal de lo objetivado sino más cosas. Por eso existe el escorzo, para articular así una narración. Entonces, las diferentes partes conformarán un todo ante la rara imagen escorzada, sea protagonista o no. Pero, cuando lo que se desea es representar la armoniosidad de un conjunto, de un objeto bello producido por el hombre -lo que tiene menos sutilidad y más proporción- es preciso, sin embargo, albergar su imagen entre las mejores angulosidades de una visión estereoscópica. Salvo cuando lo que se desee vislumbrar sea otra cosa. Entonces la genialidad sustituye a la grandeza. El pintor desconocido Giuseppe Bernardino Bison (1762-1844) marcharía muy joven con su familia a Venecia, donde aprendería las formas estéticas de su Academia. Pero por entonces, finales del siglo XVIII, la pintura no era ya en Italia una forma lucrativa de vivir. Se dedicaría Bison a la escenografía y a la decoración de castillos para los nobles de Padua. A comienzos del siglo siguiente, empezaría a pintar cuadros para los advenedizos más prósperos de una nobleza empobrecida. Así compondría paisajes con una panorámica propia del vedutismo, aquella tendencia artística de sus maestros -Canaletto, Guardi- venecianos que destacaba una visión escenográfica o prodigiosa de un paisaje urbano.
En su vejez acabaría Bison en Milán, en donde seguiría componiendo obras y decorados, aunque no tendría ya mucho éxito ante los gustos transformables de la estética, muriendo pobre y desconocido en el año 1844. Pero unos trece o catorce años antes, ya en la setentena, se inspiraría el pintor en la Plaza del Duomo milanesa para componer su obra extraordinaria Vista de la catedral de Milán desde un soportal arqueado. Aquí necesitaremos el título de la obra para identificar el escenario retratado. La imponente catedral milanesa, el Duomo, es una maravillosa construcción gótica producida por el hombre en las postrimerías del medievo y desarrollada durante casi seiscientos años. Su decoración gótica es elaboradísima, con multitud de pináculos y cresterías, elementos estéticos que precisarán de una magnífica proporcionalidad para ser elogiosos. Y es la armoniosidad de sus proporciones la que producirá la belleza más sublime a su estructura. Su fachada pentagonal, enarbolada de suaves torres chapiteladas que enmarcan cresterías muy elaboradas, muestra la mejor y más fascinante decoración producida por el gótico. Es precisamente su fachada la sublimación más artística de cualquier construcción gótica. Sin embargo, el pintor italiano no la destacaría en su obra, sino que la escorzaría... Así, perdería su rasgo identificativo más destacado. Sólo en una narración, es decir, en una descripción de más cosas, o de alguna cosa, importantes, es como únicamente tendría sentido estético componerlo de ese modo.
Pero aquí no hay narración, no existe un motivo principal, histórico, social, representativo, para ser objetivado en la obra frente a cualquier otra cosa, por grandiosa que sea. Es solo el paisaje urbano de una parte muy delimitada -por tanto subjetiva- de una grandiosa plaza. Sesgada ahora por la perspectiva limitada de una galería porticada. Sin embargo, la perspectiva encierra una emoción cultural e histórica determinada. Hay varios contrastes en la visión acotada de esta representación. Por un lado, el sublime solapamiento de dos estilos arquitectónicos: el gótico y el clásico. Las columnas del arco del soportal presentan un capitel corintio, propio del estilo más clásico. El propio arco clásico del soportal, de medio punto, poderosos aquí por el encuadre de tres de ellos -tres, el sentido más primoroso de una proporción estética-, se enfrenta ahora al arco ojival alargado del conjunto gótico de los cuatro -menos proporcionalidad estética- arcos medievales de la insigne pared lateral de la catedral. Tradición y desarrollo, cultura y evolución, sintonía y vértigo... El paso de una encrucijada en el Arte, como en la vida, muy destacada por entonces, comienzos del segundo tercio del siglo XIX: el advenimiento de un neoclasicismo arrollador. Más para un pintor o creador -decorador, escenógrafo- que viviera sus últimos momentos vitales. No hay que olvidar que la escena clásica es más decorativa que la gótica, la escena no los detalles.
La obra -¿romántica, clásica, vedutista?- de Bison es una alegoría del sentido histórico y cultural -civilizador- de Europa. Todo lo que vemos en la obra de Arte son creaciones del ser humano, son artificios, construcciones de la civilización, del hombre y su desarrollo, a lo largo de la historia. Por no haber nada natural, no existe ninguna otra cosa que altere la visión de una cultura, salvo ahora el cielo azul del fondo. El creador debía destacar la emoción de esa visión, no solo la pintoresca de una edificación tan grandiosa. Por esto se situó dentro de la galería porticada para componer esa obra. Era un homenaje a la evolución de la belleza, era un homenaje a la cultura que la sostuviera, era un homenaje a los seres que la procuran, admiran y transmiten. Era un homenaje al Arte. A aquel Arte que sabría destacar la visión emotiva frente a la práctica, la primorosidad de un encuadre subjetivo frente al objetivo plano de lo aparentemente principal. Porque en esta obra de Bison, de aquel pintor dieciochesco educado en la tradición rococó de un paisaje utilitario, vendría a solazarse un ingenio de emoción teñido de cierto romanticismo vetudista. Había que plasmar una vista urbana decorativa, había que destacar un paisaje de civilización grandioso; pero, a la vez, habría que emocionarse ahora situando la perspectiva de todo eso dentro de una oquedad que señalara así, además, tenuamente, lo más cercano frente a un fondo impresionante. Pero, sin brillo, sin fulgor, sin entusiasmo...
(Óleo Vista de la catedral de Milán desde un soportal arqueado, alrededor de 1830, del pintor italiano Giuseppe Bernardino Bison, Colección Particular; Fotografía actual del Duomo, la catedral de Milán, con la galería porticada a la izquierda de la imagen, Plaza del Duomo, Milán, Italia.)
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