Hago una revisión aleatoria de mis redes sociales, leo las cuentas que me gustan, las que siento que algo bueno me dejan, pero también repaso las que de rebote me llegan y que aborrezco. Y me siento con más ganas de escribir que de leer. No he encontrado algo que me nutra o que medianamente me entretenga. Exceso de ataques y pensamientos cero interesantes. Puros lugares comunes y nada de creación.
A mí, que me gustan las historias, los juegos narrativos, el ingenio hecho palabra y estructura, me he quedado un poco huérfano. No se a dónde dirigirme. Quien me daba luz sobre estos temas falleció hace muchos años y no he tenido la suerte de encontrar otro mentor. Siempre me he considerado así, como un aprendiz de todo, en la búsqueda de un maestro al cuál escuchar, del cual aprender... y conforme pasan los años y me voy haciendo viejo, tonto, conservador, pobre y recalcitrante, menos oportunidad creo tener de reencontrar ese camino de aprendizaje.
He dejado de practicar casi todo lo que recuerdo que me gustaba. Y no sé si alguna vez lo recupere. Veo partidos en la tele, leo rápidamente algunos textos en el celular y los encuentro bellos y lejanos. Añoro vivirlo. Escribir, imaginar, crear, jugar, competir, correr... Lo observo a kilómetros de distancia. Años, décadas me separan de todo eso que viví alguna vez y que por ahora sencillamente está muy muy fuera de mi alcance. Nada pasa en mi vida, salvo la rutina y su enorme y pesada pisada de hierro.