“La peste” (Albert Camus – 1947) es el título de una obra clave en la literatura del siglo XX, y cuenta la historia de una ciudad azotada por una terrible plaga. También es la historia de los que luchan contra ella, de los que observan impávidos sus terribles efectos, de los que toman partido aún a costa de sí mismos, de los que arrastrados por la corriente, cierran los ojos ante la desgracia ajena… incluso ante la propia.
Memorables y estremecedoras son las imágenes de como las ratas, gordas y brillantes, emergen desde lo profundo, abriéndose paso, escarbando trabajosamente a través de la tierra, hasta llegar a la superficie, para morir y cubrir las calles, para sembrar la muerte entre los que hasta entonces, disfrutaban de sus felices y despreocupadas vidas. Entre sus líneas se puede percibir la sensación de angustia, la soledad y la desesperanza… la amenaza de ese enemigo invisible que sin ser visto, casi puede ser tocado.
En casi todas sus páginas hay al menos una pregunta, una de esas que siempre creemos poder responder, pero cuya respuesta siempre olvidamos.
¿Es “lo necesario” el señor de todas las cosas? ¿”Lo necesario” debe predominar ante lo “lo intolerable”? ¿Nada importa más que el fin último, y así pues, el medio no importa? ¿Y si huyendo del desastre, la consecución de ese fin implica la destrucción misma de lo que somos?
“La peste” es toda una muestra de lo que nos compone, de cómo los hombres se enfrentan al absurdo, al mal que toma las riendas cuando los ciudadanos de bien quedan dormidos, a la evidencia de que la vida no responde a regla alguna, ya que para bien o para mal, la única esperanza está en nosotros mismos. Pocos autores han conseguido lo que Camus, pero son menos aún los que han hecho de una simple novela, una clara advertencia: “Todo esto ocurre por nosotros… porque nuestra falta de voluntad así lo quiere”.