Revista Arte

La Piedad

Por Peterpank @castguer

la Piedad

He oído llover toda la noche. Sé que llovía porque oía la lluvia caer en el fondo de un patio de luces, un patio de luces estrecho como un pozo. Las plantas estarían ahogándose, pensaba. El mar habría levantado las olas como si fueran faldas para dejar pasar los espermas de su espuma, otra vez los parkings amanecerían inundados y los posos del café serían arena en las terrazas del malecón. Pero yo no me he movido. Sé que han pasado cisnes negros por encima y que parecían la noche, pero yo me he quedado inmóvil, apenas respirando. Si me he quedado muy quieta es porque no iba en el vagón de un tren que no he cogido. Si he estado quieta es porque el tren iba solo, sin pasajeros, y tal vez los asientos parecían mundos mudos y el revisor no habría sabido qué hacer, si quitarse el uniforme y mirar por la ventana como quien nada puede ver, o echarse a llorar sobre los respaldos vacíos. Ahora habrá llegado a su destino y aquí ya se ha hecho día y la lluvia no ha cesado. Ahora entrará en la estación y yo no bajaré de él para andar sobre un empedrado de céspedes suaves. No, porque sigue lloviendo y se han formado charcos en las ciudades. Todo sigue inerte y riguroso dentro, porque se derrumban las arquitecturas, porque tiemblan todas las maderas. Y hay un concierto del Emperador siempre sonando y una butaca que uno abandona lleno de miedo y de pobreza, porque es frágil dar refugio a los pájaros en el barro. Porque sostuvimos las certezas como si fuera su pulso un manojo de tallos, un puñado de nudos y de nervios.

Hoy cae la lluvia con más balas que nunca, con más descenso, con más gravedad. Hoy yace un hombre en el suelo. Parece un pájaro. Y hay dos mujeres a su lado que son alas. Afuera todo es algo mucho más pequeño, afuera no sucede lo que sucede en ese instante de absoluta piedad. Hay dogos negros, salivas de perros rabiosos queriendo infectarlo todo de negrura. Quieren derruir todos los cuerpos, son los grandes artificieros de las detonaciones controladas y, sí, los edificios y los hombres se desploman, caen, pero ellos no saben, no saben que es entonces cuando nace algo que es más grande que estar erguido, porque sólo ahí el hombre es hombre, en cuanto no está solo, en cuanto sabe que no es nadie sin los demás. Es ahí donde nace la sociedad, la única válida. Y de entre los escombros surgen los jilgueros de la voz, la voz que es pueblo y es cañaveral, que es acequia y es casa. Sólo ahí las monedas vuelven a ser panes. Y si un hombre, un hombre, digo, un hombre bueno cae y se desploma porque la ceguera y el vasallaje son un fusil que es una porra que es un candado que son caninos de perros sanguinarios, si un hombre bueno cae, repito, se edifican todos los escombros, como si fueran un magnolio o un milagro.

Ya naciste con todos los desahucios llorando en tu garganta. Ya naciste solitario lleno de hombres. Ya no eres el exiliado en el tiempo que decía Espinosa, porque ahora eres de tu tiempo. Tu tiempo es este desastre, este desastre que ennoblece, este desastre que es el mejor canto para no rendirse. Y sólo brota un sentimiento de amor, de verdadero amor, de amor sí, por qué no decirlo, en todos los que conmovidos asistimos a la valentía y a la grandeza de los hombres.

Hoy cae la lluvia con más brazos que nunca. Desde la noche pasada no ha parado de llover y yo me he quedado a oscuras, llena de escayolas por dentro donde los perros te destrozan y tú caes cayéndote lleno de palabras hermosas, ay, llena de escayolas como una estatua que tiembla, amigo mío. Pero miro afuera y ahora es todo más limpio y en toda esa humedad hay un otoño que embellece la tierra y huele a tierra mojada, huele al barro y a las manos con las que hacen las casas los hombres. Y así, con la compañía de este pensamiento, los animales del pecho empiezan a moverse y sacuden la lluvia de sus lomos. Sobre la acera hay una mancha de tu sangre y, sin embargo, una confianza plena me hace sentir a cubierto. Ahora sí, ahora ya pasó la calumnia y pasaron los siervos del Estado con sus uniformes de enterrador. Ahora sacas algo del bolsillo para que se te pase la fiebre, como queriendo hacer una presa en el riachuelo que nace de tu frente, y sonríes. Tú dices que esa fotografía es La Piedad y no se me ocurre mejor manera de definir lo que esas heridas y esas manos humanas sosteniendo tu cabeza representan.

A ti te han derribado. Ellos sólo ven eso, no ven, sin embargo, que ya no eres uno, que con tu dignidad puesta en pie se alzan las demás. Y que de pronto escampa y suenan ya las heroicas en las conciencias de los hombres sordos.

Diana Piorno


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