Takeshi Shikama. Ukishima, 2011.
Leyendo a Hasier Larretxea en El lenguaje de los bosques descubro a Takeshi Shikama. Este japonés dejó Tokio hace más de 25 años y se instaló a más de 100km, en la Prefectura de Yamanashi. Tardó una década en construir su cabaña. Mientras, durmió junto a su mujer en una tienda de campaña. Dejó la ciudad, el bullicio, el negocio, las prisas. Lo cambió todo por el latido del bosque. Se fusionó con cada corteza, con cada crujido, con cada gota de lluvia caída de las ramas. Renació sorprendido por la conexión con el monte, sobresaltado por la llamada que recibía de cada árbol. Como si estuvieran esperándole. Sintió la necesidad de retratar esos hilos, esas uniones, y sacó la cámara para inmortalizarlos. Recogió la energía del bosque en cada fotografía. Sentía que cada instantánea los conectaba para siempre, a él y a los árboles. Le fascinaba capturarlos al atardecer, cuando la luz parece ya irse, cuando las sombras juegan a verse y no verse. Revelaba las imágenes sobre un papel tradicional japonés que imprimía él mismo con una emulsión de platino en papel fabricado con la corteza de los árboles. Era ahí donde quedaba impresa la luz, la vida del árbol, la oscuridad que los unía y los preparaba para todo lo que viniera, a ambos. Miro estas fotografías y entiendo a la perfección a Takeshi Shikama. De qué manera se topó con la paz y el sosiego al encuentro con los árboles. Comprendo cómo el verde le dio el cobijo y la luz que le faltaba en el asfalto. Yo también haría la maleta, una bolsa pequeña como mi tío, también me iría sin avisar como mi padre, desearía la conexión como Shikama. Sé que allí, en el bosque, junto a su murmullo, su latido me sería refugio y el silencio me abrazaría con el mayor de los cariños. Porque aunque solo estuviera rodeada de animales, serían menos lobos que los de aquí. Menos lobos que los de aquí.Takeshi Shikama. Mt.Chyokai, 2005.