Revista Cine
Yo confieso: la piel que habita Pedro Almodóvar desde hace unos años, no me interesa en absoluto. A la espera de que mude su epidermis (ahora amenaza con volver a una ya habitada: la comedia más almodovariana), enfrentarme a una película del director manchego me produce más pereza que revisar la filmografía de Humphrey Bogart. No obstante, tras la tormenta mediática (y bloguera), ya he visto La piel que habito (2011), y tras marinarla un par de meses puedo concluir que vivir de rentas es un arte no apto para todos los directores. Pocos, muy pocos, son capaces de engrandecer una película sólo con su firma.
La película (que me pareció eterna) es surrealista, pero desde un punto de vista negativo. Si al menos Almodóvar nos sirviera un surrealismo real .... Pero no. Lo que debería ser absurdo se convierte en un ejercicio patético o, lo que es peor, en un intento desesperado por introducir la carcajada (véase escena de brasileño disfrazado de tigre) en una trama que, en ningún caso, debería contener gracias y, mucho menos, de este triste calibre. Si se quiere facturar un psico-thriller o presentar al mundo un cambio de registro, hágase con todas las consecuencias, sin miedo a que los incondicionales salgan del cine sobrecogidos por la historia.
La piel que habito es previsible y cansina. Sólo unos bellísimos fotogramas, asépticos y quirúrgicos, han cautivado mi atención. La escena de la pantalla me ha recordado a Persona (1966) de Bergman, como Átame (1990) a El Coleccionista (1965) de Wyler o Todo sobre mi madre (1999) a Eva al desnudo (1950), pero tirar de clásicos es ya algo habitual en el cine de Almodóvar, quien no sólo no lo niega sino que lo pregona.
Nunca he visto a Elena Anaya tan femenina, tan guapa y tan delgada como en La piel que habito. No discuto su calidad interpretativa (que la tiene) pero, teniendo en cuenta los orígenes de su personaje, me sobra femineidad. He comprobado (¡por fin!) que Banderas puede, si quiere o si está bien dirigido (lo ignoro), interpretar. He lamentado el trabajo de Marisa Paredes (a diferencia de Todo sobre mi madre) y , finalmente, he descubierto a una joven actriz, Blanca Suárez, que sobrepasa, con creces, al otro supuesto intérprete revelación de la cinta: Jan Cornet.
Y nuevamente he confirmado la capacidad del director para crear un producto, buscar fuentes de financiación, posicionarse en la carrera hacia los premios y, sobre todo, poner en marcha toda la maquinaria del marketing para crear humo. No podemos negar que, en este sentido, Almodóvar es el director español más hollywoodiense de todos los que pueblan el (casi siempre aburrido) panorama cinematográfico patrio. Así -y al más puro estilo Woody Allen de Vicky Cristina Barcelona (2008)- Castilla la Mancha y Galicia financian parte de la cinta a cambio de postales, cuberterías de Sargadelos y rótulos. Yo confieso: que parte de la cinta esté rodada en mi ciudad, dificulta en gran medida que pueda disfrutar de forma objetiva la película (más aún cuando en la boda te encuentras multitud de caras conocidas), porque uno sabe que la comisaría es un colegio, que en la calle donde está la tienda de la madre del protagonista no hay tráfico o que en el Pazo de Oca es prácticamente imposible celebrar ninguna boda.
Continúa también la tendencia de incluir una actuación estelar en la historia (en este caso la fantástica Concha Buika) y la hitchcockniana aparición del hermano del director que, en este caso, está metida con calzador.
En resumen: uffff! Pero, al menos le agradezco que no haya facturado una historia sobre la guerra civil porque, a este paso, el cine español acabará siendo monográfico. Amén.