Su nombre es de catálogo de arte, aunque no sea de los que provocan colas a la entrada de un museo. Detrás de él no hay patrocinadores ni gente que maneje su obra. Además, faltan paredes para exponer en las galerías de Valencia y «hay mucha gente y listas de espera muy largas».
Fernando Altieri recibe a ARTS en su casa, con José Larralde de fondo: «Voy cruzando pampas confiado en mi suerte», parece que dice. Pilar, su gata, se pasea sin perder detalle de la conversación. Uno de sus cuadros, el mismo que hay en la parte derecha, mira de reojo: Del ombligo al cuello todo va bien. Parece una de esas carreteras castellanas en las que coinciden todos los tonos del amarillo, que no son oro sino el sol aplastado contra en suelo por haber perdido el equilibrio. A lo lejos, las irregularidades que convierten el alquitrán en agua alucinada. Pero al llegar a la cara, ah, eso ya es otra cosa: La carne malograda, que no espejea el alma, no es sino el envoltorio de las emociones, los canales sanguíneos, los músculos y los huesos. Entre la Crucifixión de Grünewald y los estudios de Bacon. El punto final del camino.
El suyo empezó en Necochea (Argentina), recogiendo los trozos de madera que caían de la mesa del taller de carpintería de su padre. «Me gustaba todo lo que pudiera trabajar con las manos», recuerda Altieri. Allí tuvo más tarde «un local compartido con otros compañeros que realizaban algún tipo de producto artístico. Uno hacía tattoos; otro zapatos; otro cosía gorros...y yo me dedicaba a hacer lámparas. Llevábamos las obras a ferias de diseño».
* En la imagen superior, la 'Crucifixión' de Grünewald y uno de los estudios de Francis Bacon. En la parte inferior y en el destacado, dos de los trabajos de Fernando Altieri.
En estos momentos trabaja por encargo, pero no tiene ningún punto de venta fijo: «El único punto de venta soy yo caminando». El resto de horas las pasa en un restaurante de la ciudad como jefe de cocina, que a fin de cuentas es lo que le mantiene.
El taller de Fernando Altieri está en cualquier parte. Hay que ir buscándolo. «A veces es mi habitación y o el balcón; ahora también en la terraza del restaurante. «La idea de esto es mostrarlo. Pinto allí porque mi situación es irregular. ¿Qué es eso de irregular? (ríe)». Quizás por eso en sus obras todo está revuelto; hay figuras sin acabar y otras que empiezan a derretirse en la tela. «Cuando empiezo un cuadro me voy dando cuenta de que no era lo que tenía pensado. Al fondo está la idea, pero se va modificando todo el tiempo».
El arte puede transformar o puede dejar las cosas tal como uno las encuentra. Altieri prefiere lo segundo: «definiría mi pintura como realismo mágico. Es una expresión, una actitud frente a la realidad que no me gusta. No te da de comer, pero te llena».
Las obras son un espectáculo en directo que se van haciendo delante de la gente. «Es la mejor manera de mostrarlas. No sigo ninguna pauta. Mezclo cualquier técnica en cualquier momento. Si me gusta lo mantengo. Utilizo acríli-cas, sintéticas, témpera con barniz. También hago anillos y lámparas. Los anillos están hechos con aluminio. Para las lámparas me sirve todo lo que trasluce: resina, papel, lienzos pintados». En la calle la vida pasa con mansedumbre, con monotonía, como la lluvia de Cela y los ruidos se quedan enganchados en la piel del cuadro. Eso significa «libertad en todos los sentidos. No hay normas; hay sendas, caminitos. Cada caminito va teniendo sus caminitos... así trato de imaginarlo para describirlo pero...el arte es cagarte de frío».
Va y viene. Va y viene. La idea se tiene que pillar al vuelo y dejarla encerrada en la palma de la mano. El mejor momento para pintar es «por la noche porque no hay ruido. Preferiría pintar en la playa, en vez de tener de fondo la ropa tendida de mis vecinos... » (señala al balcón y se ríe).