Revista Arte
La pintura romántica: una descripción gráfica de un instante que observa solo un sujeto imposible...
Por ArtepoesiaEso es la Pintura a veces, la intimista, la más personal, aquella que nadie pueda estar viendo, realmente, desde ningún lugar mientras se esté llevando a cabo en ese mismo momento que describe... O porque es imposible confeccionarla desde donde ahora se vea la escena, como en la obra de Turner -quién pudo pintar ni mirar con detalle desde ahí, en esa fuerte tormenta además-; o porque el personaje ensimismado de la obra de Friedrich no se dejará ver por nadie, así, mientras camina solitario. Ambas obras maestras del Arte universal son de la tendencia romántica, ese momento pictórico y emocional que se vivió en la primera mitad del siglo XIX. Romanticismo en toda su fuerza, tanto interior como exterior. El hombre, el ser humano, es aquí el verdadero protagonista, pero, sin embargo, ¿cómo es posible esto, si es aquí precisamente la Naturaleza quien más se prodigará y representa?
En un caso -Turner- la Naturaleza es aquí desasosegadora, alarmante y vigorosa. Puede ser dominada pero tan solo con acción decidida, con técnica -el viraje y la maniobra marinera del piloto naval podrán conseguirlo con pericia-, pero también con audacia y satisfacción incluso. En el otro caso -Friedrich-, la Naturaleza no es vencida aquí, ni dominada ni satisfecha, la exterior se entiende, porque apenas ahí es ni alarmante ni poderosa. Aquí es, ahora, la naturaleza interior la que es controlada por el ser humano, la única que puede vencerse a pesar del paisaje o, tal vez, gracias al mismo. El Romanticismo en el Arte son colores sorprendentes, es decir, colores que no se verán así en la vida real, porque no se percibirán ahora con los ojos sino con la emoción. Una emoción que, en ese momento -no en otro-, llegaremos a sentir muy brevemente. Por eso los pintores románticos se esfuerzan en hacerlo notar como nunca antes, incluso, se hubiese hecho en un lienzo. Turner en su obra marinera transformará todo proceso natural de cualquier reflejo luminoso. El agua no es así, de ese color dorado, ni el cielo tampoco... En este caso, el pintor británico relatará una leyenda, la de un personaje holandés famoso por llegar a ser un gran almirante de los mares -Cornelis van Tromp-, pero, aquí, no nos cuenta aquél un hecho histórico importante, ni una gesta que merezca ser recordada en los anales históricos, no, sólo una recreación heroica de una gran habilidad marinera. El resto, no importará nada.
Caspar David Friedrich es el pintor alemán romántico por antonomasia. El Romanticismo alemán es intimismo, es sobrecogimiento, es decepción, pero también esperanza... En su obra Un paseo al atardecer, David Friedrich vaga, con su propio personaje, rodeado aquí de un paisaje que no dañará ni atormentará ni alertará. La finitud -la muerte- y la infinitud -la vida- se enlazarán ahí sin solución de continuidad, sin límites ni contornos precisos, todo será uno y vario... La gran roca aquí superpuesta -por los mismos hombres, no por la Naturaleza- como un túmulo prehistórico de finitud, contrasta además con la misma fuerza que supuso colocarla. Las ramas desnudas y sin vida de los grandes árboles que vemos más cerca del paseante, desentonarán aquí con el esplendor de una luna llena que iluminará, tenuemente, los alineados robles del fondo ahora llenos de hojas tanto como de vida y esperanza. Porque esa será aquí la fuerza, la interior del ser humano no la exterior de una Naturaleza ahora más inanimada.
En ambos casos, en los dos lienzos románticos, el observador que mira la escena es un observador imposible... No puede estar ahí en ningún caso. El pintor es sólo el que lo verá, él mismo, con su capacidad etérea, con su única forma de hacerlo aquí y así: emocionalmente. Sin testigos, sin otros que puedan, desde ese mismo lugar imaginario, ahora vislumbrar la escena plasmada en el lienzo. El pintor lo hace aquí para el Arte, y para nosotros, los que ahora lo veremos asombrados... Porque es el asombro, en ambos casos, lo que ahí veremos retratado. Además, en Turner, con la poderosa transformación de los colores por una sensación diferente. Esa misma sensación visceral que una escena natural como esa, tan feroz en su vibrante dinamismo desalmado -las ráfagas de agua están chocando aquí unas contra otras violentamente-, hará vislumbrar de ese color tan raro a cualquier ser trastornado así por ella. Es aquí el momento, es la emoción fugaz de ese momento, lo que el pintor romántico fijará para siempre así en su obra.
No importará otra cosa aquí, en ambas obras románticas. Por eso los creadores románticos no se preocuparán de ser comprendidos para nada, ni de ser confundidos siquiera. El sentimiento es personal, no colectivo. El objetivo es interior siempre, aunque las motivaciones puedan ser diferentes. Se siente o no se siente. No todos los que vean estas obras comprenderán -no intelectualmente, sino emocionalmente- el sentido que ellas poseerán. Pero, es que a los autores románticos tampoco les importaba. Ellos sabrían que el observador no existiría ahí nunca para que esas imágenes pudieran existir. Ellos entendían así que solo la emoción y las sensaciones viscerales podrían, si acaso, asimilarlas en la mente observadora de aquel que se atreviera a vislumbrarlas. Para eso fueron hechas. Para eso y para entenderlas así, como lo que son: un instante eternizado por la emoción humana y la fuerza que ella misma destilará...
(Óleo del pintor romántico inglés Turner, Van Tromp vira para complacer a sus maestros, 1844; Detalle de la misma obra, Turner; Óleo del pintor romántico alemán Friedrich, Un paseo al atardecer, 1835; Detalle de la misma obra de Caspar Friedrich, ambas obras en el Museo Paul Getty, Los Ángeles, EEUU.)
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