Revista Cultura y Ocio

La playa - Cesare Pavese

Publicado el 26 agosto 2019 por Elpajaroverde
La playa de Cesare Pavese será siempre para mí una novela interrumpida. Así la he sentido. Así se ha quedado para mí. Y no es que esto sea algo que hubiera de molestarme. Disfruté mucho, por ejemplo, de Demonios familiares, la novela que Ana María Matute dejó inacabada al morir. Porque es inacabada el término apropiado (o al menos el que se suele utilizar) para las obras que se quedan sin terminar. Sin embargo, yo prefiero llamarlas interrumpidas. Lo preferí en el caso de la citada obra póstuma de Matute porque inacabada se me antoja una palabra que remite a algo a lo que le falta el final cuando, en cambio, yo sentí que a esa lectura le faltaba tanto o más de lo leído, porque para mí fue como un monstruo que fue poco a poco despertándose y justo cuando rugía en todo su esplendor enmudeció. Lo prefiero nuevamente en el caso de La playa pero, esta vez, por inesperado. Ha sido, precisamente, ese no contar con ello lo que sí me ha molestado.
La playa - Cesare PaveseInesperadas habrán sido mis palabras para todos aquellos que hayáis leído esta novela corta de Pavese o que sepáis de ella, puesto que no se trata de una obra inacabada. Claro que yo no he dicho en ningún momento que lo fuera sino que lo he sentido así. Y es que en mi ejemplar de 188 páginas La playa termina en la página número 86. Os cuento.
Los libros de segunda mano que poseo no los he buscado sino que han sido ellos los que me han encontrado. No los he perseguido ni por librerías físicas de lance ni por el inmenso océano de internet. Simplemente, si voy a algún sitio en el que fortuitamente vendan libros usados, echo un vistazo y, si acaso, compro por impulso, sin indagar sobre los libros en cuestión ni mucho menos sobre las ediciones concretas. Así fue como, hace unas semanas, me llevé a mi casa esta novela corta de Pavese de la que aún no sabía que venía con sorpresa (o, más bien, sorpresas).
Tenía fichado este título desde que recientemente lo rescató la editorial Altamarea, así que, en cuanto me encontré una mañana de domingo en el rastro de mi ciudad con el ejemplar que ya es mío de la colección Obras Maestras de la Literatura Contemporánea de Seix Barral, no lo dudé ni un segundo. Con él, para que no estuviera solo hasta incorporarse a mi aún modesta biblioteca (y porque lo adquirí al irrisorio precio de un euro) se vinieron a casa un ejemplar de una de esas colecciones archiconocidas que se venden con los periódicos de La familia de Pascual Duarte de Cela, novela que llevo tiempo queriendo leer, y otro de la misma colección que el de La playa escrito por Julio Cortázar, autor con el que por fin me voy a estrenar, y que, afortunadamente para las personas que como yo acostumbran a vivir en la inopia, lleva por título Reunión y otros relatos.
Digo afortunadamente porque el título da a entender sin asomo de duda que además de Reunión el libro contiene otros relatos. Porque, sí, la(s) sorpresa(s) de mi ejemplar de La playa es que viene acompañado de otros cinco relatos de Cesare Pavese. Y, sí, sé que este detalle (en más de una acepción del término), no es para molestarse sino para batir palmas con las orejas (de hecho las batí (figuradamente, por supuesto) una vez superado el berrinche inicial).
Podría argumentar en mi favor que el libro no tiene sinopsis. Podría excusarme aclarando que el índice (sí, esa relación de los diferentes títulos de las obras que contiene un determinado volumen y que, evidentemente, también se pueden tomar por títulos de capítulos aunque el primero se corresponda con el título de la primera obra) estaba al final. Pero es que yo tengo la costumbre de fijarme en esas cosas antes de iniciar una lectura (y por lo visto también la mala memoria de olvidar dichos títulos una vez que comienzo a leer y compruebo que los capítulos no vienen precedidos de título sino de un simple número romano). Conclusión: termino La playa, no me entero (ni de que acaba la novela ni de que acaba la numeración romana y llega un nuevo título) y sigo leyendo. Leo las dos siguientes páginas (podrían haber sido más) y yo mosqueadísima, sin enterarme de nada (a ver de dónde han salido estos personajes nuevos en este otro escenario), hasta que de repente en mi subconsciente todo encaja y aflora a mi consciencia y surge la revelación (sí, también tengo momentos de lucidez aunque suelen llegar con efectos retardados), y con la revelación llega el berrinche.

La playa - Cesare Pavese

Cesare Pavese. Fotografía de autor desconocido

Pues sí, tengo un berrinche aunque no sea una actitud muy madura a mi edad. Pero es que yo estaba maravillada con Pavese y su playa. Dice el narrador de la novela, al llegar a ese entonces por mí ignorado final, que «empezaba a comprender que nada es más inhabitable que un lugar donde se ha sido feliz». Y no es que a mí me produzca infelicidad encontrarme en un lugar (léase lectura) en el que he sido feliz, sino que me he sentido desterrada, escindida, desgajada, sin ni siquiera la oportunidad de empezar a comprenderlo sino que la comprensión ha caído de golpe sobre mí.
Sí, he sido muy feliz leyendo La playa. Me ha procurado esa felicidad simplona y tonta, pero también deliciosa, que sentimos algunos lectores con algunos autores. Con esos autores que poco parece importarnos qué nos cuentan y cómo y por qué (aunque por supuesto importa el qué y el cómo y al porqué, si acaso, ya respondemos nosotros), que no arman grandes historias porque saben y nos hacen saber que en el transcurrir imperceptible de los días están las historias que merecen ser contadas, esas historias en las que aparentemente no pasa nada pero en las que lo que sí pasa es la vida. Pavese es de esos autores que con cada reflexión y diálogo nos abre un mundo, y la felicidad que nos procura es la de relajarnos y dejarnos llevar sabiendo que con él el viaje siempre es placentero y fructífero. Tal vez fue por esa relajación y ese dejarme llevar (además de por obviamente pensar que aún me faltaban cien páginas por leer) por lo que su final me pilló tan desprevenida.
La playa fue escrito a principio de los años cuarenta del pasado siglo y narra las vacaciones estivales de un grupo de amigos. El narrador antes citado es invitado por su amigo Doro a pasar el verano con él y su esposa, Clelia. La estrecha amistad que antes mantenían los dos hombres se ha enfriado desde que Doro dejara Turín tras su matrimonio para trasladarse a Génova. Al trío protagonista se unen los amigos del círculo genovés de la pareja, amén de un joven ex alumno del narrador con el que se encuentra por azar. Todos parecen orbitar en torno a Clelia, una mujer de la que «el amigo Guido incluso dice que mi defecto es que soy sincera con todo el mundo, que no doy a nadie la ilusión de tener un secreto para él solo» y sobre la que ella misma proclama que «yo hablo y hablo porque tengo una lengua en la boca, porque no sé estar sola». Este carácter parece contrario al del propio narrador, que nos cuenta que en una velada «me quedé solo, sentado en el banco. Sentía aquel hosco placer mío de quedarme al margen, sabiendo que, a pocos pasos de la sombra, los demás se agitaban, reían y bailaban. No me faltaba materia para reflexionar». Tampoco le falta a Pavese materia para hacernos reflexionar y yo he querido ver su sombra tras la voz de su narrador. Algún día espero leer su diario publicado póstumamente El oficio de vivir y conocer así al escritor italiano sin que se me oculte entre las bambalinas de sus ficciones.
Lo que apenas pueden ocultar los personajes de esta nouvelle es la nostalgia incipiente y apenas reconocida de esa juventud que comienzan a dejar atrás. «Yo le envidiaba -dije-, porque siendo un muchacho, podía aún forjarse ilusiones sobre su verdadero modo de ser», afirma el narrador sobre su joven ex alumno.
Poco más que añadir de La playa dada su breve extensión y a que tan a menudo me lío con historias propias y ajenas al contenido en sí del libro que alargan mis reseñas más de lo necesario. Pero recordemos que, cuando termino esta pensé única lectura que me aguardaba del autor italiano, aún me queda más Pavese por descubrir.

La playa - Cesare Pavese

Olivo BN. Fotografía de Fran Villena


No sé qué ilusiones albergarían los narradores-protagonistas (parece que esta fue una figura recurrente para el autor italiano, porque cuenten los narradores su propia historia o la de terceros, su mirada es la realmente protagonista) sobre su verdadero modo de ser, pero lo que me ha quedado claro tras escucharlos es que sus ilusiones respecto al mundo comienzan a ser ilimitadas. Corta es la edad de los narradores, en algunos casos muchachos recién alcanzada la juventud y en su mayoría muchachos que aún no ha dejado la infancia del todo atrás: el niño que escapa de su casa y pueblo para ver el mar en El mar; el joven que deja atrás el pueblo y se instala como estudiante en la ciudad en La ciudad; la terrible historia de celos, violencia y venganza que se cuece a fuego lento y nos cuenta el chavalín de La chaqueta de cuero; el despertar de las primeras atracciones en Primer amor; la hermosa y boscosa (Pavese, además de gran narrador y ensayista, fue poeta y eso se nota y se disfruta) Historia íntima.
No solo tienen en común estos relatos la perspectiva de esa temprana edad sino que pareciera que Pavese nos instalara en un permanente verano, en esas jornadas infinitas llenas de sol, que tanto me han recordado a la ambientación de La insolación de Carmen Laforet, en las que la aventura se mezcla con las horas suspendidas, esas sobre las que tantos diríamos que «me aburría y anhelaba el momento de reanudar la jornada, pero cabalmente en el tedio llegaba hasta el fondo del día y del verano. Nada ocurría, nada, ni siquiera una voz, en los patios y en las cuestas, y este vacío me encantaba como si el tiempo se detuviese en el aire. Había llegado al punto en que todo era posible y vigente».
El mundo rural es también algo común en estos relatos, así como el avergonzarse un poco de él y de todo lo que conlleva; ese querer dejarlo atrás como si con ello nos despojáramos de la infancia que molesta cuando equivocada y tempranamente nos sentimos adultos.
Son, en su mayoría, relatos muy masculinos. Es la mirada del niño-hombre sobre la mujer la que nos ofrece el autor italiano. Una mirada que es de superioridad en muchos casos. Una superioridad que oculta extrañeza y desconocimiento. Un desconocimiento que es la base de la atracción a veces confundida con rechazo. Tan solo en el último relato la mujer cobra protagonismo en el papel de La Sandiana, que es mirada por el narrador con respeto e incluso con admiración. Es este un relato muy ligado a la tierra y, como ya he comentado, es pura belleza.
Con él sí que concluyo La playa y sus cinco sorpresas. Esta vez salgo de mis lecturas de Pavese como sale uno del letargo del verano: ensimismado y añorando en futuro el próximo estío. En este caso ha sido una reincorporación gradual a esa otra realidad más allá del libro. No puedo evitar, sin embargo, sentirme nuevamente desterrada de esos pozos de felicidad lectora. Menos mal que me queda más Pavese por descubrir; menos mal que «hay cosas que basta con que existan y se es feliz sabiéndolo». Me llevo mientras tanto algunas otras que no os he contado y que me guardo para mí «porque estas cosas cuando se dicen ya no significan nada». «Eran éstas las cosas que llevaba conmigo en invierno a la ciudad; y no las decía, las encerraba orgulloso en mi corazón. Escuchaba a los compañeros hablar y pavonearse; yo callaba, no porque no me gustase oírles, sino más bien porque comprendía que las cosas realmente verdaderas no hay modo de contarlas. No sólo es menester que quien escucha las sepa, sino que hay que saberlas ya al conocerlas y, en suma, es imposibles saberlas por otro».

La playa - Cesare Pavese

Prunus spinosa (endrino). Fotografía de Ra'ike


Ficha del libro:
Título: La playa
Autor: Cesare Pavese
Traductor: Juan Antonio Masoliver
Editorial: Seix Barral
Año de publicación: 1983
Nº de páginas: 192
ISBN: 84-322-2195-3
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