Si pudiésemos volar veríamos como la ciudad se extiende como un mosaico casi infinito de tonos marrones. Los tejados de una ciudad que inspira y abruma a partes iguales. Sólo desde lo alto nos evadimos de su frenesí y la comtemplamos con mimo.
Apabullante. Esa es la idea que se me viene a la cabeza cada vez que me topo con este fotografía de Emilio Naranjo. Tomada desde el cielo nos ofrece una mirada opuesta a la que normalmente nos da el cogollo más bullicioso de Madrid, cuando lo saboreamos en cada paso.
No deja de resultar extraño como a vista de pájaro uno tiene la sensación de tener la urbe bajo control, sus límites, sus rincones, sus secretos...sin embargo a pie de calle terminas siendo absorbido entre sus fachadas y entrañas y aquello que pensabas tener dominado se te acaba rebelando y escurriendo entre las manos sin que puedas hacer nada por evitarlo.
El cruce de Gran Vía con la Calle de Alcalá es un choque de colosos de cuya onda expansiva se beneficia todo Madrid. Un desfiladero de energía que jamás saca la bandera blanca. Así, desde nuestra imaginaria torre de control resulta una delicia observar los rostros más famosos de Madrid: el Edificio Telefónica, la Torre Madrid, el Edificio Carrión... incluso la Plaza Mayor o la Catedral de la Almudena tienen su discreto cameo en esta fantástica mirada. Una fiesta a la que todos estamos invitados.
El asfalto de la Calle de Alcalá se disfraza de río, sobre sus orillas se va desplegando la vida, tal y como se ha ido produciendo durante miles de años en las más variadas culturas, y aquí no tenía porqué ser distinto. Madrid desde las alturas nos roba suspiros, nos evoca recuerdos y nos desafía a seguir deambulando por sus calles. Sólo así, vivido en primera persona, uno puede entender las muchas sensaciones que a los que adoramos Madrid nos puede despertar esta atronadora y arrolladora mirada.
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