Revista Arte
No quiere ser pintada, apenas puede contener la desgana de posar ante un pintor que, desesperado, tratará de conseguir plasmar la fuerza angustiosa de su mirada. No hay cuerpo, ni brazos, ni fondo, ni nada... Plasencia no sabría muy bien cómo hacer entonces algo grandioso y a la vez moderno. Heredero de la tradición académica española, el pintor siente que la esencia de las cosas en el Arte es ahora ya una cosa distinta. Había compuesto en Roma en el año 1877 una gran obra clásica con la que ganaría el reconocimiento de la Academia. Pero sabría el pintor español que en el Arte habría que descubrir su verdadera esencia en la emoción de los trazos más que en la proporción de las formas. Y creará en Asturias la primera colonia artística española de la modernidad en el año 1884. Entonces algunos pintores españoles entienden así que hay que pintar ahora en el exterior, ante los paisajes naturales que alcanzarán a dominar ya el color real de la luz de la vida. Serán los plenairistas españoles. Pero duraría muy poco aquella colonia. Como la vida del pintor. Un año antes de morir acabaría Casto Plasencia y Maestro (1846-1890) su obra modernista La joven del pañuelo rojo. Era solo ocho años después de haber nacido Picasso. Sin embargo, la historia, la vida y el Arte debían proseguir su camino de antes. ¿Hay una mirada de Arte desdeñosa más conseguida que la que Plasencia hizo en el año 1889 de su joven retratada? No la distinguimos bien siquiera. No sabemos nada de ella tampoco. ¿Era gitana, armenia, asturiana o morisca? Tan sólo que el pintor la eternizaría con su grandeza artística entre las sombras más geniales de su modernidad apenas emprendida. Qué destino más cruel el de estos genios malogrados del Arte. Fueron, además de malogrados por la enfermedad, malogrados por la historia. Nació el pintor cuando el Arte no se ubicaba bien entre el Academicismo, el Realismo y el Romanticismo. También cuando la fotografía empezaba a hacer temblar la hegemonía del Arte. Pero murió cuando el mundo del Arte se transformaba entre el Impresionismo triunfador y su heredero modernista más avanzado.
La modelo no quiere ser terminada. ¿Será eso tal vez mejor que ser pintada? Es como el Arte, que empezaría a balbucear por entonces dejando sin terminar las cosas que antes se perfilaban grandiosas, fastuosas o vanidosas. El mundo en aquellos días que el pintor trataba de componer los ojos de su joven modelo empezaba a cambiar lentamente. No es solo que el Arte habría empezado a cambiar por completo, sino que la historia del mundo, del mundo poderoso de entonces, estaba a punto de cambiar toda para siempre. ¿Sería ese el motivo misterioso del gesto ofuscado y distante de la joven del pañuelo rojo? ¿No es como si supiera ella (o el pintor) que el mundo no es más que un vano alarde de incongruencias insensibles? Que no merece sonreír, ni siquiera permitir, un mero gesto de aprobación o fulgor de agradecimiento por ser parte de él... ¿Era ese además el sentido tan oscurecido del retrato pretensioso? Pero, no. No podía el pintor oscurecer así del todo la obra. El pañuelo rojo debía ser ahora mucho más que solo un motivo representativo más de la misma. Era también el sentido llamativo de una pasión inconclusa. Porque había pasión, aunque ésta no serviría ya para otra cosa que para mirarla ahora apenas sin sentido. ¿Dónde estará aquí la belleza? ¿En los colores independientes, en la mirada torcida, en la improvisación aparente? Ahora, debía estar en la emoción, pero, ¿dónde estará la emoción cuando ésta se ha agotado ya de una vez por todas entre las sombras? ¿Será el nihilismo de Nietzsche? ¿Será la perdición deteriorada de un mundo que aún no tendría una excusa para detenerse y transformarse ya en su historia? No, habría aún de sufrirla. ¿Cuántos años necesitaría el mundo para darse cuenta de esa historia...? El pintor español apenas un año, el tiempo que le quedaría de vida. Su obra de Arte una eternidad, el tiempo que siempre tendría para poder ser vista.
La joven modelo retratada no siente nada. Está tensa, sin embargo. Le dará igual ser pintada, terminada o vendida. Es como el mundo, que no hace más que posar indiferente ante una historia que lo retrata impasible. ¿Cómo saber qué es la vida sin dejar que ésta se defina bien en lo que exprese? Hace ciento treinta años el mundo empezaría ya el rumbo tan perdido que hoy detenta y padece. ¿Lo sospecharía ya por entonces el pintor? ¿O, fue mejor la modelo, que se dejaría pintar así, sin saber realmente el pintor más de lo que su propia intuición apenas viese? El Arte tiene eso, que es premonitorio a su pesar, o sin querer o sin saberlo. Nada de lo que se pudiese decir por entonces serviría. Nada de lo que se pueda decir ahora, tampoco. Sólo podremos ver la obra y pensar ¿por qué estará tan seria la modelo del retrato? El Romanticismo ya había pasado; el Realismo también. Entonces, a finales del siglo XIX, el Arte era neutro casi. ¿Decadentismo? Sí, eso. Una decadencia. No hallarse, no encontrarse, ni ubicarse. ¿Suena eso un poco ahora ciento treinta años después? El Arte no puede contestar, ni resolverlo. Solo podremos mirar en la obra de Arte la belleza contrastada del rojo frente al negro, del azul entre los blancos o del rostro entumecido por el desdén misterioso de una mirada sin vida. ¿No hay vida ahí? No, solo Arte. El mismo Arte que el pintor español quisiese plasmar entre las brumas ensombrecidas de un mundo por abrirse... Él no lo vería. Al año siguiente moría Casto Plasencia en Madrid. ¿Y la modelo? ¿Seguiría así, tan entristecida o nihilista como el pintor la crease? Hoy la veremos exactamente igual que entonces. Por eso el Arte ayudará siempre a mantener una sensación de algo que apenas se presiente. Veremos la belleza malograda de un Arte decadente; veremos también la sutileza modernista de un Arte diferente; veremos además la esperanza marchita de un mundo por hacerse. Pero, ¿veremos la realidad cruda de hoy entre la mirada dolida de un Arte entonces por perderse?
(Óleo La joven del pañuelo rojo, 1889, del pintor español Casto Plasencia y Maestro, Museo del Prado, Madrid.)
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