Revista Historia

La primera piedra y la urna del tiempo

Por Codiceeremita @codiceeremita

Hoy os voy a contar una historia. No la protagonizó Tintín, ni Rita Reporter* (*cuesta hasta encontrarla en Google, increíble)… sino una serie de personajes anónimos que -prensa mediante- han dejado de serlo. Hace algunos años (sí, años), cuando se decidió demoler la Antigua Escuela Superior de Trabajo, se halló bajo la primera piedra de la misma nada menos que una “urna del tiempo”: una arqueta de metal que contenía un recipiente de vidrio con una serie de testimonios documentales de la época de construcción de la misma (1935).

Una especie de cículo del tiempo cerrado, donde las esperanzas depositadas en una insitución “para el pueblo” se tocaban con la finalización de las mismas. Casi una paradoja en estos tiempos que nos tocan.

La importancia del evento de la inauguración de las obras se tradujo en un solemne acto recogido en los periódicos de la época. En el anterior post, podéis ver algunas imágenes de los mismos -sólo que centradas en las vivencias publicitarias del momento histórico que nos ocupa-. Si buscáis en la web de la hemeroteca de Gijón, y encontráis el diario de La Prensa del 18/06/1935, leeréis una descripción pormenorizada del acontecimiento.

Pero volvamos a la urna. El recipiente de cristal contenía nada menos que el Acta de inauguración, manuscrita y firmada por los asistentes. Además, se habían introducido un ejemplar del día de cada periódico local (el Comercio, La Prensa y el Noroeste), varias tarjetas de visita y la invitación al acto; un ejemplar de la Constitución de la Segunda República, y algunas monedas de curso legal de la época.

Es decir, todo ello formaba un CONJUNTO DOCUMENTAL inseparable, testimonio de un momento y de una intención concreta. Por poner un ejemplo: del mismo modo que no tiene sentido la aberración museística de separar intencionadamente y con afán de esquilmar (verbigracia, las esculturas del Partenón en el British) las partes de un edificio para exponerlas de forma separada de su construcción original (con la excepción, claro está, de dejar una réplica con el fin de conservar los originales si peligra su conservación), no tendría sentido separar los periódicos por un lado, y las monedas por otro.

A partir de su “descubrimiento” -o más bien de los esfuerzos y de la voz de alarma dada por el historiador Héctor Blanco-, nuestra urna, que llevaba décadas aburrida (horas dormida, horas meditando bajo su pedrusco), es llevada a recorrer su municipio en el siglo XXI. Me imagino su sorpresa por los cambios en la preciosa ciudad de Gijón, pero aún más por ser tratada casi como una patata caliente.  A ver quién se hacía cargo ahora de su restauración…

Mea culpa. O culpa nuestra, debo decir. Los restauradores especializados en papel estamos aquí, pero no se nos ve. Parece como si estuviéramos encerrados en una torre, con nuestras impolutas batas blancas y ocultos tras nuestras máscaras. No se nos conoce. Esa es la verdad. Y es más fácil tirar de cualquier amigo con afán de bricolaje que de un profesional. (Léase esta entrada, porque mejor no me repito sobre este asunto).

El caso es que, aunque la extracción de los documentos de la urna de cristal, humedecidos por una entrada de agua y frágiles tras el paso del tiempo, debió ser realizada por un/a profesional, no fue así. Y los documentos llegaron a mis manos fuera de la urna. ¿Eso qué implica?

Pues varios puntos problemáticos.Por ejemplo:

En primer e importante lugar, no saber la causa definitiva de las pérdidas de soporte de los períodicos, roturas, desgrarros, arrugas, etc. Me viene a la cabeza un capítulo de la serie “Gran Hotel”, en donde el carismático policía-detective se queja amargamente de que sus menos formados compañeros habían movido y toqueteado el cadáver. Vaya, pues esto es lo mismo.

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Pérdidas de soporte en uno de los ejemplares de prensa

En segundo lugar, que un secado de las características que presentaban esos ejemplares implica una reordenación de las fibras del papel (encantado con la humedad) y una multiplicación de las tensiones para que volviera a su ser. En esto pensé mucho cuando tuve que repetir los procesos de alisado, y al unir los desgarros para hacer legible el texto.

Unión de un rasgón, proceso

En tercer lugar, preguntarme si algunos de los testimonios sobre manchas, disoluciones, restos de varios tipos… encontrados en el papel de los documentos obedecían a lo que yo pensaba, o no. No lo podía saber tampoco.

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¿Es lo que parece?

Supongo que lo que cuenta es que llegó, y se recuperó.  Gracias sobre todo a Héctor Blanco, que se molestó en buscar una financión -asumida finalmente por la Consejería de Cultura- e insistir en la necesidad de recuperar esta parte de nuestro patrimonio y ponerlo en valor, y también en encontrar a un/a profesional en la materia (después de recorrer arduos caminos y llegar a lo más alto de la más alta torre, supongo) para que realizara un presupuesto y acometiera el trabajo.

Y, por fin, esa documentación la entregué hace un par de meses, bien protegida en una carpeta de conservación, con varias subcarpetillas que aislan unos documentos de otros pero los conservan como un conjunto, clasificado e identificado convenientemente. Para su consulta -controlada, habida cuenta del estado de los periódicos-, y disfrute. Con su informe correspondiente.

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Conjunto documental: carpeta de conservación

Y este Domingo pasado salió publicada la historia de este devenir en La Nueva España, en la edición digital.

Os paso el enlace del artículo:

http://www.lne.es/gijon/2012/01/08/ultima-piedra-escuela-peritos/1180855.html

Hay que ser sinceros: si no sale en la prensa, como que no es ni existe, así que ha sido estupendo que por fin un trabajo tan laborioso haya sido publicado.

Por si léeis el artículo debo apuntar algo: extraer los documentos de la urna por mis propios medios no era simplemente para “manejarlos mejor” (de hecho, secos se manejan estupendamente), sino por las razones que comenté previamente. Entiendo la necesidad de resumir la información.

Así como toda la historia de nuestra querida Urna, que ha quedado reducida a algunas líneas y en realidad se trata de una aventura digna de un cómic de Rita Reporter -esa que nadie conoce, y por eso me viene al pelo-, cuyo detalles sólo los sabemos quienes participamos en ella y que no serán extraídos de nuestras bocas aún bajo torturas al estilo de las que aparecen en El Dragón Verde.

Ahora eso sí: como punto final rubrico y reafirmo el que la aventura no ha desmerecido el interés del trabajo. Ni un ápice. Me siento muy afortunada de que se contara conmigo, y espero poder compartir en breve las fotos de antes y después en el apartado de Restauración.


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