Revista Opinión

La princesa

Publicado el 19 marzo 2019 por Carlosgu82

Fuimos compañeras durante mucho tiempo, llegamos a ser amigas, supongo, cuando menos era para mí una persona de confianza, pero el tiempo y las circunstancias nos separaron.
Aún recuerdo su cabello, entre pajizo y oro dependiendo de la luz, ni brillante ni opaco, ni lacio ni rizado. Recuerdo cómo adornaba su cara al caer tímidamente sobre sus mejillas.
Recuerdo también su sonrisa ágil cuando me la presentaron; sus ojos negros llenos de emoción, me pareció un encanto. Al darle la mano me sorprendió la delicadeza de las suyas, eran muy blancas en comparación con su tez morena. Al mirarme, endureció esa ternura inicial y su voz dominante me aplastó.
-¿Quién eres?.- Dijo. No me preguntó mi nombre, simplemente quién era.
Bajo el poder de esa voz acostumbrada a mandar y esa mirada inquisitiva, me hice pequeña, bajé la vista y no pude responder nada. Su mirada siguió posada en mí segundos eternos, sentía su fuerza, su desesperación por mi debilidad. Aquella criatura tan perfecta y tal cruel esperaba. Me retiré a una esquina del aula, fui incapaz de decir nada; llegaron otros a conocerla, ella les atendió con gracia y con un aire de grandeza.
Parecía una princesa entre muchos siervos, a la vez que una frágil pieza de cristal. Al volver de su encuentro, los demás, impresionados por su encanto altivo y su delicadeza la alababan, la alzaban hasta que tocaba el cielo. Yo la miraba ocultando que o hacía, en su cara vi que había una sonrisa de crueldad y satisfacción, supe que era eso lo que ella quería; su dominio ya se extendía por toda la clase.
No duró mucho sin embargo su reinado, el resto, quizás menos tímidos y más resueltos que yo habían sabido ponerla en su lugar. Aquella frágil pieza de cristal se rompió, descubriendo su verdadero rostro, lleno de inseguridad. Entonces lloró. Su único escudo, el llanto, la envolvió y yo la vi entonces más bella, más princesa, y a sus ofensores más plebeyos. Su corto dominio había acabado, terminó antes de poder empezar.
Era víctima de burlas y crueles desprecios. Sufría y poco a poco su mirada dominante mudó a docilidad. Se aisló. Yo, al ver un sufrimiento como aquel me sentí muy triste e intenté hablar con ella. Me acerqué, tal vez más temerosa que la primera vez, Ella me miró, su mirada se suavizo al verme; sonrió y me pidió perdón.
Le enjugué una lágrima de agradecimiento que nacía en cada uno sus ojos, la abracé y me senté a su lado. Comenzamos a hablar y al rato parecíamos amigas de siempre. Nuestra amistad creció, o cómo decía antes, nuestra confianza. Fuimos inseparables todo ese curso.
Un día la encontré llorando. La acompañé hasta su casa, traté de consolarla, me apartó. Vi en sus ojos la misma mirada de aquel primer día. Había vuelto a ser la princesa. Me miró con desprecio, como a un perro común y corriente y me ordenó con voz temblorosa que me fuera, que me apartara de ella. Ese día terminó para siempre nuestra amistad. No volví a saber nada, dejó la facultad. Hasta que un día la vi, habían pasado unos años; la vi por televisión.
Parecía contenta en esa fotografía, de la mano de un hombre. Sí, se la veía feliz. Era un programa de búsqueda de personas; había desaparecido.
– Como te decía,- le dije a mi marido,- sí, yo la conocí…


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