"Este es el libro que más me gusta de todo el mundo, aunque nunca lo he leído.""La princesa prometida", esa película. Un día mi padre la alquiló en el videoclub y desde entonces he perdido la cuenta de las veces que he podido llegar a verla, aunque me basta con que me pongan una escena al azar para confirmar que han tenido que ser decenas.
Pues bien, a estas alturas decidí leer el libro. Con miedo. Mucho miedo. Vale que la mayoría de las veces un libro supera a la película que lo adapta, pero es que "La princesa prometida"... Bueno, sé que los que alguna vez en vuestra vida habéis exclamado "Soy Íñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir", me entendéis de sobra.
Así que lo abrí con cautela y el primer pensamiento que vino a mi mente, tras leer pocas páginas, fue "¡Qué guay!" y respiré aliviada sabiendo que el libro también molaba. Es así, hay que decir "molar" en vez de "tenía calidad", que suena a que te has pasado subiendo escalones, o "estaba bien", que suena a que la sangre no te circula con mucha fluidez.
He pasado unos días grandes gracias a Goldman, sonriendo en público y leyendo muy despacito para que la cosa acabara más tarde. Supongo que algo tienen que ver las regresiones, las ganas de volver a sentirte una nena que sigue a Westley en su aventura delante de una tele de tubo, el hecho de haberle cogido cariño a los personajes hace ya bastantes años y que una historia regenere tu energía después de un día de perros.
Después de lo dicho, lo lógico sería hablarle directamente a vuestro niño interior y animarle a que pase un buenísimo rato.
