Habrá que acostumbrarse a la tinta roja por largo tiempo, al menos hasta que aparezca un liderazgo proactivo que detenga la pandemia financiera. Hasta el momento las pérdidas van en los 3 billones de dólares, dinero que se ha evaporado mayoritariamente de los fondos de pensiones. Esto indica que al margen de la oleada de desempleo, se añade la pérdida real de los ahorros que millones de trabajadores realizaron a lo largo de su vida para sus jubilaciones.
Esos eran los capitales golondrina que invadían países como Islandia aprovechando las tasas de interés favorables creando la ilusión de riqueza que disparaba el consumo, elevaba la inflación y hacía que los banqueros centrales volvieran a subir las tasas de interés retroalimentando el círculo vicioso. El rol de los bancos centrales, partiendo por la Fed, ha sido el más nefasto en los últimos veinte años al tener como único norte su mirada en los precios y manteniendo la vista fija en este único indicador, ignorando por completo la bomba de tiempo que creaba la burbuja financiera.
Al forzar la mirada en la inflación esperada y no en la inflación pasada para el reajuste de los salarios, la política monetaria creó un torniquete que favoreció las ganancias del capital especulativo por sobre el capital real, que es el que mueve la economía, genera empleo, innovaciones, nuevos productos. Friedman debe revolcarse en su tumba pues fue su teoría del ingreso permanente la que permitió el desarrollo de abusos desmedidos, y no deberá sorprendernos que en algunos años sus estatuas sean quemadas como hace veinte años lo fueron las de Lenin y Stalin. El rechazo a poner su nombre al nuevo centro de Investigaciones económicas en la Universidad de Chicago, por parte de académicos y alumnos es una prueba de ello.
Nadie puede negar ahora las advertencias lúcidas de Robert Shiller cuando el año 2000 publicó Exuberancia Irracional, para dar cuenta de la insana burbuja que invadía a Wall Street desde 1995. Burbuja que creció sin parar hasta el año pasado, repitiendo exactamente el mismo patrón de los años 1926-1929.
Otro autor lúcido del descalabro financiero propiciado por Alan Greenspan es Charles Morris. En febrero, cuando la Fed daba cuenta que las pérdidas de la crisis bordearían los 100 mil millones de dólares, Morris publicaba The Trillion Dollar Meltdown, La fusión del Billón de dólares. Abogado, creador de software y colaborador de The Wall Street Journal y The New York Times, Morris detectó el año 2005 que los mercados financieros se dirigían a una catástrofe y aunque quedó corto en su pronóstico, ha sido el más certero profeta.
En su enfoque, Morris hace una aguda crítica a lo que califica como “la religión de Wall Street”, entendiendo por esta creencia la fe ciega en que el libre mercado es capaz de encontrar la solución óptima a cualquier problema. La creciente tendencia a la desregulación financiera llevó el 80% de los préstamos fuera de la competencia de los reguladores, en operaciones que después eran quitadas de balance para no dar cuenta de las pérdidas. Morris critica sin piedad los 17 años de Greenspan en la Fed, y el privilegio desmedido que otorgaba a sus amigos de Wall Street, denunciando su idolatría y confianza irracional en los planteamientos económicos de la desregulación. Estas son las acciones que comienzan a pasar la cuenta y enfrentan a los Estados Unidos a la que puede ser su década perdida, tal como Japón tuvo la suya en los 90 y América Latina en los 80.
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Este artículo fue publicado en El Blog Salmón, el 18 de noviembre de 2008
Una mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización