Revista Opinión
La discusión en torno a la diversidad cultural que se desarrolla en Europa, está involucrada al proceso fenomenológico que trajo consigo la globalización: la construcción de una identidad cultural homogénea que es difundida por los medios de comunicación y las principales instituciones sociales, que le dan sustento a la realidad objetiva, forma un estilo de vida occidental (vinculada al consumo y la ideología neoliberal). La globalización entra así en contradicción con la identidad nacional, agravado en momentos de crisis económicas donde el nivel de tolerancia es mínimo y comienza una persecución a las minorías étnicas y culturales no involucradas con las identidades europeas.
Desde una perspectiva sociológica (Berger y Luckmann), en estos momentos críticos la realidad objetiva cuestiona el comportamiento de aquellos individuos que no responden a una pauta de conducta legítima. Así, por ejemplo, la prohibición del velo islámico en Europa genera un conflicto en la realidad subjetiva de los practicantes de la religión islámica. La globalización, a mi entender, reforzó la legitimación de una realidad objetiva exitosamente en la civilización occidental, aunque también generó una contradicción en las identidades nacionales.
El largo proceso llevado a cabo con la construcción de la Unión Europea determinó la supremacía de universos simbólicos que sirven para legitimar el desenvolvimiento social, establece sus mecanismos necesarios para su estabilidad. No obstante, la intolerancia hacia otras realidades se acentúa en momento de crisis, de esta forma lo que está claro es que los brotes de racismo y xenofobia en Europa son funcionales a mecanismos conceptuales para el mantenimiento de dichos universos que le dan legitimidad a la sociedad europea. Así, el caso de llevar a cabo la prohibición del uso del velo islámico es un mecanismo de aniquilamiento: se lo descalifica cuando se lo relaciona al mismo como un símbolo de la dominación masculina y la sumisión femenina que se da en los universos simbólicos que legitiman la sociedad islámica, banalizando y generalizando la problemática al no contemplar sus distintas significaciones en el mundo musulmán. Estas medidas discriminatorias y que alimentan la persecución religiosa sirven para autosustentar el universo simbólico. ¿Cómo serán las consecuencias a partir de la prohibición del velo islámico? La incidencia del mismo en la socialización de las personas puede alcanzar distintos matices: se puede dar una situación de crisis, seguramente, dependiendo el grado de radicalización su repercusión dentro de la sociedad. Para que se alcance la alternación, es decir, un proceso de re-socialización, las medidas tendrían que prohibir la práctica religiosa y no sólo uno de sus símbolos. Un caso de alternación sería como el sucedido en la sociedad turca laica, donde los símbolos religiosos han sido prohibidos.
La incidencia en la internalización del individuo será de acuerdo a la importancia del velo en su socialización primaria. Su significación varía según el mundo musulmán, algún más conservadores que otros. El caso de la candidata musulmana Ilham Moussaid (Partido Anticapitalista francés) que reivindicaba el uso del velo y al mismo tiempo se decía feminista, es un claro ejemplo que lo podemos denominar “alternación fría”: los submundos o realidades parciales internalizadas durante la socialización secundaria contrastan con el mundo de base adquirido en la sociedad primaria, o sea, la aparición de estos “mundos discrepantes” son aceptados pero no de manera tal que reniegue de su pasado.
La prohibición del velo, podría resultar anecdótico o bien, una crisis sobre las rutinas que no altera su internalización de su socialización primaria. Según la significación que se le dé al símbolo puede llegar a ser aceptado el cambio como a la persona que, de la noche a la mañana, se le informa que ya no es necesario asistir a la oficina en saco y corbata. En cuanto al rol designado a la mujer en el mundo islámico tampoco puede llegar a una situación de crisis si no se realiza la prohibición total de su práctica religiosa. La mujer, por el solo hecho de abandonar al uso del velo, no descubrirá su libertad o bien su igualdad con respecto al hombre. En todo caso, sería una transformación parcial porque el individuo no rompe sus relaciones con los significantes o grupos de referencia que “refrescan” su socialización primaria. Así, el individuo no logra reemplazar el vínculo con suma carga afectiva que le impuso la institución trascendental para su socialización como es la familia.
La sociedad contemporánea, sobre todo la occidental, se caracteriza por disponer numerosos mundos discrepantes resultado del pluralismo social manifestado explícitamente a través de la globalización. Cada una de ellos cuenta con sus respectivas institucionalizaciones que dan sustento a la realidad objetiva. No obstante, existe un discurso hegemónico que legitima solo uno de los universos simbólicos ligado al neoliberalismo. Es un discurso maniqueo ya que apunta a la diversidad cultural, cuando sólo es efectivamente libre es la circulación de capitales financieros. Cuando este sistema entra en crisis y repercute notoriamente sobre la sociedad, el mecanismo para sostener el universo simbólico es la negación y la persecución, el aniquilamiento de aquellas realidades que no encajan ideológicamente o bien simplemente sirven como chivo expiatorio. Vale destacar como elemento clarificador, la acentuación de estas diferencias luego del 11-S. Existió a partir de ese momento el nacimiento de un discurso demonizador anti-islámico que motivó una histeria colectiva en Occidente. En el mismo se retomaron argumentos legitimadores simplistas, es decir proposiciones teóricas en forma rudimentarias, en los cuales la palabra “democracia” fue tomada como una religión que purificaría el mundo musulmán. Lejos de todo análisis sociocultural, se menosprecia su universo simbólico. El mismo discurso también fue empleado para alimentar la memoria colectiva, rescata del pasado la imagen del moro invasor, del pagano, se establece mecanismos conceptuales cuyo fin es la aniquilación del universo simbólico islámico. Se institucionaliza un lenguaje netamente etnocentrista. La imposición de la democracia y el libre comercio es la excusa para dar rienda a una nueva cruzada en defensa del nuevo Dios, al que hacía referencia Heidegger: la tecnociencia y el mercado financiero. Luego del fin de comunismo, la ideología capitalista necesitó construir un enemigo a fin de mantener y legitimar su poder.
Este fenómeno de brote racista y xenófobo es un recurso coercitivo para contraer la institucionalización y así autosustentarse a partir de la diferenciación y negación de submundos que no son funcionales a la realidad objetiva europea.