Revista Educación
Con sus luces y sus sombras, con sus logros y sus derrotas, me atrevo a afirmar que la psicología se encuentra en un estado de relativa buena salud. A lo largo de los últimos 50 años sus avances en la investigación y el tratamiento de algunos trastornos psicológicos han servido para aliviar el sufrimiento de mucha gente. Ese habría sido su principal e indudable logro. Sin embargo, también es necesario reconocer que estos avances han podido tener algunos efectos indeseados, como el de la victimización o patologización de algunos estados emocionales, o el excesivo énfasis puesto en el modelo del déficit o la enfermedad. Un modelo semejante al modelo médico tradicional excesivamente centrado en la prevención o tratamiento de los trastornos, pero que ha olvidado trabajar para hacer más felices y competentes a las personales “normales”.
Precisamente ese hueco es el que pretende llenar la psicología positiva, un enfoque más preocupado por construir fortalezas que en reparar debilidades y problemas. Una visión optimista e inconformista que piensa que la psicología debe ocuparse no sólo de combatir el sufrimiento, sino también de mejorar el desarrollo humano fomentando la competencia, el bienestar y el talento. Martin Seligman, uno de los padres de la psicología positiva, presenta una propuesta muy interesante sobre el objetivo que debe perseguir este enfoque. En una charla que podéis encontrar en TED.com (ver aquí) hace referencia a los tres tipos de felicidad que se deben fomentar. Juntas podrían suponer algo parecido a la satisfacción vital plena.
La primera es la vida placentera y hedonista, en la que buscamos disfrutar de tantas emociones positivas como podamos. Aunque no hay una fórmula mágica, parece que algo que tienen en común quienes consiguen este tipo de felicidad es disponer de amistades. Está muy bien este tipo de disfrute, aunque tiene algunas limitaciones, como su fuerte heredabilidad (parece que los genes nos hacen tristes o alegres), que deja pocas posibilidades para la intervención, y lo rápido que nos habituamos a lo bueno. Una vez conseguido nos deja cierto vacío, por lo que estas emociones positivas duran muy poco.
La segunda sería la vida del compromiso con una actividad que absorbe toda nuestra atención. No se trata de placer, sino de "flujo", de una inmersión total en la tarea que hace que el tiempo se pare. No sentimos nada, a diferencia de lo que ocurre durante las situaciones placenteras, nos olvidamos del mundo que nos rodea y nos concentramos exclusivamente en lo que tenemos entre manos. Puede tratarse de una tarea tanto profesional como de ocio en la que nos sumergimos durante horas.
La tercera sería la vida significativa, considerada tradicionalmente como la forma de felicidad más venerable y que coincide con la clásica visión eudaimonista (del griego daimon, o esencia, verdadera naturaleza). Se trata del bienestar asociado a la implicación en actividades que nos llenan y nos hacen crecer, a la experiencia de sentirnos vivos realizando tareas que tienen sentido porque suponen una ayuda altruista o una aportación para mejorar el mundo en que vivimos. Es la utilización de todo nuestro potencial al servicio de algo que nos trasciende.
De los tres tipos de felicidad, y contrariamente a lo que podría intuirse, la primera es la que menos contribuye a la satisfacción vital. Sus efectos se diluyen pronto como un azucarillo en aguardiente dejando una cierta sensación de vacío e insatisfacción. La segunda, la felicidad relacionada con el compromiso y el flujo, realiza una mayor contribución a ese bienestar personal. Sin embargo, es la tercera, la relativa a la vida significativa, la que más nos llena, y la que tiene un efecto sobre nuestro bienestar que más perdura a lo largo del tiempo.
Con frecuencia, y de forma sesgada, se asocia a la psicología positiva con el pensamiento positivo o con la búsqueda de la felicidad hedonista, lo que ha dado pie a críticas injustificadas, por la banalización que supondría la búsqueda de una felicidad hollywoodiana, simple y poco comprometida. Sin embargo, la verdadera felicidad o satisfacción vital no tiene nada de trivial, supone un verdadero compromiso con poner todo nuestro potencial al servicio de la sociedad. Ese es el reto de la psicología positiva, la promoción de la satisfacción vital plena.
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