Revista Arte
La quintaesencia del Arte la descubrió un creador incomprendido, un ser anticipado y diferente.
Por ArtepoesiaEs una barbaridad que los museos no faciliten imágenes en alta resolución de sus obras catalogadas. Uno de los pocos museos de todo el mundo que sí lo hace es el madrileño Museo del Prado. En la era de la comunicación y de la imagen global, ésta es una asignatura que los años culminarán alguna vez... Para entonces, para los afortunados que lo puedan ver, será una maravillosa epifanía del Arte, algo que acercará aún más a las grandes obras maestras de la Historia. Así que, hoy, sólo puedo ofrecer estas pobres imágenes de unas de las composiciones más extraordinarias producidas por el más extraordinario de los creadores. Sí, extraordinario. Es que lo es; porque El Greco tuvo la genialidad de diferenciarse ya del resto con algo más que con sutilezas o técnicas. Se dijo de él entonces que no quiso pintar como Tiziano..., que ya existía uno así, tan grandioso con su Arte, y que debía ahora imaginar cómo hacerlo de otra forma. Es una crítica que, por entonces, algunos le hicieron, argumentando que el pintor cretense dejó de hacer composiciones equilibradas, comprensibles, naturales o clásicas..., para hacer ahora una confusa, desordenada, chirriante, y muy poco brillante obra.
Pero, como él sabía pintar, como era algo que dominaba, El Greco pudo luego hacer con sus obras lo que quiso: diferenciarse con algo más que con su técnica, distinguirse, además, con la mayor originalidad que un creador hubiese nunca ya tenido por entonces. Hay dos obras suyas fuera de España, bueno, hay muchas más..., pero me refiero aquí a dos que son concretamente muy parecidas, casi idénticas, La Oración en el huerto de Getsemaní. ¿A quién se le hubiese ocurrido pintar a los apóstoles, ahora empequeñecidos, dentro de una nube redondeada sobre la tierra? ¿Quién hubiese pintado ya una roca que no parece aquí una roca?, ¿A quién se le hubiese ocurrido pintar una obra que lo único que tuviese algo de naturalidad fuesen unas ramas y las hojas de un monte ahora muy poco ensombrecido? Porque, la luz será otra cosa utilizada por el creador toledano de un modo muy personal... y anticipado.
Pero, no tan solo eso... Uno de los detractores que tuviese El Greco en España lo fue el humanista, escritor, poeta, políglota, matemático, músico, teólogo y clérigo José de Sigüenza (1544-1606). Felipe II lo nombró bibliotecario del Monasterio del Escorial..., un lugar éste por entonces, pleno siglo XVI, que fuese el más privilegiado centro de cultura archivada del mundo. No fue Sigüenza un reaccionario cultural, llegó incluso a ser encausado por la Inquisición por haber entonces utilizado evangelios apócrifos para sus sermones; por usar un lenguaje además, a pesar de ser poeta, aún más claro, directo y sin añadidos que suavizaran el contenido epistolar. Esto y la cercanía e influencia cultural al Rey, hizo que muchos sintieran envidia de él, y todo esto le malogró... Sin embargo, no pudo evitar que una simple opinión de gusto sobre la estética de El Greco hiciera de él un muy injusto crítico de éste. Influyó en las decisiones artísticas que Felipe II tuviese sobre El Greco. Como lo hizo cuando denostó la obra de este pintor, El martirio de san Mauricio y su legión tebana, aludiendo por entonces a cuestiones teológicas. No podía ser que un santo, decía, pareciese ahora tan humano, tan poco sagrado: esto contribuiría a que los que lo viesen no les apeteciese rezar, sino verlo...
Todas estas cosas y su técnica, su novedosa y sorprendente técnica para entonces, como también una personalidad muy peculiar, hicieron que El Greco no fuese reconocido hasta siglos después, cuando los románticos del XIX comenzaran a ver en él otras cosas... y esa genialidad tan desconocida. Y estas dos obras tan parecidas nos ayudarán, como todas las suyas, para percibir ahora algo más de ese rechazo y de esa genialidad... Una de las cosas que el padre Sigüenza afirmara por entonces es posible que no se alejara mucho de la verdad... A la vista de sus obras, los lienzos de El Greco no servirían para recoger al ánimo cristiano y rezar a la santidad representada. Y esto era así porque este pintor expresaba la personalidad de los santos, de todos ellos, como la de cualquiera de nosotros. No distinguía absolutamente nada, iconográficamente, de la representación de un ser humano -o divino- de la de otro..., aunque éste fuese un dios. Sin embargo, el misticismo o la espiritualidad de El Greco es uno de sus mayores alardes creativos. ¿Entonces, por qué? Pues, porque este pintor misterioso reflejaba así la divinidad ya en toda la obra pictórica, en todos sus elementos y no en ninguno solo.
Aquí, en La Oración en el huerto, en ambas obras, se verá sutil y claramente cómo está ya en todo el lienzo la santidad universal que él representaba. Jesús está en un primer plano, es la figura principal, es cierto, pero la magnificencia de lo que supone el sentido espiritual de la creación estará aquí en toda la obra, desde un cielo sobrecogedor y su luna poderosa hasta la composición tan excitante de la misma... ¿Cómo no dirigir ya la vista ahora hacia esa nube redondeada y acogedora, donde unos apóstoles, protegidos, formarán aquí el contrapunto a unos soldados que, reunidos, a lo lejos se acercarán indecisos...? Hasta los pliegues de la roca oscurecida se confundirán aquí con los de los vestidos, y éstos también con los pliegues de las volutas de unas nubes diferentes. Y la luz..., y los colores... (los que ahora nos dejarán algo vislumbrar estas reproducciones imprecisas...). Porque ambas cosas determinarán también aquí la anticipación y el genio.
En una escena nocturna, bajo la luminosidad de una luna cegada aun por nubes macilentas, la parte de la figura de Jesús, oculta de esta luz astral tras una roca, aparecerá, sin embargo, ahora toda ella iluminada... Un rayo de luz le llegará a Jesús, incluso, desde el ángulo donde ahora el ángel se sitúa. Entonces, se reflejará aquel en sus colores..., y entonces estos cambiarán... Pero, no serán ya solo los colores de la divinidad únicamente los que vibrarán ahora aquí, ante los ojos del observador. La sugestiva túnica amarillenta del ángel competirá, incluso, con aquellos otros divinos colores, los más encarnados y azules. Por todo esto, El Greco fue ya un anticipador y un místico. Acercó la creación estética por entonces a lo que, mucho después, llegaría a sublimarse en la modernidad; pero, también, fue un muy decidido y un muy sutil filósofo de todas aquellas verdades, las más trascendentes..., encerradas éstas, y manifestadas ahora además aquí, ya entre todas las cosas de la obra...
(Óleo La Oración en el huerto, 1595, El Greco, Museo de Arte de Toledo, Ohio, EE.UU; Lienzo La Oración en el huerto de Getsemaní, 1590, El Greco, National Gallery, Londres.)
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