Esta es una historia de historias que se construye a partir de los cuadernos de campo de un investigador que se marcha al norte de Argentina para trabajar, junto con un equipo de allí, en un proyecto relacionado con el efecto del cambio climático sobre los anfibios. En estos cuadernos las anotaciones científicas se entremezclan con acotaciones históricas, con las experiencias del protagonista, sus fijaciones con los personajes femeninos con los que se relaciona, su frustración sexual y amorosa y su particular mirada sobre el mundo, las gentes y sobre él mismo.
Prosa, poesía, cuento, microrelato, ensayo,... los géneros, los estilos, las técnicas narrativas se entrelazan, solapan y deslizan, con sutileza y elegancia, por cada una de las páginas hasta llegar a esa 309. La intertextualidad, protagonizada en gran manera por los correos de Vogli -el conocido alter-ego del autor- , las entrevera de citas literarias que, con la excusa de nombrar a ranas, sapos y demás congéneres objeto del estudio, sirven al autor como punto de partida para hablar de todo lo divino y lo humano.
La voz que cuenta, la que narra, la que reflexiona, relata empapada del paisaje que recorren y la lengua de las gentes que lo habitan. describiendo todo y a todos con trazo preciso y poético no exento de humor ni de ironía. Es una voz potente que, a veces, susurra al oído del protagonista hablándole de tú a tú, como si fuera quien mejor le conoce, que eleva el tono y se convierte en su portavoz, que admite el diálogo y que, en ocasiones, calla para dar paso, por ejemplo, a los diferentes microrelatos que salpican el libro. Un libro que no da lugar al acomodo, ni al salto de párrafo de la mirada lectora acostumbrada a obviar líneas de relleno. No tiene nada de relleno, nada de grasa innecesaria. Es pura fibra. Una obra de músculo ágil trabajado a golpe de técnica literaria con un final... interesante.
Que no es una novela al uso está claro. Por eso,
La Rana de Shakespeare no se cuenta, se lee... o se escucha leer 😉