Buenos días, hoy os traemos un artículo sobre el libro El pueblo en la guerra de Sofia Fedórchenko aparecido en La Razón hace tiempo y del que no nos habíamos percatado.
http://www.larazon.es/detalle_hemeroteca/noticias/LA_RAZON_500799/historico/5803-testimonios-de-guerra
LIBROS
Testimonios de guerra
- Dos libros recogen la experiencia de los combatientes en la contienda de 1914
y de los soldados de la División Azul en Rusia. Relatos terribles, descarnados y en primera persona.
Una enfermera cuida de un herido. Los hospitales eran la otra trinchera donde los soldados luchaban para sobrevivir Getty Images/ A. R. Coster10 de noviembre de 2012. 02:36hLaura Seoane - Madrid. Las fuentes por las que conocemos los grandes conflictos bélicos provienen o del análisis erudito de los ensayos históricos, o de la imaginación de los cineastas que aspiran a través de la ficción a construir el retrato definitivo de una guerra. En ambos casos, la historia humana queda en un segundo plano, bien porque en el estudio de la Historia el interés por otro tipo de información prevalece, bien porque en las películas la lírica es más importante que la realidad. En muy raras ocasiones tenemos acceso a documentos que traslucen el lado humano de los verdaderos protagonistas de las contiendas, soldados y militares relegados normalmente a convertirse en meros números. La enfermera Sofia Fedórchenko y el general Salvador Fontenla han trascendido la norma con la publicación de sendos volúmenes con los que nos acercan a las trincheras de la I Guerra Mundial y a los campos nevados de la Unión Soviética en los que combatió la División Azul.
Palabras salvadoras
«No siento ni mi propio miedo ni el de los demás. Sólo me falta matar niños. Pero creo que también a esto puede acostumbrarse uno». Lo dice un soldado ruso en algún momento entre 1915 y 1916 mientras era atendido en un hospital de campaña en el frente oriental. Fedórchenko, una enfermera voluntaria, recabó con disimulo los comentarios de los combatientes heridos, confiados en que sus palabras nunca saldrían de la enfermería. La labor de esta enfermera resultó todavía más relevante si hablamos de los reclutas soviéticos: el origen humilde de estos campesinos reclutas y la celeridad con la que se desató una guerra civil en el país disminuyeron notablemente las posibilidades de que tras la contienda decidieran plasmar en un papel su experiencia.
Cuestionar el sentido de una guerra («¡Ojalá supiera cuál es el sentido, por qué unos pueblos tan pacíficos se han liado a batacazos Tiene que ser por la tierra! ¿Acaso viven apiñados? Tampoco es eso»), son los pocos momentos en que las palabras de estos soldados dan un descanso a las sensibilidades más afinadas. La deshumanización que sufren aparece con toda su crudeza: «Voy reptando hacia él y él hacia mí. Nos encontramos, la sangre mana caliente de mi pierna y yo estoy frío... Le agarro por el cuello: es enclenque... Palpo por si la herida está por ahí cerca... Efectivamente, mis dedos se le hunden en el pecho... Chilla como un cerdo en el matadero....».
Miradas de muerto
Ni niños ni mujeres se libran de los abusos más crueles. Parece que todo vale en la guerra. Uno de los reclutas cuenta: «He llegado a robar un niño que dormía al lado del camino... Agotado, dormía al lado del camino, y tenía un pan debajo de la cabeza... Y yo le cogí el pan, primero lo partí... Y después pensé: "No tendrá que morir un barbudo... Y la vida que está dentro de un niño es ligera...". Así que me llevé todo el pan».
Convierten lo terrible en trivial, y el humor asoma como única arma para mantener la cordura: «Te digo la verdad, tenía tantísimo sueño que sólo pensaba en una cosa: "Mátame si quieres, pero no me despiertes". Te lo juro por Dios, allí donde me dejó tirado la explosión, me quedé durmiendo hasta la mañana». Pero, claro, los traumas también afloran, mucho antes incluso de que los combatientes regresen a casa. «Si hubieras mirado a los ojos del moribundo, los verías por la noche. Yo anduve así alrededor de seis meses, como atacado: en cuanto cerraba los ojos para dormir, veía a mi muerto mirándome».
Al otro lado de la línea de fuego y tres décadas después, era la División Azul la que se enfrentaba a los soviéticos. Probablemente tampoco en el imaginario colectivo haya permanecido la imagen más fidedigna de esta una unidad española de voluntarios que sirvió entre 1941 y 1943 en el ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial, principalmente en el Frente Oriental. El general de brigada Salvador Fontenla ha sacado a la luz documentos inéditos sobre la estrategia militar del combate más sangriento que tuvo, la batalla de Krasny Bor del 10 de febrero de 1943, donde la División Azul hizo fracasar un abrumador ataque soviético. «La memoria a veces flaquea. En estos partes de guerra figuran los hechos poco después de la batalla», explica el general de brigada. Relatos de los hechos, bajas de jefes, suboficiales, tropa y ganado, municiones de todas clases consumidas, armamento y equipos perdidos, bajas del enemigo, material de guerra confiscado al enemigo y relación de distinguidos conforman los partes de guerra, cuyos originales fueron destruidos por el incendio del Barracón de la Sección de Recompensas del Cuartel General de la DEV. Han llegado a este volumen gracias a los calcos que conservó el coronel Sagrado.
«Los historiadores ponen en entredicho el comportamiento de la División Azul. Es fácil criticar sin haberse puesto en su pellejo», denuncia Salvador Fontenla, que sin omitir los fallos que a lo largo de la campaña en el frente oriental cometió esta unidad militar española, ha querido reproducir los partes para evitar la manipulación y dar una versión más objetiva. «Algunos también dudan de si esta operación fue una victoria. Lo fue en el sentido de que impidió que el enemigo rompiera el frente español. Fue sangriento, sí, pero se cumplió la misión», añade Fontenla en referencia a las 5.000 bajas que dejó la defensa de un frente de ochenta kilómetros.
Heroísmo estoico
La regeneración de la fuerza fue otra de las claves del éxito de esta unidad. «Alemania no tenía la capacidad de reponer sus bajas, mientras que España siempre mantuvo el número de efectivos, unos soldados aguerridos y técnicamente muy formados. Su heroísmo era estoico», añade el general de brigada.
Sin duda, una enfermera voluntaria que atendió a los soldados durante los momentos más duros y agrios del combante y el militar que redactó el parte de guerra con las armas todavía humeantes tienen mucho más que decir sobre las guerras que un director de cine y un historiador. Quizá no más, pero sí ofrecer dos de los testimonios más cercanos y originales que de la I y II Guerra Mundial se hayan escrito nunca.