Revista Arte

La Realidad o el Sueño de las cosas, o el tiempo que nos toca y el tiempo que queremos.

Por Artepoesia
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Cuando el siglo XIX comenzaba a tomar forma, luego de las aventuradas y belicosas campañas de Napoleón, la sociedad europea miró por primera vez la cara de la realidad más desoladora del hombre. La revolución de 1848 fue el desarrollo final de un liberalismo decimonónico que no supo satisfacer las auténticas necesidades humanas. El Romanticismo había pasado casi, y el Realismo iniciaba balbuceante una nueva forma de comunicar las cosas de la vida, de una nueva sociedad que poco a poco evolucionaba hacia el caos más impredecible...; y de un ser humano que, desamparado y sin asideros firmes, trataba de adaptarse para no perecer desubicado en ese terrible avance. No hubo elección para el ser, y la sociedad de mediados de aquel siglo se iría engrandeciendo a la sombra de una nebulosa industrial que acabaría condicionando la ya desolada vida de aquellos.
Unos creadores surgieron entonces, unos poetas, unos seres que trataron de hacer ver la terrible calamidad de una sociedad que acabaría ganando la batalla contra el ser, esa misma que el propio ser ya habría perdido mucho antes frente a sí mismo y, luego, poco a poco frente a aquella. Alphonse de Lamartine (1790-1869) fue un poeta francés que empezaría creyendo que la política podía servir para mejorar la vida del hombre. Luego de dedicarse a servir a Francia como diputado en la Asamblea, en 1848, en aquellos años revolucionarios de 1848, llegaría a ser ministro y hasta miembro del equipo presidencial provisional nombrado a la caída del régimen de Luis Felipe de Orleans. Trataría de mejorar muchas cosas, de llevar así su poesía y su entusiasmo a la gestión política, inútilmente. Cuando se presentó a presidente de Francia a finales de ese año fue derrotado por otro candidato. Abandonó entonces todo, y se dedicaría a escribir poesía hasta el resto de su vida. Escribió su poema El Lago para expresar con él la más desconsoladora forma que tendrá el ser para tratar de conciliar el tiempo que anhelamos del tiempo que vivimos:
Tiempo no vueles más. Que las olas propicias
interrumpan su curso.
¡Oh, dejadnos gozar de las breves delicias
de este día tan bello!
Todos los desdichados aquí abajo os imploran:
sed para ellos muy raudas.
Con los días quitadles el mal que les consume;
olvidad al feliz.
Mas en vano yo pido unos instantes más,
ya que el tiempo me huye.
A esta noche repito: "Sé más lenta", y la aurora
ya disipa la noche.
¡Oh, sí, amémonos, pues, y gozemos del tiempo
fugitivo, de prisa!
Para el hombre no hay puerto, no hay orillas del tiempo,
fluye mientras pasamos.
El Lago, del poeta francés Alphonse de Lamartine, 1840.
A finales del siglo XIX llegaría el Realismo al Arte español de entonces. Muchos pintores tratarían de conseguir lo que sus colegas literarios -Galdós, por ejemplo- hacían con la Literatura. Pero no fue posible. La imagen realista nunca llegaría a influir estéticamente como lo hiciera la Literatura. Ésta siempre entretendría mucho más si la trama era de interés, aunque denunciara cosas entremezcladas entre las sutiles palabras asombradas de belleza. La Pintura realista, por lo tanto, no alcanzó en España a ser un alarde artístico como para llegar a seducir a un público ajeno o muy poco dado a visiones impactantes. Pero hubieron algunos pintores que sí lo hicieron, a pesar del poco atractivo por entonces que tendrían sus obras. Antonio Fillol Granell (1870-1930) fue un pintor valenciano que quiso exponer con su Arte el mundo desolado, cruel e insensible, que la sociedad de entonces obligaba a los seres a llevar atados a su inevitable destino. Pintaría obras de clara denuncia social en una época donde la sociedad no era más que el reflejo de la propia degradación, de la propia inmadurez del hombre. 
En su obra  Después de la refriega nos muestra a la sociedad y al hombre, y los muestra aquí a los dos juntos..., pero, ahora, a los dos igualmente solitarios. Sólo el hombre perecerá aquí a los pies de una sociedad abandonada a sí misma y a la vida. Nadie ni nada con vida es reflejado en el lienzo, salvo el cuerpo inerte de un ser humano ahora abatido en la calle desierta. Ha ganado la sociedad, pero ésta aparecerá aquí como es, infame, desoladora, desdeñosa, silenciosa, incapaz de entender, de transformar, o de hacer mínimamente algo incluso por ella misma. Porque no era la sociedad lo que por entonces podría ya cambiarse..., y los poetas y creadores lo sospecharían. Solo pensaban éstos que era el hombre, el ser humano, el que debería cambiar para, con él, poder así transformar luego las cosas. Un terrible error al dejar exculpada a aquella. Una equivocación que llevaría, años después, a las graves confrontaciones sociales y bélicas del siglo XX.
Cuando el poeta norteamericano Walt Whitman (1819-1892) comprendió muy pronto el desamparo del hombre ante la sociedad en que vivía, compuso su impactante y bella obra poética Hojas de hierba (1855). En uno de sus poemas narraría anticipadamente el ferviente existencialismo que, años después, otros creadores expresarían de otra forma. Aquí, con las hermosas palabras de una poesía claramente modernista, Whitman explicará las claves que el ser deberá entender para afrontar los retos que la propia sociedad le obligue desamparado, esos mismos retos con los cuales poder desenvolver, honestamente, su propio destino y el de esta misma. Hoy, en los inicios del siglo XXI, el hombre ha alcanzado el conocimiento suficiente como para haberse conquistado a sí mismo y llegar a ser un ser humano auténticamente. La sociedad, a diferencia de la de antes, hoy sí que puede cambiarse, hoy sí que existen ya los medios que antes no existían o no se habrían desarrollado aún. Así que, hoy, no habrá excusa, porque no hay otro cambio posible... El ser ha madurado, y los mecanismos de comunicación han llegado además a unos niveles globales y tan vertiginosos que no es posible ya engañar a nadie. La sociedad y la historia no tienen otro camino. Sólo, tal vez, será cuestión de tiempo, de muy poco, pero la sociedad sí que puede ahora cambiar. Y el hombre ya lo sabe...
"Emito mis alaridos por los techos de este mundo",
dice el poeta.
Valora la belleza de las cosas simples.
Se puede hacer bella poesía sobre las pequeñas cosas,
pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.
Eso transforma la vida en un infierno.
Disfruta del pánico que te provoca
tener la vida por delante.
Vívela intensamente,
sin mediocridad.
Piensa que en ti está el futuro,
y encara la tarea con orgullo y sin miedo.
Aprende de quienes puedan enseñarte.
Las experiencias de quienes nos precedieron,
de nuestros "poetas muertos",
te ayudarán a caminar por la vida.
La sociedad de hoy somos nosotros:
Los "poetas vivos".
No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas.
Poesía No te detengas, de la obra Hojas de hierba, del poeta norteamericano Walt Whitman, 1855.
(Óleo del pintor realista español Antonio Fillol Granell, Después de la refriega, 1904, Museo de Bellas Artes de Valencia; Óleo del mismo pintor Fillol, El Lago o Alphonse de Lamartine, 1897; Fotografía de Marilyn Monroe leyendo la obra poética de Walt Whitman, 1955.)

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